— Actúas como un niño Taylor — dijo él con tono serio mientras abotonaba su camisa, sin tomar en cuenta los problemas que seguramente me traería aquella aventurilla descuidada que tuve con aquel hombre que me doblaba la edad, pero cuyos besos y caricias apasionadas atrofiaron mi sentido común.
Le miré con indiferencia sentado al borde de la cama, luego del sexo mis pensamientos eran confusos, la mayoría de arrepentimiento, seguía si entender lo que estaba haciendo, aquel inglés solo llevaba mes y medio conociéndome y ya me había hecho cometer todo tipo de locuras que jamás en mi vida me habría imaginado, no en mi sano juicio al menos.
Suspiré pesadamente para levantarme de la cama en dirección a la ducha, pude oír sus pesados pasos seguírme, pero fueron frenados por el portazo que dí contra su cara, él me llamaba idiota e infantil mientras tocaba la puerta con algo de fuerza, mientras yo solo me disponía a quitarme la poca ropa que me quedaba para eliminar de mi cuerpo los rastros de aquel acto lujurioso del que me había hecho adicto.
Mis emociones estaban divididas, no lograba poner orden en lo que sentían mi corazón, mi cerebro, y mi líbido, es complejo cuando la razón, la lujuria y el amor tienen intereses distintos y batallan por obtener la victoria sobre los demás; siempre me he considerado alguien "independiente", pero justo cuando se me presentaba la posibilidad de independizarme complétamente, llega ese pensamiento de "el deber del buen hijo" que nunca tuve en mi miserable vida, pero que ahora llega a estropear mi salud mental.
Luego de una larga ducha salí del baño y encontré la habitación vacía, la colonia de Robert aún impregnaba aquel cuarto de hotel, una nota de su puño y letra decoraba la mesa de noche, leérla alteró mis nervios, y me hizo jadear de frustración.
Me vestí y salí de aquel lugar lo más rápido posible, no quería que alguien me viera allí y se armara una cadena de rumores maliciosos por parte de personas con intenciones nada amigables. Pedí un taxi no tan lejos del hotel y me fui hasta mi hogar (si así puedo llamarle), con la mirada perdida solo podía pensar en él, en sus besos, sus suaves caricias, como su hermosa mirada celeste me metió en tantos embrollos, como me reprochaba mi inseguridad respecto a su propuesta, en el fondo yo también estaba dudoso de porqué no accedía, tenía excusas suficientes para hacer mis maletas e irme, la empresa de mi familia estaba más que establecida, dime Taylor, ¿por qué, si jamás te interesó esa empresa, te empeñas en aferrarte a la familia que poco o nada le importas?, ah cierto, eres estúpido, te aterra el compromiso, y desde luego, temes no ser suficiente para Robert, debí suponer que todo ésto se trataba de cobardía, no de deber de buen hijo.
Bajé de prisa de aquel taxi, la suave lluvia mojaba mi cabello disfrazando perfectamente la reciente ducha que tomé, la cual era el indicio más difícil de ocultar de que había tenido una cita "romántica" con alguien. Al pasar por la gran puerta de madera, se encontraba mi padre ordenando a la servidumbre que organizara la casa por completo, mi hermano como siempre, bebía mientras leía la sección de finanzas en su periódico, como si leér más sobre economía le fuera a servír de algo para cumplír su cometido, el cual era quedarse con mi parte de la empresa, la parte que más odiaba de declinar mis derechos era esa, darle a ese lame botas infelíz lo que tanto añoraba, ¿pero qué remedio? de los tres hijos el único que parecía "interesado" en la empresa de nuestro padre era él, y eso solamente porque mi padre es machista, y le salió el tiro por la culata.
— ¡¿Se puede saber dónde demónios estabas?! — Gritó él como era de esperarse, mientras me dedicaba una mirada severa de enojo, a la cual correspondí con un semblante indiferente y ambas manos en mis bolsillos, de sus hijos yo siempre fui el menos apreciado, el típico "te cuido por obligación" aunque he de admitír, para ser mi padre, aquel sujeto no me agrada en absoluto.
— Estaba en la universidad ¿lo olvidas?, te dije que me quedaría hasta tarde — Respondí caminando hacía el sofá de lo más calmado, él me miraba seriamente con odio apretando sus puños con impotencia, de haber sido cualquier otro día seguro me estampa una bofetada por insolente, pero ese día no podía, era muy importante, no podía perder la compostura (según él).
— ¡¿Acaso se te olvida que hoy el señor Dawson vendrá a sellar el tratado de exportación con nuestra empresa?!, es sumamente importante la presencia de toda la familia, sobre todo tú que eres uno de los herederos de las industrias Atwood.
— ¿Seguro que aún quieres que Taylor forme parte de la empresa papá?, digo... solo míralo, ¿qué sabe él de negocios? — Habló el monigote de Roger mientras agitaba su escosés y me miraba de manera incrédula, yo le correspondí con una filosa expresión de seriedad, preferí abstenerme de responder, no valía la pena gastar saliva con él, era como hablar con las aves sin cerebro que acicalan alegremente el sucio lomo de un elefante, alimentándose solamente de la mugre que éstos transpiran.
— El punto no es ese Roger, tú sólo no puedes administrar la empresa, aunque tu hermano sea un incompetente, debe adquirír la parte que le corresponde, sino ¿quién más se hará cargo? — Habló él desbordante de cinismo, tratando de sonar como un martir; Efectivamente, la empresa familiar era mucho trabajo para uno solo, pero la cuestión es, que éramos tres, Roger lame botas, su servidor, y nuestra hermana Raquel, de los tres ella era la más centrada y, honestamente, la más hábil e inteligente, siendo ella la hermana del medio, era la más apta para el puesto de heredera de las acciones, ¿qué pasó entonces?, muy sencillo, mi padre es un cerdo machista, lo ha sido siempre, para él era inpensable que una mujer tuviéra un cargo administrativo, fuera tanto en una empresa como en una tienda de agujas, "administrar la empresa familiar es cosa de hombres Raquel, tus hermanos son más inteligentes y audaces para los negocios, son los indicados para el puesto" dijo el viejo en repetidas ocasiones con orgullo, como si fuera un honor ser machista en pleno siglo 21, lo que más gracia me causa es que sus "muchachos" son los menos capaces para dicho puesto, mi hermanito Roger despirfarra en alcohol y fiestas cada que puede, no tiene ni idea de lo que son acuerdos de exportación, y yo jajaj, soy el mayor karma que pudo tocarle a ese anciano andrajoso.
Trataba de ignorarles consumido por mis pensamientos, cuando de repente escuché la voz de la esposa del viejo, una rubia alta y de ojos azules muy encantadora, ojalá su genio fuese igual que su belleza.
— ¿Taylor?, creí que te quedarías en la universidad ésta noche — Dijo ella con algo de desprecio, era ya costumbre suya al hablar conmigo, yo lo dejaba pasar, desde siempre me hablaba así, para su mala suerte a medida que fui creciendo, menos respeto sentía por aquella mujer.
— Ojalá hubiéra sido así Marcela, pero lamentablemente no me dejaron quedarme, y yo que no quería tener que verles la cara a tí y a tu marido hoy — Le respondí de la forma más incrédula que pude, ella solo me miraba con odio profundo mientras rodeaba el brazo del viejo con los suyos y pegaba sus pechos de silicona contra él.
Ántes de que lo duden, no, Marcela no es mi madre, mi único parentesco sanguíneo con ésta familia es a causa del viejo, quien tuvo un amorío con su secretaria y fruto de aquel amorío nací yo, quizá sea por eso que ella me odia, o porque le comenté al viejo sobre aquel dichoso viaje al que ella había ido con sus "amigas" a acapulco hace un año, ¿quién sabe?, odiarme es muy fácil chicos, yo mismo lo hago siempre.
— ¡Dejen ya de discutír!, el señor Dawson llegará en cualquier momento y debemos de comportarnos a la altura! — Exclamó el viejo golpeando sus palmas, rodé mis ojos ante su desesperada búsqueda por obtenér más papel moneda, su empresa era lo suficientemente gratificante, ¿porqué razón quieres más?, no es como que tenga tantos hijos a los que deba alimentar, éramos tres de los cuales una tuvo que independizarse a la fuerza, otro el cual era la sanguijuela de papi, y el último que fácilmente no formaría parte del testamento familiar, seguramente por ser el hijo ilegítimo producto de un engaño a su esposa, por ser un desobediente insolente que ni loco iba a ser el monigote de su padre, o quizás por sus gustos "específicos" que le darían justo en el orgullo a aquel anciano machista.
Todos jadearon al ver aquel auto negro estacionarse frente a la casa, al verle, yo solo bajé la mirada mientras un leve rubor se posaba en mis mejillas, mi respiración inconscientemente se agitó, tks, siempre odié el poder innato de ese sujeto para ponerme de esta forma, como su simple presencia ya me volvía loco, y su mirada me hacía perdér la compostura.
La servidumbre le dejó entrar, alto, bién parecido, cabello negro y abundante que le llegaba hasta los hombros, sus ojos azules me ignoraban, cosa que me dolía en lo más profundo de mi ser, amaba aquellos ojos celestes, y que éstos no me buscasen en ningun momento dejaba más que claro el mensaje que él quería darme.
— Es un placer tenerlo acá con nosotros señor Dawson — Comentó el viejo estrechando su mano, la hipocresía se resaltaba en su cara, Robert lo sabía, gracias a mí conocía las intenciones del viejo, pero quería castigarme, ver hasta dónde era capáz de llegar mi cobardía.
Roger le ofreció un trago mientras tomaba asiento en los muebles del salón, yo trataba de permanecér firme, aunque el rubór en mis mejillas era una molestia, cada que oía su voz mi piél se erizaba, aquella voz gruesa y dominante que en tan solo una semana logró tenerme complétamente a sus piés.
— ¿Y ya pensó en el trato que le hemos ofrecido señor Dawson?