Venganza, Amor y Traición

Venganza, Amor y Traición

Gavin

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Capítulo

El dolor era una niebla espesa y punzante que me envolvía, cada hueso de mi cuerpo se quejaba, mi vientre era un eco vacío. Entre la neblina, filtré voces familiares, la tensa de Alejandro, mi esposo, y la cortante de mi suegra. "¿Estás seguro de que nadie sospecha nada, Alejandro? Un accidente en las escaleras, justo ahora... es demasiado conveniente.", dijo ella. "Tranquila, mamá. El médico es de confianza. Dijo que fue un resbalón desafortunado, común en su estado.", respondió él, y la verdad me golpeó. No tropecé, alguien me empujó. "¿Y el... problema? ¿El bastardo?", escuché a mi suegra sin pizca de emoción. Un silencio pesado. "El problema está resuelto, mamá. Ya no existe.", sentenció Alejandro con un susurro mortal. Mi bebé. Mi hijo. Mi mano voló a mi vientre, pero el bulto de ocho meses había desaparecido, dejando solo un vacío doloroso bajo la delgada sábana de hospital. Un sollozo roto escapó de mí. Mi amor y confianza en Alejandro se hicieron añicos. Todo era una farsa. "Bien hecho, hijo mío. Ese niño nunca debió nacer. Mancharía el apellido Vargas. Ahora solo queda el hijo de Camila, un heredero de pura sangre.", añadió Doña Elvira. ¿Camila? Su asistente. Ella tenía un hijo de él. "Para que no haya más... accidentes... ni sorpresas, el doctor le administrará un medicamento. Algo fuerte. La dejará limpia. Estéril.", escuché a Alejandro. Mi hijo me había sido arrebatado, y también la posibilidad de volver a ser madre. Luego, la segunda voz. "Nadie sabrá jamás que tú la empujaste por las escaleras." No fue él. Hizo que alguien lo hiciera. Pagó para matarnos. El dolor físico se volvió insignificante. Me mordí el labio, el sabor a sangre llenó mi boca. Tenía que fingir. Pero esa Sofía, la ingenua y confiada, acababa de morir junto con mi hijo. En esa cama de hospital, rodeada de traición, nació una nueva mujer. Debía escapar. Sobrevivir. Y un día, por la Virgen de Guadalupe, Alejandro Vargas y sus cómplices pagarían. Cerré los ojos, una lágrima silenciosa, esperando mi momento.

Introducción

El dolor era una niebla espesa y punzante que me envolvía, cada hueso de mi cuerpo se quejaba, mi vientre era un eco vacío.

Entre la neblina, filtré voces familiares, la tensa de Alejandro, mi esposo, y la cortante de mi suegra.

"¿Estás seguro de que nadie sospecha nada, Alejandro? Un accidente en las escaleras, justo ahora... es demasiado conveniente.", dijo ella.

"Tranquila, mamá. El médico es de confianza. Dijo que fue un resbalón desafortunado, común en su estado.", respondió él, y la verdad me golpeó. No tropecé, alguien me empujó.

"¿Y el... problema? ¿El bastardo?", escuché a mi suegra sin pizca de emoción.

Un silencio pesado.

"El problema está resuelto, mamá. Ya no existe.", sentenció Alejandro con un susurro mortal.

Mi bebé. Mi hijo.

Mi mano voló a mi vientre, pero el bulto de ocho meses había desaparecido, dejando solo un vacío doloroso bajo la delgada sábana de hospital. Un sollozo roto escapó de mí.

Mi amor y confianza en Alejandro se hicieron añicos. Todo era una farsa.

"Bien hecho, hijo mío. Ese niño nunca debió nacer. Mancharía el apellido Vargas. Ahora solo queda el hijo de Camila, un heredero de pura sangre.", añadió Doña Elvira.

¿Camila? Su asistente. Ella tenía un hijo de él.

"Para que no haya más... accidentes... ni sorpresas, el doctor le administrará un medicamento. Algo fuerte. La dejará limpia. Estéril.", escuché a Alejandro.

Mi hijo me había sido arrebatado, y también la posibilidad de volver a ser madre.

Luego, la segunda voz. "Nadie sabrá jamás que tú la empujaste por las escaleras."

No fue él. Hizo que alguien lo hiciera. Pagó para matarnos.

El dolor físico se volvió insignificante. Me mordí el labio, el sabor a sangre llenó mi boca. Tenía que fingir.

Pero esa Sofía, la ingenua y confiada, acababa de morir junto con mi hijo.

En esa cama de hospital, rodeada de traición, nació una nueva mujer. Debía escapar. Sobrevivir. Y un día, por la Virgen de Guadalupe, Alejandro Vargas y sus cómplices pagarían.

Cerré los ojos, una lágrima silenciosa, esperando mi momento.

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