—¡Eres un asco! ¡Ojalá y quien estuviese vivo sea mi hermano y no tú, maldito bastardo, está muy bien de que la zorra de tu madre se haya muerto!
Tras ese potente grito, la mano de la mujer se impactó entre mi mejilla de una manera fuerte, dolorosa. En mi oído derecho, lugar afectado igual, comencé a escuchar un pitido insoportable y a la misma vez un líquido espeso y con sabor hierro marcó mis labios. Era sangre.
Esa fue la gota que derramó el vaso.
Mi tía me había comentado, me había reclamado, muchísimas cosas en esta vida. Me golpeaba. Me exigía. Me dejaba sin comer durante días. Pero esto había dolido el triple de todo el daño que estos años que ella se ha quedado custodiándome me había causado.
Todo ocurrió de una forma tan lenta, despacio. Giré la cabeza mientras palpé el lugar adolorido y entre mis dedos se marcó la sangre. Separé los labios y apreté los puños, enojado, irritado, mi tía escaneó eso que hice y como si este acto le divirtiese, sonrió, cruzándose de brazos.
—¿Qué, idiota? —bufó —¿Me vas a golpear?
Y como si ella adivinara el futuro, yo, con dieciséis años, me abalancé encima de mi tía y puedo jurar que las hebras de ese cabello rubio que tenía en mis manos, engurruñados, podrían servir para peluca a un maniquí.
Los gritos que la mujer emitía con fuerza mientras intentaban defenderse eran muchos, y fuertes, chillones, pero no me importaba que alguien la llegase a escuchar. No me importaba absolutamente nada. Estaba en un frenesí caótico.
—¡Suéltame, loco de mierda! —chilló, intentando defenderse, pero era prácticamente imposible.
Y ahí fue cuando le jalé más el cabello. Ambos rodábamos en el piso debido a la impotencia y fuerza.
Nunca fui un chico problema. Siempre he sido tranquilo, callado, raro. En la escuela murmuraban de que yo soy sexy, de que soy lindo, de que le gustaban mi cuerpo bien tonificado a mi edad, pero que también soy extraño, otros decían que lo más probable es que yo soy un asesino, tal vez un psicópata, pero nunca les di atención, tan sólo opté por callar. Pero esto, de tantas cosas que la maldita de mi tía me ha dicho y me ha hecho, me ha dolido, y ha despertado esas ansias que hace años he conservado, esas ganas de jalarla del pelo como si fuéramos dos perras rabiosas.
Me despegué de ella luego de encargarme de su cabello y corrí a mi habitación. Cerré la puerta, le coloqué seguro para así ganar más tiempo en lo que ella se levantaba y tomé un bulto, lo llené con cosas que necesitaba como: ropas, fotografías, dinero que tenía guardado desde hace tiempo, y obvio de los que le tomé de la cartera de mi tía días antes, libros, y un sin números más de utensilios que podría necesitar cuando ya esté lejos.
Mi corazón se sobresaltó en el momento que sentí un gran choque en la puerta y un grito por parte de la mujer. Miré fijamente hacia el lugar, pero después lo ignoré, no la podría abrir porque tenía seguro.
—¡Maldito mocoso, bastardo, idiota, te voy a matar, te lo aseguro, ya no vas a vivir más! —soltó en un grito fortísimo la rubia mientras tocaba la puerta con furia.
Continué haciendo lo mío con gran rapidez, echándole una ojeada de vez en cuando a la puerta, algo asustado. Si mi tía lograba entrar lo más probable es que cumpla su promesa.