Me desperté con los rayos del sol a través de la pequeña ventana que rodea mi habitación. Hoy tengo un propósito por el momento que es trabajar.
Lentamente, puse mis pies en el suelo. Apenas tengo un conjunto interior de un color morado en mi cuerpo, por eso me cambié sin mucho cuidado poniéndome una ropa sencilla.
Salgo, dejando la puerta abierta con la expresión de un muerto viviente por las mañanas. Me tropiezo con mi hermano menor. Abel juega con los carros disimulando un accidente, imaginando todos los hechos en su imaginación.
“Un accidente”
“Llamen a la ambulancia”
Son las típicas expresiones al verme. Luego se me acerca y me dice algo.
—Dale un beso y va a revivir—explicó entre risas, tocando mi pierna en señal de súplica.
Abel apenas tiene 10 años, le encanta jugar bromas y jugar conmigo. Para él es muy fácil hacer todo tipo de amistades. Aparte de que tiene el mismo color de pelo castaño y unos ojos hermosos igual que papá.
Yo me divierto un poco por su actitud, mientras que este niño se fue hacia las escaleras aun con los juguetes tirados en el suelo. Cuando termine de recoger todo ese desastre.
Bajé, escondiendo todo eso en un rincón de la casa sin dejarlo fácil. Cuando llegué a la cocina, mi madre le dice a Abel dónde dejar las cosas.
Me senté en la mesa con su estilo moderno, sin olvidar los cuadros familiares, muebles de madera y los trofeos de fútbol de Daniel y algunos míos de natación, faltaban los de karate o baloncesto del más pequeño de la familia.
—Hola, mami ¿Dónde está el mejor papá del mundo? Hay un gran aroma en la cocina—le saludé, esperando el desayuno.
Ella tiene su bata verde puesta, es un diseño de flores con un tono de verde en el fondo, con su corto cabello recogido y con sus sandalias al desnudo de sus pies.
—Buenos días, hija. Tu padre salió temprano para dar clases en la universidad. Aquí tienes tu comida—me respondió, con un tono de alivio.
En mi pequeño plato hay una especie de ensalada de frutas: piñas, duraznos, algunos trozos pequeños de manzana y lechosa, acompañados por un vaso de leche.
No quería esto. En mi mente tengo la ilusión de otra cosa más sabrosa, así como una pizza.
Luego ellos se sientan. Observó que mi mamá y yo vamos a desayunar lo mismo, pero mi hermano tiene un par de pastelitos de pollo.
Aquí pienso sinceramente que la vida es muy injusta.
—¿Y por qué él no viene lo mismo que nosotras?—le pregunté intentando ser una molestia para mi madre.
—Annabel no te pongas celosa, son calorías, sin un pequeño toque de proteínas. Además, este tipo de frutas nos aportan vitaminas, minerales y fibras para el organismo— me respondió, pero también continuó diciendo.
—Hace mucho se descubrió que las frutas previenen el envejecimiento prematuro de las células. Nos ofrece una piel más sana, joven y una mayor calidad de vida. Si quieres lo buscas en la internet—me explicaré probablemente.
—Como digas, creí que seguía siendo la favorita de la casa—le dije, fingiendo dolor.
—Lo eres, mi pequeña—me respondió con una sonrisa, mientras termina de comer.
—Gracias—pero en el fondo no le presté mucho cuidado a su explicación, mientras tomaba un vaso de agua, terminando de comer.
—Orgullosa— murmuró Abel en un tono bajo.
—Respeta a tus mayores—le contesté molesta, no me gustó para nada ese tipo de palabras hacia mí.
—Eres una vieja. Por cierto, gracias por traerme mis juguetes. Te quiero mucho, hermana—me respondió con una sonrisa falsa.
Ya había finalizado de comer, aunque había probado un poco.
Mientras que mi mamá se quedó limpiando con mi hermano. Después iba camino a mi habitación, con sus paredes de un color azul fuerte.
Una vez adentro, observé mi pequeña biblioteca junto a su escritorio. Al lado está la gran ventana donde se puede observar una gran parte de la ciudad y en el centro del cuarto está mi cama y clóset.
Vi en mi despertador con sus pequeños números en rojo para dar las 8:30 am.
Buscó la camisa mientras la guardo en un bolso pequeño de color verde que tengo y lo guardo.
Me hago una coleta con lo primero que veo y sin prestarle atención a mi cuarto, cierro la puerta con mucha fuerza.
En estos momentos mi habitación es un desastre. Diría que la primera guerra mundial pasó por aquí.
Bajo y luego intento caminar disimuladamente por la sala. Cuando escucho a mi mamá: Cuídate, ahí afuera hay muchos peligros.
—Está bien, te quiero madre. Y yo a ti, pequeño monstruo—le respondo y luego busco mi mirada hacia Abel, mientras busca sus juguetes de pie en la sala.
Enseguida él voltea, y me saca su pequeña lengua como señal de mi respuesta sin ponerle cuidado.
Sé que voy a tener cuidado hoy es un día como cualquier otro. No podría pasar nada más.
¿Qué podría ser diferente, ya cuando tu destino está marcado por la sociedad?
Pero por alguna razón, las palabras de mi madre no salían de mi mente. Como si algo interesante pudiera pasar.
Me encuentro en el autobús, en mi asiento preferido al lado de la ventana.
Observó el reflejo, mientras que mi acompañante es una señora con el pelo corto, unos lentes y la vestimenta típica de sus años de juventud.
Intento centrar en mi mente en otra cosa. Pero luego descubrí los carros.
Me encontré con muchos diseños, incluso me encantó uno de los últimos modelos de la marca Chevrolet de color azul metálico.
—Te sigo explicando, tiene que ser por esa calle. Hija, yo lo sé, tengo más experiencia que tú—dice la anciana, mientras que señala el lugar mentalmente invadiendo mi espacio personal.
—No te preocupes. Creo que estoy cerca—responde para inmediatamente cortar la llamada.
—Ella siempre anda con el mismo cuento. Yo sé vivir sola sin la ayuda de nadie. Mi niña le doy un consejo, nunca se case y menos tenga hijos con cualquiera—suelta ese comentario, observando mi aspecto físico.
Como si fuera a suceder. Nunca voy a conocer el amor, simplemente no existe. Una ilusión reflejada por el hombre llamada Felicidad.
—Entendido. ¿Pero es nueva en la ciudad?—le pregunté algo curiosa.
—Si cariño, mi hija se divorció y ahora tiene un nuevo novio. Lo vengo a conocer—me responde con algo de dignidad en su mirada.
Lo típico en la vida real. Piensas que conoces el amor, pero en realidad el engaño. Yo personalmente supongo que el divorcio no debe existir.
Tienes que ser feliz con la persona que elijas. En mi opinión necesita tener tiempo y paciencia de las dos partes.
—¿Pero no la podía buscar o recoger?—le seguía preguntando curiosa.
—No necesito eso, además no los quiero molestar. Si sabes a lo que me refiero— me responde guiñándome el ojo.
Dudo que mi mamá sea así. Para eso tiene a mis hermanos para cumplir con ese maravilloso porque deseo no quiero tener hijos en este año.