Los mechones negros se rizaban bajo el torrente de sus lágrimas. La cabeza caída hacia delante, reposaba entre sus manos, que se turnaban para sujetar el pelo de sus sienes y tapar sus ojos negro azabache.
Los hombros hundidos se movían por el temblor que le ocasionaba su llanto. Su piel aceitunada brillaba exóticamente bajo la luz de la luna que se filtraba por la ventana del dormitorio.
—Oh mi niña, vamos ...
Levantó la mirada para poder ver a su amiga.
—Pero .. es que ... no lo ha visto ... y ...
–Tranquila cielo, con tanto llanto casi no te entiendo.
Pasaron unos minutos en silencio hasta que se calmó lo suficiente para poder hablar.
—Ay Elena, —soltó un suspiro desesperado— me ha dejado ...
—¿Cómo que te ha dejado?
—Si Elena, ha sido esta mañana. Juan me ha llamado para que llegase al hospital media hora antes de la reunión del departamento de Ginecología y Obstetricia diciendo que tenía una urgencia y que necesitaba la ayuda de otro ginecólogo —hizo una pausa para calmarse, pues las lágrimas amenazaban con volver a inundar sus ojos—. En cuanto he llegado he bajado a quirófano pero estaba vacío. Entonces he subido a urgencias y tampoco había nadie, en consultas tampoco y ... no ... —el llanto ahogó sus palabras de nuevo.
Elena se sentó junto a ella. Sabía que si la decía que no se lo contara si no estaba preparada su amiga se sentiría mucho peor. Jacqueline necesitaba desahogarse contándolo todo a una buena amiga, por lo que le puso una mano en su hombro y esperó sin decir nada.
—Verás —prosiguió Jacqueline— al no encontrar a Juan me dirigí a su despacho y allí estaba. Lógicamente le pregunté por la urgencia y me dijo que no existía ninguna urgencia, que me había llamado para hablar conmigo. Puedes imaginar mi cara de asombro, pero me quité la bata y me senté frente a su escritorio con una sonrisa creyendo que quería darme una sorpresa.
»Y vaya si me la ha dado —soltó un suspiro—. Me ha soltado que ya no tenía sentido nuestra relación, que llevaba un tiempo pensando en ello y que por fin había llegado a la conclusión de que en realidad no funcionabamos bien como pareja.
Los ojos de Jacqueline se desplazaron hacia la distancia a través de la ventana.
—Lo siento mucho cielo —dijo Elena.
—¿Sabes qué es lo peor? Apenas faltaban unas semanas para la preboda, y en tan solo cuatro meses ya habríamos pasado por el altar.
Jacqueline comenzó a examinarse los pies descalzos, que se estaban empapando de nuevo con las lágrimas.
—Mi niña, es un canalla —dijo Elena.
¼Bueno, al menos ha tenido el valor de decírmelo en persona —Jacqueline se encogió de hombros y mostró una sonrisa sarcástica.
—Levántate.
—Elena no me apetece.
—Vamos nena, ven, ponte frente al espejo.
—Debo estar ridícula con los ojos rojos y ...
—¡Jacqueline, arriba! —dijo Elena mientras encendía la luz.
Rápidamente, Jacqueline se levantó y se acercó al espejo arrastrando los pies. La mujer del espejo tenía los ojos rojos e hinchados, el pelo negro enmarañado a la altura de las sienes, donde ella llevaba toda la tarde ahogando su frustración a base de tirones para tratar de mitigar el dolor, con algunos mechones pegados a ambos lados de la cara que se rizaban por estar mojados.