Usé las escaleras de servicio para llegar al cuarto piso, caminé hasta el final del pasillo y entré al pequeño cuarto donde las amas de llave guardaban las almohadas y toallas adicionales. Había escuchado cuando una de ellas comentó que este cuarto nunca tenía llave para que cualquiera de ellas pudiese subir a dormir un rato.
Revisé mi teléfono, navegando entre los mensajes mientras se hacia la hora de que Marypaz llegase. Cuando creí que quizás no vendría la puerta se abrió y mi chica entró. Sonreí triunfante y ella comprendió en ese momento que todo fue una trampa. Rodó los ojos y cruzó los brazos sobre su pecho, pero no se fue.
—Algo me decía que no te podías haber equivocado de cama.
—Yo siempre se cuál es tu cama Pacita, es la única a la que quiero meterme siempre.
Había escrito una nota donde supuestamente le decía a Roxana para vernos aquí y la lancé en su bolso, sabiendo que la conseguiría, que su sangre herviría por imaginarme con otra y que se presentaría en su lugar. Incluso antes de dejarme plantado, ella vendría por mí. Y no me equivoqué.
Avancé hasta ella y la atrapé contra la puerta del pequeño cuarto, pegando mi cuerpo contra el suyo. Mi pene que presentía su esencia se despertó de inmediato.
—Me trajiste hasta acá bajo en un engaño.
—Tu viniste porque quisiste... bien pudiste plantarme.
Recosté mi erección de su pierna y el libido se encendió de inmediato en su mirada.
—¿Por lo menos trajiste condones?.
Sonreí y la besé. Ella no dudó en responder el beso y antes de que pudiera darme cuenta era yo el arrinconado en la pared contraría con Marypaz quitándome la ropa. Solo se separó de mí para respirar y desnudarse. Arrojamos las toallas y almohadas al piso y sobre ellas le hice el amor como me lo pedía, con urgencia y desespero. Como si tuviésemos años sin estar juntos, como si ayer no hubiese ocurrido. Todavía jadeábamos por aire cuando la arrastré a mi lado y la acuné en mis brazos, trazando círculos en su espalda desnuda.
—¿Cómo haces para que siempre termine así contigo?
—¿Así de cogida o así de cansada?
Ella rió: —Así de cogida, sobre todo cuando no pensaba que se repitiese.
—Te responderé si tú me dices como haces para hacer conmigo lo que quieras.
Volvió a reír y besó mi pecho.
Permanecimos en silencio un buen rato hasta que Pacita volvió a hablarme.
—¿Te quedaron ganas para un segundo round?
—Por supuesto, es hasta ofensivo que tengas que preguntármelo. ¿Acaso mi pene erecto no es suficiente señal?
Pacita miró hasta mi entrepierna y rió con fuerza. Creo que no lo había notado.
Rodé sobre ella y me posicioné entre sus piernas. Comencé a llenarla de besos y lamidas como sabía que la excitaban. Bajé por todo su cuerpo deteniéndome solo lo necesario para mordisquear sus pezones y seguí bajando.
A Pacita le gustaba rudo y aunque yo tampoco era toda la delicadeza en la cama, me tocó aprender con ella el sutil equilibrio del dolor y placer, por lo que cuando llegué hasta su intimidad y luego de besarla, le mordisqueé sus labios íntimos haciendo que se estremeciera con ímpetu, gimiendo mi nombre con hambre e impaciencia.
Me volví a posicionar listo para fundirme con ella, cuando me detuvo.
—En cuatro, házmelo en cuatro—jadeó con su voz entrecortada.
Y era por estas cosas que Pacita me volvía loco, nunca temía decirme lo que quería, ordenarme, dirigirme. Me encantaba la sinceridad que emanaba de ella cuando estaba en la cama. En público era otra persona, pero en privado, conmigo, era ella misma, y esa dualidad de personalidades alimentaba mi morbo hacía ella.
Por supuesto que obedecí. Retrocedí para que ella pudiese girarse y apoyar su peso en sus rodillas y sus manos.
—Y Gabriel... has que te recuerde mañana.
Un gruñido trepó por mi garganta desde lo más profundo de mí ser cuando me hundí en ella sin ningún tipo de delicadeza.
—Te dolerá cuando camines Pacita y me recordaras con cada paso que des. Cuando termine contigo no podrás moverte.
—No fanfarronees, demuéstralo...
Reí y la palmeé con fuerza mientras me hundí más profundamente. Mis embestidas eran fuertes, rápidas, profundas y ella las recibía como siempre: pidiendo más. La hice llegar a un orgasmo tan intenso que me arrastró con ella a ese vórtice de clímax.
.
.
Cargué a Marypaz sobre mi espalda hasta su habitación y me reí con ella cuando la vi caminar gracioso hasta que entró. Yo mismo caminaba gracioso. Estaba adolorido pero en el buen sentido.
Las voces de mi habitación me confundieron.
—Ten un poco de dignidad chica—escuché decir a Amelia en cuanto abrí la puerta.
Kariannis estaba parada frente a ella, de espaldas a mí.
—¿Qué está pasando?—no tenía que ser muy inteligente para saber que Kariannis intentó colarse en la cama de Rámses. Amelia estaba furiosa, lo pude notar por su cara contraída, sus puños apretados y la forma como respiraba con dificultad—, márchate Kariannis, aquí nadie necesita de tus servicios y si quieres seguir respirando... deja a Amelia en paz.
Kariannis bufó molesta y cerré la puerta detrás de ella en cuanto salió.
—¿Estás bien?—le pregunté, solo entonces noté que llevaba muy poca ropa puesta y que Marcos la estaba mirando desde su cama.
Apagué la luz para evitar que siguiese mirándola porque como lo hubiese hecho unos segundos más le sacaría los ojos. Caminé hasta ella para advertírselo, si yo era capaz de sacarle los ojos a Marcos, Rámses lo mataría cuando se enterase de lo que vio.
—No deberías dejar que los demás te vieran solo con esa camisa que apenas logra cubrirte, a los O'Pherer no nos gusta que otros vean lo nuestro Mia Beleza.
Me tumbé en la cama con mi cuerpo adolorido, esperando que Pacita me estuviese recordando en este momento tanto como yo la estaba recordando a ella.
***
—Rámses, que bueno que ya estás listo. ¿Puedes darme una ayuda con el desayuno? Necesito organizar a los muchachos y algo me dice que tú sabrás poner carácter y que las chicas te obedezcan—el profesor Joseph estaba en la puerta de la habitación y tomaba a Rámses del brazo apresurándolo a seguirlo
—En realidad yo...—intentó en vano defenderse el francés
—Vamos, será rápido. Tu hermano puede alcanzarte luego.
Rámses con cara de circunstancias se marchó con el profesor. Yo hubiese ido por él pero aun no terminaba de vestirme. Me costó levantarme esta mañana así que no pude aprovechar los primeros turnos para entrar al baño. Mientras Amelia se bañaba yo hice lo mismo en la habitación de al lado.
Cuando le comenté a Rámses como Marcos se la devoró con la mirada, los recluyó en la otra habitación a todos. No quería correr riesgo de que nadie más la viese y debo decir que estuve de acuerdo.
Cuando terminaba de amarrar mis zapatos la puerta del baño se abrió y Amelia se asomó, lucía preciosa en ese vestido, bellísima y sexy... muy sexy. Rámses realmente era muy afortunado de tenerla a su lado.
—Yo... ehm... ¿Dónde está Rámses?—preguntó
—Joseph vino a buscar ayuda para organizar el desayuno y tuvo que ir con él.
Su incomodidad me ponía nervioso. Lucía tan hermosa con ese vestido que sentía que era incorrecto mirarla.