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El drama de la vida de un niño con cáncer.

El drama de la vida de un niño con cáncer.

edward2290

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Capítulo

Jorge cuenta, estando en un plano espiritual, la dramática historia de su vida luego de haber padecido una mortal enfermedad. Su historia comienza desde que era un ángel y poco tiempo después resultare engendrado por una bondadosa mujer, quien es abandonada por su marido tan pronto supo del embarazo. Siendo un niño de pocos años y después de una exposición accidental a una sustancia en extremo tóxica, enferma de leucemia. Tras largos años de intensos pesares y en medio de la severa crisis económica y política venezolana, donde los recursos necesarios para su tratamiento, al igual que para millones de ciudadanos, son inexistentes y gran parte de la población decide emigrar en medio de una terrible diáspora; fallece a los 8 años. Se relata cada uno de los momentos cruciales desde su nacimiento, el diagnóstico de la enfermedad, los sufrimientos de las quimioterapias y de los tantos procedimientos invasivos realizados. La historia de Jorge representa la de miles de niños que sufren esta penosa enfermedad, en un país con una inflación y una disyuntiva económica, política y social sin precedentes; y con las mayores reservas de petróleo del mundo.

Capítulo 1 INICIO

Amanecía deliciosamente. A medida que el día transcurría parsimonioso, la suave brisa matutina transportaba los delicados aromas de aquel primoroso jardín colmado de lirios, narcisos, hortensias y tulipanes; cuyas fragancias inundaban el ambiente con prestancia, para darle un toque de encanto a la alborada. Eran las ocho en punto, el sol palpaba con timidez a una ciudad grandiosa. Desde antes de la alborada, sus habitantes ya se prestaban a comenzar ese nuevo día con la entereza de siempre. En la soledad de una pequeña habitación ocurría algo extraordinario; único diría yo.

Aquellas manos suaves acariciaban con sutileza, a un vientre que aún no denotaba lo que en su interior albergaba, pues hacía muy poco que se había iniciado un sagrado proceso. Resultaban aquellas tiernas caricias sentidas en el fondo de mi alma. En la penumbra intrauterina que me cobijaba, sentía aquel gesto de amor como la bendición más grande de todas.

La tarde anterior, el análisis de laboratorio había revelado la presencia de una sustancia química en el cuerpo de mi madre. Mercedes se sintió muy feliz al saber la noticia que, si bien la puso un poco nerviosa, transformaría para siempre su vida. Aunque lo había añorado por siempre, el hecho de estar esperando un hijo la hacía sentir muchos sentimientos encontrados; alegría, al saber que dentro de unos pocos meses se haría realidad el lindo sueño que había tenido desde hacía mucho tiempo, y tristeza; al estar al tanto de que vendrían tiempos muy difíciles. Aún así, su felicidad era insuperable.

Mercedes miraba detenidamente su cuerpo reflejado en un espejo inmenso. Trataba, en vano, de ver algún cambio que denunciara su estado; que anunciara que el milagro de la existencia estaba creciendo dentro de sí. No sentía nada, salvo un pequeño malestar que ya había sentido muchísimas veces y que en ese momento atribuía a su gravidez; como subterfugio para pasarse mucho tiempo mirándose desnuda en la solitaria alcoba y para colmarme de las hermosas palabras que ya yo escuchaba, gracias a la especial particularidad que Dios desde siempre me ha permitido.

Mercedes se sentía muy afortunada y, pese a los tantos reproches que había recibido por haberse entregado a un amor que hubo resultado vergonzosamente cobarde, se aferraba a su ilusión para disfrutar intensamente de aquella felicidad que yo, inclusive antes de comenzar a formarme, le provocaba. En lo más profundo de su corazón, sentía pena por alguien a quien había amado y admirado tanto. En realidad sentía muchísima pena, puesto que esa persona a quien tanto amó; mi padre, podría haber estado sintiendo, al igual que ella, esa enorme felicidad.

Antes de arreglarse para el día a día en su vida cotidiana, Mercedes se miraba nuevamente y, sonriente, reflejaba un hermosísimo brillo en sus ojos de intenso negror; toda vez que cantaba una perfecta melodía para mí, la cual yo escuchaba extasiado. Siempre me consintió con un encanto congénito. Era lunes y ya el día tomaba auge. A las ocho, el sol calentaba tímidamente mientras ella caminaba despacio, distraída con el canto de las aves que revoloteaban a su alrededor dejando escapar sus trinares. Todo le provocaba ternura, todo le resultaba demasiado compasivo; sentía mi madre que todo a su alrededor, era sencillamente lo más bello del mundo.

Mercedes caminaba hacía su trabajo, ya sus compañeras se extrañaban de su demora; no era muy usual que llegara tarde, puesto que la puntualidad era una de sus grandes virtudes. Estaba ansiosa de llegar y contarles a todas las chicas la bella noticia; no dudaba de que a todas les fuese a parecer extraordinaria. En aquellas personas sentía el apoyo que su familia le había negado. El automercado más grande de la ciudad aún no abría sus puertas. Los trabajadores, a medida que iban llegando, se sentaban en las inmediaciones y platicaban todavía con los rastros visibles de modorra en sus rostros; huellas inequívocas de un descanso interrumpido con desgano.

Las cuatro amigas de mi madre se habían ubicado donde día tras día lo hacían; en una de las bancas de la plaza. Cuando ella llegó, de inmediato se unió al grupo. Ya el encargado de abrir el local comercial se acercaba. Al verlo cruzar la esquina, ellas caminaron despacio mientras continuaban hablando de sus cosas. Mientras tanto, Mercedes las miraba en silencio. En su mano blandía un pequeño papel, el cual movía incesante para hacerlo notar. Sus amigas la miraban curiosas, extrañadas tanto de su silencio, como de aquel papel del que tanto hacía alarde tan solo con moverlo de aquella manera muy particular. Hasta que por fin Amaloa rompió aquel silencio nacido de una sorpresa que era mantenida oculta.

— ¡Niña!, si no dejas de mover tanto esa mano se te va a caer. — Dijo sin ambages, al no aguantar la curiosidad un segundo más.

Mercedes, luciendo aquella flamante expresión, no decía palabra alguna, solo balanceaba en su mano aquella pequeña pieza de papel.

—Les tengo una gran noticia, para mí, la mejor de toda mi vida.

Amaloa, Isabel, Erika y Ana la miraban sin poder disimular ya la gran curiosidad. Desesperadas hasta lo máximo por conocer de una buena vez el contenido de aquel bendito papel, la conminaron a decirles lo que fuere que estuviese escrito en él, el cual ya estaba prácticamente desbaratado de tanto bamboleo. Fue Isabel quien tomó la palabra esa vez.

—Meche, por caridad, ¿de qué noticia hablas?

Todas se quedaron paralizadas, ya que Mercedes, al dejar de mover su mano, se dispuso a mostrarle el formulario; aunque no fue necesario que lo hiciera, sus palabras fueron más que elocuentes.

— ¡Estoy embarazada muchachas! – Solo atinó a decir. Había preparado una perorata para darles la noticia a sus amigas, pero las palabras no fluyeron como ella lo hubiese querido; consecuencia de la gran emoción sentida. Las amigas de mi mami no daban crédito a lo escuchado, mas, aquella expresión, aunada a lo que estaba escrito en aquella maravillosa nota tras el análisis realizado; lo decían todo. Ellas se sintieron felices también, debido a la confidencia que les hiciere Mercedes. Aquella buena nueva les había caído a todas como una bendición. Así lo sentí en mi incipiente vida, que no era más que un grupo de células en plena división.

Cuando mi madre recibió el resultado de aquel análisis de laboratorio, mi estado embrionario no tenía más que unas pocas semanas. Era muy chiquitito, apenas ostentaba cinco milímetros. Me encontraba bien pegadito, aferrado a la pared uterina de esa gran mujer y me alimentaba a través de ella. El poco tiempo que llevaba de existencia, no me permitía utilizar otro nombre que no fuese embrión; aunque mi mami desde hacía muchísimo tiempo, ya tenía un nombre preparado para mí: Jorge. De todos modos había pensado en otro en caso de que hubiese sido una bebita: Violeta. En este sitio glorioso donde ahora me encuentro, me siento feliz de poder contar la historia de mi corta vida, por supuesto que con la anuencia de nuestro creador; que desde el instante mismo de la concepción, me permitió esta tan particular bendición.

Mercedes se apresuró a ocupar su lugar de trabajo frente a la caja registradora, desde allí les sonreía a todos. Se sentía enormemente feliz, lo denotaba su manera de actuar, sus sonrisas; el brillo de sus ojos y aquella locuacidad que desde que había llegado no cesaba, pues no dejaba de mencionar un instante su embarazo. Era feliz aquella bella dama, habría de estarlo, ya que sabía que pronto vería colmado un sueño. El tema central de sus conversaciones giraba en torno a mí, a la alimentación que tenía que llevar para garantizar mi correcta formación, las visitas al médico; el ajuar que tendría que comprar y muchas cosas más siempre se toman en cuenta en esos casos. Tendría que velar por la salud de ambos. Eso era lo que decía a cada momento. Lo cumplió literalmente. Desde que se entero que estaba encinta, desistió de sus anhelados chocolates y helados; consideró que existía alguien en su vida que bien merecía ese gran sacrificio. No engordaría mucho y, de paso, se ahorraría un dinerillo que buena falta le iba a hacer más adelante.

Dios había obrado un milagro en mí. Desde que se inició mi formación, el prodigio de la inteligencia surgió de manera inusual. Pude sentir, escuchar, ver y hasta reflexionar de manera inmediata. El señor me permitió aquella excepcional habilidad, como ya lo expresé, para que cumpliera una misión más que especial, necesaria; ser la voz de quienes han sufrido los valladares de una penosa enfermedad. Por ello, puedo manifestar todo lo que hubo ocurrido conmigo desde que era apenas un embrión.

Se sucedían ligeras las horas. Mercedes cumplía su rutina sin contratiempos, deseosa de que culminara su turno deprisa para dedicarse por completo a mí. Siempre sentí su amor de madre, su total fascinación por lo que sucedía en su interior; aquel embarazo que marchaba a la perfección gracias a los cuidados que mantuvo con su salud y por supuesto, con la mía. Sentía a cada instante, un amor que no estaba midiendo semanas de desarrollo ni centímetros de tamaño. Era un amor que se sentía y nada más.

Aquella noche mi madre recibió una llamada telefónica. La había estado esperando todo el día. Pensó que no la iban a llamar; eran casi las diez. Se alegró en demasía, puesto que necesitaba mediante esa llamada; una respuesta satisfactoria en cuanto a una casa que había querido tomar en arriendo. Por desgracia la llamada no le dio la buena nueva. No iba a ser posible tal negociación; le informaba el casero. Siempre había vivido en su casa paterna, pero ya las cosas habían cambiado. Ya a esas alturas de la vida de mi mami, todo era distinto y lo iba a ser aún más, cuando su madre se enterara del embarazo. Fue por ello que quiso arrendar dicha casa, alegando una independencia que según ella, necesitaba; pero que nunca nadie creyó. Quiso mudarse como quien dice, de manera preventiva antes de que se descubriera mi existencia y estallara la conmoción, sobre todo, la de mi abuela.

Desde que Aníbal, el hombre que aportó sus genes para mi procreación, llegó a la vida de mi mami, algo no le gustó a mi abuelita. Era sin duda alguna, una cruenta estigmatización lo sentido hacia él, ya que el mismo ostentaba una enorme cuantía de figuras incomprensibles marcadas con tinta indeleble sobre su piel; tatuajes para mejor decir. Ella decía constantemente que con tantas figuras pintadas se asemeja a un maleante. Nadie que se dignara de ser una persona de bien, anda todo pintarrajeado; repetía sin cesar mi viejita. Esa fue una de las múltiples causas por las que se produjo aquel alejamiento. Nunca lo justifiqué, pero si bien es cierto que mi padre se portó cobardemente ante una situación provocada entre dos; no es menos cierto que la manía de mi abuela de ver fantasmas donde no los había; ayudó mucho para que ese alejamiento se precipitara más de la cuenta. Poseyó muchos defectos mi padre, pero delincuente nunca fue.

Mercedes y Aníbal se conocieron de manera casual. Fue durante una noche que acababa de nacer. Ella salía del automercado al mismo tiempo que él pasaba frente al local. Se miraron instintivamente. Él intensificó su mirada y ella la eludió, tratando de no parecer tan atrevida. El joven quedó cautivado de inmediato, la silueta de Mercedes había quedado fija en su mente. Pensaba en ella de manera constante, quería verla nuevamente ya que la fascinación de su belleza le resultó insuperable. Motivos para aquella reacción portentosa habían muchos.

Mercedes era preciosa y poseía una mirada radiante, además su encanto natural era fascinante; su andar finamente delicado. Era su pelo de un intenso negror y caía divertido sobre sus hombros blanquísimos. Y qué decir de su boca, su blanca dentadura resultaba delineada por un hilillo brillante, al que acariciaba constantemente con la punta de la lengua. Sus labios sutiles eran de un carmesí delicado. Su rostro reflejaba una hermosura perfecta. Lucía aquel semblante, una blancura suprema; el candor que es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Sus ojos mágicos eran de un negro perfecto. Tal vez un poco separados, lo que le daba, bajo una frente resplandeciente, un aire de mucha hidalguía. Cuando Aníbal los hubo sentido detenidos un momento ante los suyos, quedó simplemente alucinado.

Ella, al mirarle, soslayó aquella mirada, pero lo hizo de puro nerviosismo; por lo ofuscada que le había hecho sentir aquel hombre apuesto con el que por poco colisionó a la salida de su trabajo. Mercedes quedó flechada de inmediato por el travieso dios mitológico del deseo romántico; Cupido. Ella deseó con toda el alma, volver a ver a ese hombre, y a partir de ese día, al salir, procuraba pernoctar por un buen rato en las inmediaciones del local con la única intención de volver a toparse “casualmente” con aquel chico que le había gustado de manera profusa. Aníbal pensó igual, por lo que no tardó en presentarse el momento que ambos, sin saberlo, habían fraguado.

Fue muy inquietante el día que Aníbal entró diligente al supermercado. Se notaba algo nervioso, su semblante lucía desencajado. Era suprema su intención de comprar lo que fuese, aunque ni él mismo se creía el cuento de que necesitaba adquirir algo. Es más, ni siquiera miraba algún producto en particular. Solo observaba en la distancia, como buscando a alguien en específico. Sudaba copiosamente, señal inequívoca de aquel nerviosismo poco ocultado. Ella lo había divisado tan pronto hubo entrado al local. Ya había sido objeto de varios correctivos menores, por estar pendiente más de la entrada que de los clientes que cancelaban sus compras. Por esa razón se percató de su llegada. Pensaba que había valido la pena tanta espera y tantas reprimendas. Él no la notó de buenas a primera. Recorrió parsimonioso los largos pasillos y al adentrarse al área de los detergentes, una brusca alergia lo descontroló en exceso.

Sus estornudos fueron inmediatos, tan pronto hubo entrado a aquel lugar de exageradas fragancias. Fueron tan extremadas y constantes aquellas exhalaciones, que su respiración resultaba poco efectiva; la sensación de ahogo lo estaba llevando al colapso. Mercedes se ofreció a prestarle auxilio al ya desesperado galán. Le conminó a salir de dicho pasillo y trasladarse al exterior, exactamente a la plaza que estaba justo al frente del local comercial; con la finalidad de inspirar aire fresco. Le dieron un instante de permiso para que lo acompañara. No desaprovecharon aquel efímero instante llegado de una manera demasiado oportuna, casi que a propósito.

Intercambiaron sus números telefónicos de inmediato. Solo les había alcanzado el tiempo para ello, pero eso había sido más que suficiente. Tras aquella pícara reciprocidad, la jefa inmediata de Meche, “La mandamás” como solían decirle; llamó su atención para que prosiguiera con su rutina en el manejo de la caja registradora. Esa misma noche él la llamó. Ella ardía en deseos de llamarlo, pero se hizo la “dura” para evitar malos entendidos. Tan pronto se hizo sentir el repique del teléfono, de inmediato tomó la llamada. Su silencio fue evidente, él captó aquel vacío como una señal prodigiosa. Tan pronto escuchó la voz del galán de sus sueños sus ojos se iluminaron de tal magnitud, que hasta a él llegaba el gran resplandor. Mercedes se acomodó en la cama y charlaron por largo rato. Ella nunca imaginó que aquel encuentro fortuito iba a llegar tan lejos.

Recuerdo claramente aquellas conversaciones que mantuve con mi madre, estando en pleno proceso de desarrollo. A medida que me iba formando hablaba con ella en mi muy particular forma de comunicarme. Le hacía sentir todo cuanto sucedía conmigo, toda mi gran emoción y las ansias de llegar a la vida. Constantemente le decía lo tanto que ya la amaba. Ella me escuchaba también de una muy particular forma. “Mami, ya estoy en mi octava semana de desarrollo. Todavía dista muchísimo para que sientas mi presencia. Mis rasgos se siguen desarrollando, me puedo dar perfecta cuenta de ello. He notado que ya se han formado mis ojitos, mis oídos y mi grandioso corazón que te adora. ¡Ah!, se están formando también mis manos y mis pies. Mi cerebro continúa su desarrollo y se está consolidando mi tejido óseo. Es increíble cómo tan rápido comienzo a transformarme en el minúsculo cuerpecito que comenzará a crecer, para pronto poder salir de ti y darte todo mi amor”.

Llega a mi mente de manera oportuna, la noche cuando Aníbal visitó la casa de mis abuelitos. Pude contemplar ese peculiar suceso por obra y gracia del gran poder del Creador, puesto que aún me encontraba aguardando el momento oportuno, para que diera inicio la bendición sagrada de transformarme en un niño; en ese momento era yo un ángel de la gloria de Dios. Aquella noche Mercedes estaba muy nerviosa, sudaba copiosamente y temía que el corazón le hiciera una mala jugada y delatara todo ese mar de sentimientos que le ofuscaban.

El encuentro se dio y Aníbal, convertido por obra de su nerviosismo en el ser más torpe de todos, se enredaba con su parlamento; nada de lo que expresaba se entendía. Era solo un cantinfleo lo que surgía de aquel hombre que sudaba por lo asustado que se encontraba. Mi abuela Mervin estaba a punto de perder la paciencia por las incongruencias infinitas que el muchacho profería, pero en ese preciso instante Mercedes intervino e hizo que se relajara, haciéndole entrega de un vaso de agua bien helada que de inmediato él tomó con excesiva avidez. Ya calmado, se presentó muy amablemente ante todos y dieron inicio a una larga conversación, la cual fue muy amena.

Con el tiempo llegaron las desavenencias entre mi abuelito Raúl y mi abuelita Mervin, quienes a diario discutían, porque mientras a uno le agradaba Aníbal y le parecía un buen muchacho, a la otra le daba mala espina la enorme cantidad de tatuajes que poseía, y con lo que ella no estaba de acuerdo para nada. Su hija no iba a tener nada con ese “malandro”. Asi mismo lo decía mi abuelita. Solo por el hecho de poseer algunos tatuajes, lo catalogaba con ese peyorativo término, sin darle una oportunidad de hacerle entender lo contario. Socavó ese hecho, los cimientos de una relación que había podido ser perfecta; según pensaba Mercedes. Comenzaron a verse a escondidas en cualquier lugar, como si fuese un pecado amarse. Con el tiempo, de tantas discusiones que se suscitaban en casa, ella se fue alejando, ya que Aníbal también lo había hecho y asi, sin más ni más, aquel fuego incandescente se apagó. Por lo menos, ya la semillita había quedado depositada y estaba creciendo lenta, pero decidida.

“Mercedes, estoy muy emocionado, pues ya he llegado a mi décima semana dentro de ti y estoy creciendo muy rápido y saludable. Ya pudiera decirse que soy un feto. ¡Qué bueno!, he dado un gran paso. Mido aproximadamente siete centímetros. Ya se pueden denotar mis párpados, mis orejas y mi cara”.

Un día Mercedes se topó con Aníbal por pura casualidad y lo encaró. El caballero no le había dado, como era lógico, una explicación convincente de su abandono brusco e infundado. Ella no tenía la culpa de que su madre lo hubiese tratado de esa forma tan despectiva. Nunca tuvo de acuerdo con aquella estigmatización exagerada, con aquella obsoleta forma de pensar. Todo lo contrario, fueron exasperadas las tantas discusiones que tuvieron, precisamente por querer defender un amor que pudo haber pasado a la historia; como el más bello de todos.

Mi padre se portó como un cobarde, huyendo en la primera oportunidad. Mercedes no podía creerlo, se había enamorado de él con todas las fuerzas; le había entregado su pureza. Sí, aunque pareciese mentira, ella conservaba su virginidad a pesar de ya tener veinticinco años. Se las jugó todas por ese amor y él sencillamente dijo: “Si te he visto… no me acuerdo”. Se burló de ella cobardemente. No fue capaz de enfrentar a mi abuela y demostrarle lo contrario de lo que pensaba de él. Prefirió el camino más corto y más cómodo tal vez. Aquella cobarde decisión hizo sufrir demasiado a Mercedes, quien aún no sabía que algo estaba sucediendo dentro de ella.

Mi abuelita, al enterarse de que ellos seguían viéndose a escondidas, enfrentó a su hija reclamándole su comportamiento. De manera precipitada e inconsulta, la echó de la casa sin medir las consecuencias que ello podría acarrear. Mercedes trató de buscar refugio en su padre, pero este, al ser un hombre manipulable por su mujer, y en virtud de que ya la decisión había sido tomada de manera irrevocable; no hizo más que secundarla en la misma. Ambos le dieron la espalda a aquella mujer que solo siguió los impulsos de su corazón. Decidió marcharse, no tuvo otra alternativa.

Por amor estuvo dispuesta a todo por aquel hombre, pero su gran sacrificio fue en vano; no le quedó más que enfrentar la vida en solitario. Se marchó a la casa de Erika, una de sus compañeras de trabajo; pensó que sería solo por unos días. Especuló que él la buscaría, para resolver juntos aquel embrollo en el nombre del amor. Pasaron algunos días y ella siguió esperándolo, creyendo en un arrepentimiento que nunca llegó. Luego de un mes, nuevamente por obra de la casualidad, se encontró con él; ya en ese entonces Mercedes sabía de mi existencia. Se lo hizo saber y fue como si nada; como si no fuera con él lo que le estaba diciendo. Se mostró así tal cual era; un canalla con todas sus letras.

“Mami, ya he entrado en el segundo trimestre de esta larga espera. Ya ha crecido demasiado mi cabeza. Es inmensa con relación al tamaño del resto de mi cuerpo. Se están formando mis cositas, ya se me notan; ya sé que soy Jorge. Ya mi cara está formada. ¿A quién me iré a parecer? De seguro que a Aníbal, porque así son estas cosas. Bueno, lo que cuenta es que ya estoy dando grandes pasos, y estoy creciendo fuerte y sano; así me siento mami”.

Mi madre no la pasó nada bien después de aquel engaño. Vivió arrimada en casa de sus amigas durante mucho tiempo; pero solamente pasaba unos días en cada casa, ya que ellas, excepto Amaloa, también vivían con sus padres y por esa razón no dependía de ellas el hecho de ofrecerles alojo por más tiempo. Por ello aquella noche estuvo entusiasmada, porque le iban a dar una respuesta en cuanto a la habitación que alguien había quedado en alquilarle. Por el momento, una sencilla recámara con todas sus comodidades esenciales sería más que suficiente; no ambicionaba nada más. En realidad hubiese preferido una casita con dos recámaras y un baño, además de la sala de estar, el comedor y un lavandero en el cual podría realizar en alguna ocasión; alguna pequeña reunión de amigos.

La respuesta dada no resultó ser la que ella estaba esperando con mucho entusiasmo. Había resultado muy alto el pago solicitado por el canon de arrendamiento, por ello no se pudo concretar la negociación; a pesar de que para ella era muy apremiante encontrar un sitio acogedor en donde pernoctar en santa paz. Tuvo que esperar unos meses para poder acceder a un sitio donde vivir de manera independiente, sin sentir que importunaba a nadie y por supuesto, sin que nadie le mortificara la existencia; quería vivir muy tranquila. Pasaban las semanas y no encontraba un lugar adecuado a sus ingresos económicos, todas las habitaciones superaban su capacidad de pago.

Hasta que por fin, tras una pequeña ayuda de un conocido, logró una pequeña morada que se adaptara a sus requerimientos y, sobre todo, a su escuálida economía. La negociación se llevó a cabo de inmediato. Luego de agradecer a su amiga por la hospitalidad, se marchó presurosa. Pidió permiso ese día en el trabajo para dedicarse a trasladar sus cosas que, aunque no eran muchas, resultaban pesadas para hacerlo ella sola. Finalmente, con la ayuda de Ramiro, un vecino fiel y cooperador; se llevó sus enseres que no eran más que su cama, un escaparate, una cocina eléctrica de una sola hornilla y varios enseres de su diario proceder; unos gabinetes y otras cosillas como prendas de vestir y cosméticos.

Se concretó de esa manera su nuevo destino. Ya había encontrado albergue, un sitio donde podría dar riendas sueltas a su ilusión de futura madre. Y vaya que se había sentido en extremo feliz al presumir de su estado de “Futura madre”. A ella no le importaron los comentarios malsanos de quienes criticaron el hecho de haber salido embarazada sin estar casada. Lo único importante en ese momento de limitaciones y de soledad, era únicamente yo. Pasaba las horas después de la jornada laboral, dedicada incesante a conversar conmigo. Digo esto, porque hasta cuando dormía lo hacía; es decir, soñaba conmigo. Recibía yo sus palabras tiernas y amorosas con sobrado cariño.

“Ya hace rato que pasé las veinte semanas mami. A estas alturas, ya tengo una medida cercana a los dieciocho centímetros y peso cerca de doscientos gramos. Los huesos se han vuelto más duros, lo puedo notar cuando me toco. Ya no palpo aquel tejido blando que sentía antes. Ha comenzado a aparecer un bello muy fino sobre mi piel; lanugo le dicen los doctos en la materia. Mami, ya puedo oír, he comenzado a escuchar. Aunque siempre he sentido tus palabras gracias a la magia del amor, en este momento puedo escuchar, materialmente hablando. Me muevo de forma más activa, de modo que creo que ya puedes sentir mis movimientos. No me equivoqué, esta noche gritaste de pura emoción cuando sentiste mi primera patadita”.

Había veces que notaba a Mercedes muy callada, su tristeza era muy evidente; había quedado aislada de su familia. Ella pensaba constantemente en mi abuela. Entristecía al recordar que la misma había sido demasiado intransigente, se había portado con una soberbia jamás sentida en ella. Le dolía que le hubiere retirado el habla, además de haberla tratado con suma indiferencia. Lastimosamente mi abuela dejó de hablarle como si hubiese cometido el más grave de los pecados, solo por haberse enamorado y haber quedado embarazada estar. Mi abuelo no decía nada, solo secundaba a mi abuela de manera callada, con un gesto de frialdad en su semblante.

Mi madre pensaba también en Aníbal, el único hombre a quien había amado. Yo deseé desde el fondo de aquel corazón chiquitito, que pudiera olvidarlo pronto. Me daba mucha rabia, aunque resultara pecaminoso que sintiese ese oscuro sentimiento estando en aquel sagrado lugar, el vientre de mi madre; pero al sentir que ella sufría de esa manera por el hombre que le había hecho tanto daño, aunque fuese mi padre; no podía evitarlo. Pensaba en la dejadez de alguien que no supo apreciar un gran amor como el que entregó mi mami. Además, eso tan corrompido que sentí, también fue por la actitud de mis abuelitos. Lo hice, cuando comprobé que sus seres más amados le habían dado la espalda, a sabiendas de que ella estaba encinta. No se imaginaban el daño que le hacían a su hija y por ende, a mí.

La tristeza de mi mami, era podría decirse, insuperable. Ya quería salir de su vientre y verterme a la vida de inmediato, para estar a su lado y que no se sintiera tan sola. Sabía que aún no era posible, pero era lo que más deseaba en esa incipiente vida que poseía. La tristeza siempre había estado presente en Mercedes. Desde que era una niña solitaria, sin hermanos ni amigos. Jugaba encerrada en su alcoba debido a los prejuicios que su mamá tenía con medio mundo. Ni aun en el colegio tenía alguna amistad, eran solo compañías fugaces que se disipaban cuando terminaba la clase y había que regresar nuevamente a casa.

La soledad fue siempre su compañía. Por eso, desde el rincón de la gloria de Dios que yo ocupaba cuando era un angelito, miraba a Mercedes batallar a diario con su soledad y con la tristeza que esta le provocaba. Vivía una existencia monótona y lánguida. Sus soliloquios eran permanentes, solo eso le hacía sentir que estaba viva. Yo la miraba y al sentir su tristeza, no podía evitar sufrir también. Su desconsuelo perturbaba mi tranquilidad. Era pues en ese entonces yo, un angelito travieso que miraba a un ser embargado de tanta soledad y tanta tristeza.

Nunca hubo un cuento fantasioso que alguien leyera para ella y le hiciera dormir. Se adentraba en su habitación apenas la noche nacía y ya instalada allí, se sentía aplastada por la soledad más inmisericorde. Desde mi rincón en la gloria de Dios, yo sentía su tristeza. Me atreví a pedirle al señor que me dejara acercar a ella y así sucedió. Fui, a partir de ese instante, su ángel de la guarda. Desde el cielo velaba sus pasos. La cuidaba como nunca nadie lo había hecho. Estuve siempre a su lado, aunque ella no se daba cuenta. Ella sentía que había algo que la cuidaba; pero nunca imaginó que se trataba de su ángel.

En muy esporádicas ocasiones Mercedes y sus padres viajaban a Buenaventura, un sitio muy pintoresco emplazado en pleno corazón de la sierra. Un pueblo fastuoso y de atractivo clima. Distaba desde donde ella habitaba, aproximadamente cuatro horas en un viaje a velocidad moderada. Sus casas eran primorosas, como sacadas de un cuento mágico. Casas construidas hacía mucho tiempo y que conservaban su originalidad con hidalguía. En ese paradisíaco lugar, había nacido hacía un bojote de años, mi abuelita Mervin. Allá vivía su madre, mi bisabuela Leonor, a quien toda la vida llamaron “Nona”. Poca gente, incluso algunos miembros de su familia, sabía el verdadero nombre de la matrona.

Fue una gran dama en todo el sentido de la palabra. Siempre la distinguió una coquetería innata. Lucía una corta talla, su voz tenue y pausada era una de sus principales cualidades. Había que hacer un esfuerzo sobrehumano para escucharle, por lo que casi siempre tenía que estar repitiéndolo todo, cosa que la ofuscaba enormemente. Parecía una muñeca por lo linda que era. Sus facciones reflejaban una gran longevidad dedicada a una fecunda prole.

Sus cabellos eran cambiados en su color cada vez que la ocasión lo requería, a petición de una de sus hijas. Y bien bonito que se le miraba con sus cabellos hermosamente pincelados. Mi bisabuela Nona viajaba constantemente. Uno de sus hijos, el tío Juan Bautista, residía en una de las grandes ciudades centrales en la cual tenía un prolifero negocio. Conformaba una familia hermosa, la paz y la unión la fecundaban. Era pues, requerida la presencia de la bella viejecita para decorar esa, su casa, que brillaba cual piedra preciosa; contando de manera constante con la presencia bendita de Leonor, de mi bella bisabuelita Nona, quien hoy por hoy frecuentemente sonríe para mí.

Todos los años, en ocasión de la semana mayor, la familia viajaba a la sierra. Mi abuelito tenía un carro que, aunque arcaico y un poco destartalado, era muy espacioso. Viajaba un montón de gente, siempre los acompañaban unos parientes que habitaban en la misma ciudad que ellos. La tía panchita, hermana mayor de mi abuelita y sus cuatro hijos. Los primos Zenón, Adrián, Juanita y Evelyn ocupaban el asiento posterior, junto a su madre. Mercedes iba sentada en las piernas de mi abuelita. Obviamente que mi abuelito Raúl conducía el auto. Eran esos los días más bellos en la monótona vida de Mercedes.

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