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El drama de la vida de un niño con cáncer.

Capítulo 9 9

Palabras:1884    |    Actualizado en: 25/02/2023

en tiempo. Admito que me infundió un poco de temor, ya que me sonreía tan de cerca con sus encías desnudas y eso no era muy grato que se dijese. La ausencia de su dentadura y

iné por denotar más que su decadente cuerpo producto de una penosa enfermedad; su amor y su entrega. La tía se entregaba a los niños de la misma manera que siempre lo hizo su

se había encargado de que fuese así. Era un sitio muy apartado. Todos nos metimos apretaditos en la camioneta. El camino era muy rudimentario y maltrecho, solo un tipo especial de vehículo podía transitar por ese pedregal; aun

ue se presentaba a los sentidos; incluso yo, que había presenciado muy de cerca las más exquisitas bendiciones del Creador. Era algo de verdad precioso. La naturaleza se dejaba notar en su máxima expresión. Se manifestaba así, la grandeza de Dios al crear la perfección. Se trataba de una caída de agua de algunos pocos metros, pero no

ogata, nada de eso. Solo se presenciaba aquella elegante caída de agua, que producía una llovizna que abrazaba hasta muchos metros a su alrededor. Ya todos estábamos empapados sin habernos dado cuenta siquiera. A manera de protección, mi mami se apartó hacia un frondoso árbol, para refugiarme de lo que creía que podría llevarme directo a las ga

inmenso caudal. Aquella hazaña temeraria resultó celebrada con vítores entusiastas; aunque Mercedes por poco se muere del susto. Eran cinco los muchachos que, cuales atletas olímpicos, se dejaban caer desde lo alto e impecablemente; se sumergían en el mero centro de aquel pozo helado. Era en extremo divertida toda esa gritería. Así pasamos una vel

mismo, en medio de sus extremidades. Y hasta que no se le hubiere servido al último de ellos, no comenzaban a comer. Nadie emitía un susurro siquiera. Los adultos se ubicaban en la mesa con igual disciplinas y luego que la tía Panchita rezara en voz muy baja, iniciaban sus comidas. El tío Mengu

ón láctea. Así, privándolos de su manjar divino que para ellos producían sus madres, se arremolinaban entre sí emitiendo unos bramidos lastimeros en procura de ellas. A los muchachos los llantos les parecían muy divertidos. Bueno, en realidad a mí también me lo pare

oleaban con la brisa, sus relinches y sobre todo; sus tamaños. Era muy agradable mirar aquellos hermosos animales inmensos, a quienes admiro inclusive en la gloria de nuestro Padre. Que gran placer y bienestar me produjo cuando fui colocado, aunque solo por unos minutos, en el lo

que se extendían cual alfombra, en casi todos los lugares. Mis risas se escuchaban en la distancias y todos quienes las percibían, se emocionaban de que me estuviera divirtiendo. Todos decían: “eso no se ve todos los días. Déjalo que juegue Mercedes, no le va a pasar nada malo; no hay ningún peligro”. Mi madre, evidentemente, confió en sus parientes como quien dice, con los ojos cerrados y continu

omento yo, aterrado y aturdido, no sabía hacia donde dirigirme. Estaba un poco mareado. En unos minutos sentí que todo me daba vueltas. Entré en pánico y no hice otra cosa sino, emitir un llanto que ensordeció a todos, en el inicio de aquella noche que se anunciaba aciaga. En el grupo de familiares y a

uien corrió y al rato se apersonó con una linterna enorme que alumbraba en todas direcciones. El tío Mengue se introdujo, linterna en mano, en la vegetación y me encontró tirado en el suelo, acurr

e pareció mal. Al querer probarlo, su sabor fue horrible, demasiado desagradable. Probé solo un poquitico de uno de aquellos frascos y de inmediato lo tiré, el resto del líquido mojó toda mi ropita. Al rato comenzó todo a mí alrededor a dar vueltas y más vueltas y, asustado, me puse a llorar para que Mercedes me “salvara” como siempre lo hacía. In

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