El drama de la vida de un niño con cáncer.
o tan gélido. Mi madre querida había tenido la precaución de mojarme aunque fuese un poquito, cuando era mediodía y el sol calentaba las pieles al salir y exponerse a él. Era majestuosa la forma com
orque Mercedes me elevaba de cuando en cuando. Entonces, estando
as a que parecía un borrachito, que el cansancio del extenuante ejercicio me estaba llevando en un viaje sin escalas, directo a los brazos del sueño. Mi abuelito miraba a Mercedes desde la roca inmensa que le servía de asiento y donde, por momentos y alejándose del grupo; se había ubicado a fumar el eterno tabaco que tanto
adres no continuaran haciéndose daño con aquel complejo de culpa, mi madre les expresaba constantemente que todo había sido culpa suya. Mi abuelito sabía sobremanera que eso no era así, que tanto él como mi abuelita, habían actuado de una manera desconsiderada cuando lograron de una forma, si se quiere cruel, que Mercedes iniciara un camino en solitario; más aún, a sa
i había tenido que padecer muchas calamidades. Supo, de boca de mi propia madre, que ella en reiteradas ocasiones se tenía que alimentar una vez en el día para no gastar más allá de
cuidado. Eso ocurrió en la ocasión de que un malandrín de los que a diario abundan por doquier, la despojó de las pocas monedas que llevaba encima. Mi padre, desaparecido de una escena en la cual solo
demás pensaron que deambulaba distraído mientras fumaba; pero no era así. Acudió a su hija en busca del perdón que necesitaba como a nada en la vida. Solo el perdón de su hija le podría devolver la paz a su alma, eso pensaba, estaba convencido de ello. Era exclusivamente la indulgencia de su hija, el único aliciente que le iba a permitir seguir en su camin
e ello ya que, como sucedía muy a menudo, vagaban sus pensamientos por sitios insospechados; como esperando una respuesta que nunca llegaba. Ya me había despertado y estaba sent
aquel divertido gesto, él perdió el interés y yo, entusiasmado, comencé a exigir más diversión; eso fue lo que propició aquel griterío que atrajo la atención de todos. Mi mami salió de su ensimismamiento, ofuscada y confundi
mas nacidas de un llanto descomunal que había permanecido callado, más allá de los límites de su capacidad de aguante. Mi abuelo no decía nada, solo lloraba y lloraba sin parar. Fue muy triste ese espectáculo. Aunque solamente eran ellos los protagonistas, yo, en mi condición especial que lo captaba todo, incluso ante
única que fue, había tenido su padre tiempo más que suficiente para dedicárselo a manos llenas. Hubo mucho amor, sin duda alguna, pero no bastó con que existiese, siempre resultó necesario haberlo expresado de alguna de las mil maneras con las que se demuestra ese magno sentimiento. Desde n
llo dispuso mi abuelo. Él le expresó todo lo que había llevado consigo desde el fatídico día en que se dispusieron a darle le espalda. Se culpó por haber tenido aquella máxima indiferencia desde siempre, por no haber expresado el inmenso amor que sintió por ella desde antes de haber na
bía hecho en el pasado, cuando un empleo exigía más tiempo y dedicación que una familia. Mi abuelito tuvo el siguiente lema desde ese entonces: "Se es padre cuando se siente y se expresa el amor sentido por el hijo. Cuando se palpa, cuando se materializa en un abrazo, en una caricia; en una mirada tierna, en un beso y
y le besó tiernamente en la frente. Limpió sus ojos apartando aquellas tristes lágrimas con una de mis mantas que sostenía en su mano y, acariciándolo con esa ternura que ella tendrá por siempre con quien ama, perdonó, dio