El drama de la vida de un niño con cáncer.
hacía aquella tormenta eléctrica que parecía rasgar el cielo. Era verdaderamente un diluvio lo que había traído el día. Se hubo iniciado esa feroz lluvia bien adentrada la madrugada, y er
a santa cruz en la distancia. Encomendaba así a Dios, nuestras vidas que creía amenazadas por aquel tremendo aguacero, el cual se empecinaba en ser más fuerte a medida que transcurría el tiempo. Cada vez que
. Mi mami me cargaba entonces, tratando de calmarme. Eran los quince kilos de mi peso, los que paseaba con extremado esfuerzo de un lado a otro de la alcoba, muy pausadamente, para evitar un resbalón; ya que en ese momento, estaba colmándose la misma del agua q
ba a más no poder, dormir escuchando el sonido de la lluvia. Siempre decía que, desde su punto de vista, no había otro somnífero más efectivo. Por su parte, mientras más agua sacaba mi abuelita, más agua penetraba desde la calle. Por ello, s
ace como bendición divina para regocijo de los hombres, pero el miedo que causa es muy poderoso. Aun así, sintiendo más miedo que el resto de las personas, estás tú como siempre a mi lado; colmándome de u
grandiosos. Muchas viviendas fueron anegadas y sus habitantes refugiados en donde pudieron. Todos los servicios colapsaron, sobre todo, el eléctrico; de por sí ya excesivamente deficiente. Aquella enorme precipitación, inusual por demás, se estaba esperand
cantes, acumuladores o neumáticos. Se sufría demasiado por eso. A raíz de ello, los camiones privados encargados de llevarla, exigían demasiado dinero a cambio, incluso hasta divisas. Mi mami se preguntaba que si no había agua para el pueblo, ¿de dónde sac
la tarde mis abuelos se la pasaron tirándose indirectas. Ella reprochándole su actitud, ya que no hubo colaborado en nada para sacar el agua y él, pidiéndole paz. No peleaban, ya que sabían que para mí eso no era lo a
eciente llegada de un período lluvioso que parecía haberse olvidado de esos parajes. La tía Panchita le comentaba a mis abuelos, en una llamada telefónica, que a Buenaventura el agua de las lluvias había llevado muchas bendiciones. Las cosechas habían sido favorecidas y se había dado de todo.
del progreso, precisamente por la grave situación económica que arropaba a muchos; y esa humilde familia no era la excepción. Eran muchas hectáreas abandonadas a su suerte y a la maleza que crecía sin parar. Quiso el pariente, recuperar las tierras de sus ancest
allar contra la infinidad de plagas que azotaban a los animales y también a las plantas. Ellos, muy sabiamente, tenían una muy buena dotación de elementos de combate. A saber, poseían en sus depósitos, además de abonos, semi
sitantes. Había una pequeña laguna artificial donde bebía el ganado después de comer abundante sal. El potrero era fructífero y por ende no les faltaba alimentos. Aunado a ello, el padrote se encargaba, por su parte, de perpetuar la especie; muestra de ello era que había muchos becerros que acrecentaban el r
as una crisis económica que había comenzado a hacer merma de manera desgarradora, los comerciantes se excusaban en ese trágico hecho para despedir a un gran número de empleados. Aunado a ello, resultaban míseros los
n sus propósitos académicos. Se propuso mi querida e inolvidable madre, iniciar sus anhelados estudios universitarios en la localidad; hasta cerca de casa quedaba la institución. Desde niña había sentido afinidad con los cuidados a los enfermos, inclusive, cuidó como un tesoro un regalo de
esquina. Perdimos aproximadamente dos horas en esos menesteres. En fin, a la hora prometida ya los parientes estaban preocupados por nuestra demora. Fuimos recibidos con la euforia que se demostró siempre en nuestra familia. Era algo que nunca se podría describir. Resultaba lo más puro, espontáneo e incondicional del sentimiento humano. No existe en la vida nada má