Generoso, un anciano de 92 años de edad, es invitado a una gala en el teatro, obra que había estado esperando durante décadas. Pero surgieron contratiempos antes de la cita, una serie de fantasmas aparecen ante él; unos para torturarlo y otros para darle ánimos. Cuando por fin llega al teatro, comienza una obra cuyos pormenores exaltan los sentimientos del sufrido anciano. Sufre y es feliz, a la par que lo hacen los personajes en cada capítulo. En la obra teatral se recrea la vida de un niño desde su nacimiento, pasando por una infancia terrible, donde es esclavizado tras ser vendido por su padre junto a sus hermanos. Al terminar la etapa de su esclavitud se enamora, contrae nupcias y vive momentos felices. Tras la gravedad de su hijo decide transitar un camino equivocado que lo lleva a prisión, donde es encarcelado durante décadas. Su esposa, creyéndolo muerto, rehace su vida y se casa nuevamente. Al salir de prisión, ya viejo y al verse solo en el mundo, se entrega al alcohol y a otros vicios. Finalmente, al llegar al final de la obra, se devela que la misma nunca existió. El anciano, frente al gran ventanal de su habitación del hospital, había revivido cada episodio de su vida desde sus inicios. Todo aquello, previo a su muerte por cáncer.
Generoso lucía cansado, agobiado, parecía que llevaba a cuestas, toneladas de pesares. Llevaba mucho tiempo viviendo, tal vez estaba ya cansado de hacerlo. Era un anciano de noventa y dos años. Sus pasos intentaban llevarlo muy despacio hacia donde tratara de dirigirse; que no era a muchos sitios por cierto, puesto que la monotonía, tediosa por demás; lo estaba consumiendo de manera cruenta. Realmente esos pasos solo se adentraban a un muy reducido espacio. Conservaba aún la autonomía sobre sí mismo, sobre sus pensamientos, aunque su cuerpo ya fatigado; era en extremo lento.
A pesar de todo, con sus muchas limitaciones obvias, ese cuerpo antaño aún le obedecía. Era esa obediencia la que se podía esperar de un cuerpo longevo, un cuerpo tal vez cansado de vivir. En ocasiones, ese acatamiento se hacía el tozudo y le dejaba muchas sorpresitas. Y eran esas sorpresas, pegadas en unos calzones que iban a dar directo al piso frío de pulidas baldosas, y que llegaban directo a los olfatos. También en ocasiones, se detectaba un tufillo a orines rancios provenientes de una vejiga, cuyo esfínter probablemente había recibido una orden a destiempo. Caso contrario resultaba su sentido de la visión. Sus ojos sí que miraban perfecto. Era una agudeza visual que cualquier joven envidiaría. Del mismo modo lo era su sentido auditivo; sus oídos sentían cualquier ruido como si el tiempo no hubiese transcurrido.
A pesar de su visión aguileña, de su ojo derecho salía constantemente un lagrimeo. Era algo que ya lo caracterizaba. Su órgano visual comenzó a exteriorizar ese defecto desde que tenía sesenta. El oftalmólogo a quien consultó aquella tarde lejana en sus recuerdos, diagnosticó una obstrucción en el canal lacrimal, y convino con el caballero en que tendría necesariamente, que realizarle una intervención quirúrgica para corregir de esa manera, la bendita obstrucción; pero Generoso descartó esa idea de sopetón. Con el tiempo, y después de más de treinta años llevando esa molestia consigo, en un principio la odió como a nada en el mundo, puesto que le robaba la calma; luego se acostumbró a ella, por lo que llevaba en su mano de manera permanente, un pañuelo con el cual secaba el constante lagrimeo; y al final ya se había acostumbrado tanto, que la extrañaría en caso de que eso que en un principio odió tanto, hubiese desaparecido para siempre. La pierna derecha tenía una anomalía en la rodilla, por lo que su paso era desviado hacia ese lado. Por lo tanto, se sentía achacoso y no era extraño escucharlo parafrasear insolencias y palabras subidas de tono. Pero ese tono era solamente para él, ya que en la embriagante soledad que ocupaba y además, con ese ininteligible parlamento; difícilmente alguien pudiera escucharle. Y en caso de ser escuchado, sería algo así como un idioma sideral venido desde algún lejano planeta.
Ya Generoso hasta se había olvidado del año en que nació. Lo que sí recordaba era a su padre y a todos sus hermanos. Y vaya que recordaba a su padre, puesto que un oscuro manto de odio y repulsión hacia él lo cubrió desde siempre y para siempre. De su madre solamente tuvo referencias de sus hermanos mayores. Lastimosamente, ella había fallecido "de parto", murió al ver él la luz de la vida. La deidad de su madre le había sido narrada sobre todo, por sus hermanas. Los relatos referentes a quien consideró siempre una santa, llegaban constantemente a su ofuscado sentido y le brindaba aún; instantes plenos de felicidad. Generoso había nacido en un momento difícil de su país, por allá por el año 1929. Una férrea mano criminal llevaba las riendas de la patria, como si de una gran hacienda se tratara. Una hacienda en la cual se hacía de manera descarada y brutal, todas las atrocidades que la mente pervertida del hacendado ideaba. Su nacimiento se produjo cuando florecía desde hacía meses, una avalancha de seres echados para adelante, quienes se jugaban de manera valiente y temeraria, el futuro del país.
Era la generación del 28, la misma que encaró a la férrea dictadura, que luchó sin armas y con muchos ideales, contra la autoridad nefasta que bastante sufrimiento produjo a todos sus integrantes; sobre quienes cayeron pesadamente, los desmanes de una represión descomunal. La vida de Generoso fue dura, muy dura. Con el paso de aquella hecatombe que duró hasta que el tirano se fue al infierno, Generoso vivió nuevamente casi treinta años después, la caída de otra dictadura cuando, tras su casamiento con Jacinta en julio 1957; un obeso, calvo y enano General, tras el revuelo de aviones, la intervención muy oportuna de manos extranjeras y el patriotismo de muchos ciudadanos; especialmente los de aquella "generación"; abordó aquella nave sagrada, y abandonó el poder enrumbándose hacia un destierro, que lo catapultaría a lo más detestable de la historia de un hermoso país.
La tarde del día anterior, Generoso hubo recibido una agradable sorpresa. Un joven de no más de veinte años, vestido de manera casual, tocó a su puerta. Él amablemente lo recibió, pero el joven no quiso pasar alegando que tenía mucha prisa. Se limitó a entregarle un sobre cerrado, y posteriormente se retiró. Ya a solas, el anciano se enrumbó como siempre, muy despacio, hasta llegar al borde de la mesa sobre la cual dejó aquel sobre. Luego de ello, fue por la única silla de aquel arcaico juego de comedor de madera oscura y pulida que le quedaba en pie. Se sentó y contempló el sobre, embargado por la curiosidad congénita de querer saber su contenido. Hacía tanto tiempo que no recibía correspondencia, por lo que quiso acariciar tiernamente la que en ese instante acababa de recibir. Soportó por unos eternos minutos, el deseo de saber lo que se ocultaba dentro de aquella envoltura de papel. Se dedicó a contemplarla detalladamente, como saboreando con su tierna mirada, el exterior de aquella cosa que se dispuso minutos después a abrir, y a descubrir su contenido.
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