Siento una gran curiosidad porque casi todas las noches, quizá por el cansancio de mi ajetreada rutina diaria y mis tantos problemas existenciales, sueños cosas extrañas, mejor dicho, escucho en mi subconsciente mientras duermo, voces misteriosas que me hablan. Precisamente anoche escuché lo siguiente; me da la impresión de que alguien que no sé de quién se trata, me quiere decir algo en una especie de acertijo romántico: “Hace poco vi la luna, nuestra más bella fortuna.
Que venturosos somos de poseer un gran y estimado tesoro invalorable, al cual todos podemos acceder, y sin excepción todos la podemos ver. Los invidentes acuden a ella y la observan aún más esplendida, inclusive observan también a las estrellas, y de ellas claman palabras en extremo bellas. ¿Cuántos poetas medievales dirigieron sus cántigas a ella, a nuestra adorable doncella, a la dama de las noches, a la eterna enamorada? Y ella no dice nada, solo se posa golosa a la eterna inspiración gloriosa que nos hace declamarle, que nos hace bendecirle y mil cosas decirle ante las damas que el romanticismo reclama.
¿Quién no ha declarado amor ante la luz hermosa de la luna? ¿Díganme cuantos poetas no han escrito mil versiones a esta dama que nuestros halagos reclama? Odas y declamaciones, palabras colmadas de pasiones nacen de ella, surgen de su luz colmada de hermosura, en su conticinio. Imagino, mi amor, tú y yo solos en la luna, como si fuese verdad, obviando la gravedad, tomados de nuestras manos y observando todo lo hermoso que ha de ser su contenido, que alborotaría nuestros sentidos. Nos sentaríamos frente a frente y, rozando nuestras frentes, surgirían las caricias, los besos espontáneos aparecieran. La sensualidad naciente llegara y definitivamente tu vestido despojara. Ya mi vestidura lejos permaneciera y las pieles bien candentes nos reclamaran más cercanía, y por ello tu carne se uniría a la mía en una entrega amorosa, la determinación más grandiosa. Esa sería mi fortuna, esa sería mi fantasía, el colmo de mi deseo. Mi amor, amarte allá en la luna”
Y estas otras especies de declaraciones que se repite insistentemente cada noche: “Admiro tu caminar, tu dulzura y tu encanto. Admiro el cabello que danza deseoso, y retoza sobre tus hombros blancos. Admiro el brillo triunfante de tus ojos preciosos. Admiro también tu boca que es embrujo soñador, y admiro, asimismo, tus labios de donde quiero que emerjan deseosas y soñadas, las bellas y también deseadas palabras, cubiertas todas de amor. Admiro tu piel tan tersa y delicada. Suave, limpia. Tan fina, tierna y perfumada. Admiro tus manos blancas, tal vez de seda, que invitan a un roce y a una caricia; a una admirable y tierna delicia que significa palpar tus dedos juguetones; tus dedos bellos de frenesí. Admiro hasta tu silencio poderoso y desafiante. Que grita y expresa un deseo añorado y por siempre esperado. Admiro tu manera de ser tan dócil, frágil y tierna. La forma de hacerme sentir, en extremo afortunado. Admiro que seas tan bella y elegante. Admiro tu cuerpo entero que es belleza insuperable. Tu adorable perfección y la deidad suprema. Admiro tu cuerpo tan bello colmado de la grandeza. Admiro por sobre todas las cosas, tu alma íntegra, tu alma entera; a la que admiraré por toda la eternidad. Admiro como nunca he admirado a tu amor y a mi amor como la única verdad perdurable.”
“Que terrible desengaño ese que hoy recibí. Fue una insondable realidad la que a mí vida llegó, como llegan despiadados los aciagos momentos. Como se adosan tortuosos, como se aproximan agrestes, atroces e infames, todos estos tormentos. Sin dejar de soñar me acerqué a un camino. Me acerqué a lo que quise fuera mi destino. Sin dejar de querer me dibujé una esperanza con la nostalgia guiando ese camino, con la certeza puesta en ese destino. Y en ese camino recibí una ráfaga de desdén. Se vertió en mí, un desprecio, un desengaño. Lo sentí de tal tamaño, lo sentí de tal medida, que así destronó enseguida un amor de tantos años. Fue un temible desengaño el que se hizo presente. La decepción más grande que a mi vida llegara. No pude ya soportarlo, no pude hacer ya más nada. Solo me atreví a dejar que me aprisionara ese enorme desengaño que en mi alma se posara. Sentí su muy cruel talante de hacer sufrir. Sentí que de mi vida se apoderaba. Sentí que llegaban a mí unas malvadas; unas ruines cuitas que evadí por tantos años. Pero aun así, me destruyó el desengaño.”
“Me desperté una mañana con la esperanza de sentir una mirada de seda, una mirada de encanto. Quise sentir junto a mí, una mirada grandiosa, una mirada que exprese y grite, que haga olvidar mi llanto. Son tus miradas de seda una oda a la hermosura. La apología elocuente que expresa mil sentimientos. Tus miradas brindan el consuelo que demuestra, que existe una magna dicha en la seda de tus ojos, en esos tus ojos tan lindos, colmados de la hermosura. Una mirada de seda es lo que necesito. Una mirada de seda es lo que me consuela, es todo lo que deseo, es todo lo que anhelo. Solo una mirada de seda que me regale la dicha de contemplar tu amor exquisito. Es por ello que esta mañana al mirar tus ojos descubro en ellos una mirada de seda. La tierna mirada de primavera. La mirada exquisita que regala todo a mi vista. Tu mirada de mil consuelos que me hace tan feliz. Ya puedo morir tranquilo, ya puedo morir airoso porque he visto una mirada de seda. Seré un hombre por siempre afortunado, un hombre por siempre engalanado con la mirada que enamora y que para siempre se queda.
“Mi realidad es venida desde un lejano pasado. Un pasado que cabalgué en monturas doradas. Un pasado que albergó el brillo de una primavera. El pasado que hoy añoro, en un presente sombrío, el mismo que se quedó en un sueño atrapado. Y es en ese sueño en el que me encuentro perdido. Atrapado entre sus redes, y en ese rostro que miro. Es mi sueño el que me entrega el amor y la ternura. El sueño en que la contemplo, el que me lleva a la locura, de estar perdido en un sueño, y ese sueño ya se ha ido. Ya mi vida se entristece, mi sueño se ha marchado. Se alejó llevándose mi vida por completo. El sueño me atormenta, pues con él el amor también se ha ido y me deja el alma sola, extraviada y temerosa. Ya no es un sueño perdido, hoy es un sueño atormentado. Estoy perdido en un sueño. No sé a dónde se ha marchado. Se extravió en el preludio de un tiempo eterno. Y en ese tiempo grandioso, no te miro en la distancia. Te siento lejos, no te diviso cerca de esta estancia. Me atormento y enloquezco; porque a mi sueño no has regresado. Estoy perdido en un sueño, perdido en el pasado glorioso. Estoy perdido en un sueño, en mi sueño estoy perdido. Y este sueño hoy ya me destroza la calma. Desgarra mis sentimientos y mi ternura. Infeliz porque en mi sueño ya te has ido.”
Pero en realidad lo que me dejó aún más desconcertada fue esto que a continuación presentaré. Se trató, sin lugar a dudas, de un sufrimiento sentido por alguien que me gustaría saber, por supuesto, de quien se trata, aunque imagino que es alguien muy cercano a mí, o que está por llegar a mi vida. Aunque pensándolo bien, ha ocurrida varias veces que repica el teléfono y por más que pregunto quién habla, nadie contesta, pero se queda en la línea como esperando no sé qué cosa: “En el gran vacío que cubría aquella sala, se escuchó el repicar del teléfono. El ruido de inmediato invadió esa solitaria estancia, que a esa hora era testigo de un silencio extremo. Qué silencio tan pesado se sentía. Tras la bocina, el silencio se escuchaba despacio, alargado a las expresiones, combinado con un aliento escapado de una boca que, oculta, no decía nada. De inmediato, las palabras negadas se cobijaron con el sonido aturdidor que delataba la ausencia. El teléfono hizo silencio, ese silencio que expresaba la gloria. Estaba allí, la sentía. Era su respiración, ese modular sagrado que llegaba para quedarse. Lograba que en el silencio, se ocultaran mil voces, se albergaran las sonrisas, las caricias que llegaban en la oscuridad reinante. Deseaba el sonido ser escuchado, el silencio ser empapado con un superficial modo de delatar a una callada caricia.