Introducción
La música de la gala llenaba el lujoso salón del hotel, y mi esposa, Isabella, se acercó con una copa de champán y una sonrisa perfecta.
Sus palabras eran escalofriantemente familiares: las mismas que, en mi vida anterior, iniciaron mi descenso al infierno.
En esa vida, bebí alcohol hasta el estupor. Al despertar, fui acusado de golpear a mi propio hijo y arrojarlo por el balcón, un crimen que no cometí pero por el que Isabella lloró ante las cámaras.