El Novio Indeseado

El Novio Indeseado

Emma Brown

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Capítulo

Helena Windsor siempre ha sido impecable. La heredera perfecta, la hija ejemplar, la mujer que jamás se deja quebrar. Pero todo su mundo se tambalea cuando su familia la obliga a casarse con Gabriel Devereux, el arrogante y despiadado heredero de una de las familias más poderosas del continente. Un contrato, un apellido y una guerra silenciosa: eso es todo lo que los une. Gabriel, frío como el acero y hermoso como el pecado, jamás pidió una esposa. Mucho menos una como Helena: imperturbable, elegante... y absolutamente inquebrantable. Pero cuando su exnovia -y actual víbora de alta sociedad- regresa dispuesta a recuperarlo, todo se convierte en un campo minado de apariencias, traiciones y secretos que arden bajo la superficie. Mientras las redes sociales explotan, los medios especulan y las familias manipulan, Helena y Gabriel juegan un juego peligroso donde el orgullo es el arma... y el deseo, la trampa más letal. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar para no ceder? ¿Y qué pasará cuando el odio se transforme en algo mucho más oscuro y adictivo? Un matrimonio sin amor. Un infierno disfrazado de lujo. Una pasión que ninguno vio venir.

Capítulo 1 El acuerdo del abuelo

Los pasos de Helena Windsor resonaban con elegancia por el mármol brillante del ala este de la Mansión Windsor. Su abrigo de cachemira oscilaba suavemente con cada paso, perfectamente sincronizado con sus tacones de diseñador. Recién llegada de París, donde había asistido a una gala benéfica como embajadora de la marca Lévine, lo último que esperaba encontrar al volver era una cita urgente con su abuelo. Eso ya era una mala señal

Lord William Windsor, esperándola en el despacho como si se tratara de una junta de emergencia.

La escena era digna de una novela de época: chimenea encendida, una copa de brandy en su mano derecha, y una expresión tan seria que hizo que incluso su chófer diera un paso atrás al abrir la puerta.

-Toma asiento, Helena -dijo con esa autoridad tranquila que solo los hombres que han hecho pactos con primeros ministros pueden ejercer.

-¿Qué hiciste esta vez, abuelo? -preguntó ella, con una sonrisa torcida y el tono burlón de quien ya sabe que nada bueno viene detrás de ese gesto solemne. Se sentó cruzando las piernas con impecable gracia. Su vestido negro abrazaba su figura con sutileza, como si la elegancia fuera parte de su ADN.

-He arreglado tu compromiso.

El mundo se detuvo por un microsegundo.

-¿Perdón, estas hablando enserio?

Helena era consciente de que ese momento llegaría, pero jamás espero que fuera tan pronto.

-Te vas a casar. Con el hijo de un viejo amigo mío. Se llama Gabriel Devereux. La boda será en seis meses. Todo está más que listo.

Helena lo miró como si acabara de decirle que iba a casarla con un cactus.

-¡Esto no es el siglo XIX! ¡No puedes decidir por mí como si fuera un jarrón de colección!

-Sí puedo -replicó él sin titubear-. Eres la heredera de esta familia. Y esta unión es estratégica. Es un hombre con poder, influencia y una fortuna que rivaliza con la nuestra. La fusión de nuestros imperios garantizará la permanencia de nuestro legado. Es el peso de nuestros apellidos.

-¿Y el amor, abuelo? ¿Qué pasó con eso? No quiero casarme con un desconocido.

Lord William soltó una carcajada seca, de esas que vienen acompañadas de décadas de experiencia y cinismo.

-El amor viene después... con suerte. Y si no, siempre puedes divorciarte en cinco años. Pero cumplirás con tu deber. Así como lo hice yo, así como lo hizo tu padre antes de... bueno, dejar todo tirado. Tú no tienes ese lujo. No eres una persona normal.

Helena sintió cómo se le formaba un nudo en el estómago. Había sido educada para resistir, para mantener la postura, para no mostrar debilidad. Pero eso... eso era demasiado.

Sabía que, si se negaba, pondría en riesgo la estabilidad de su madre, su hermana, las fundaciones que apoyaba, su nombre en el mundo de la moda y el negocio familiar. Su abuelo no lo decía, pero estaba claro: o cumplía o sería exiliada simbólicamente. Como una reina caída en desgracia. Esa no era una opción. No para ella. Su familia pagaría si se negaba, por ese motivo, la familia siempre se tomaba muy enserio el peso de sus apellidos.

-Cinco años -repitió, casi como un mantra mientras apretaba los puños-. Me casaré. Pero el día en que se cumplan, presentaré mi divorcio con una sonrisa.

Su abuelo sonrió, satisfecho, como quien acaba de cerrar un trato internacional.

-Sabía que tomarías la decisión correcta. Eres sensata Helena. La persona ideal para cerrar este trato.

🌹🌹🌹🌹

Semanas después, en una lujosa cafetería en el centro de Londres, se llevó a cabo la primera cita.

Helena llegó puntual. Por supuesto. Vestía un conjunto marfil con detalles dorados, zapatos de tacón aguja que no hacían ruido al caminar y un peinado recogido que parecía sacado de un anuncio de perfume francés. Cada centímetro de su apariencia gritaba "perfección". Se sentó en una mesa privada, pidió un té de jazmín, y esperó.

Y esperó.

Y esperó.

Veintisiete minutos tarde -sí, los contó- apareció él.

Gabriel Devereux.

La entrada no fue sutil. Llevaba el cuello de la camisa abierto, el cabello rebelde como si hubiera salido de una motocicleta y una chaqueta de cuero que claramente no estaba diseñada para un té de etiqueta.

Era guapo. Molestamente guapo. Alto, mandíbula marcada, barba de tres días perfectamente desprolija, y una sonrisa relajada que lo hacía parecer encantador y arrogante al mismo tiempo. Parecía el tipo de hombre que se toma un whisky a las nueve de la mañana porque le da la gana. El tipo que no busca agradar porque sabe que ya lo hace sin esfuerzo.

-¿Helena Windsor? -preguntó, sin quitarse las gafas de sol hasta después de sentarse frente a ella-. Eres aún más estirada de lo que pensé.

-¿Y tú eres aún más... tonto de lo que esperaba? -replicó ella, sin levantar la voz, pero con una mirada que podría haber matado a un ser humano común.

-Eso fue rápido -dijo él, reclinándose como si estuviera en su sofá viendo un partido-. Me gusta. Cero rodeos.

-No tienes modales, no sabes vestir y... ¿qué clase de millonario llega tarde y sin escolta?

Gabriel se encogió de hombros y levantó la mano para llamar al camarero.

-No necesito escolta. No soy una celebridad paranoica. Y no me interesa impresionarte, princesa. Yo tampoco pedí este compromiso. Mi padre firmó el acuerdo mientras yo estaba buceando en Bali. Cuando me llamaron, pensé que era una broma.

-Entonces... ¿por qué viniste?

-Porque mi papá me amenazó con congelar mis cuentas si no aparecía. Y no me gusta lavar mi propia ropa.

Helena parpadeó. ¿Era en serio?

Gabriel se inclinó hacia ella, sonriendo con una mezcla de diversión y desinterés.

-Mira, esto va a pasar nos guste o no. Así que, si quieres fingir que somos una pareja civilizada por cinco años, fine. Yo no haré escándalos. Pero tampoco fingiré ser el príncipe encantador que esperas. No soy refinado, no soy político, y no tengo ningún interés en tus cenas de gala. Podemos coexistir sin matarnos... o al menos intentarlo.

Ella lo observó con asombro. No era que fuera un idiota... era otra cosa. Un caos andante. Un guapo, magnético, insoportable caos que no se tomaba en serio absolutamente nada. Y para su desgracia, eso lo hacía aún más atractivo.

Helena suspiró y murmuró para sí misma:

-Cinco años. Cinco años. Cinco años...

Gabriel sonrió con verdadero interés. Al parecer no era del agrado de su prometida.

-¿Eso es un mantra o una amenaza?

Ella tomó su taza de té con la delicadeza de una reina y respondió sin mirarlo:

-Ambas.

🌹🌹🌹🌹

Helena caminaba de un lado al otro por la amplitud de su habitación, tan impecable y ordenada que hasta su furia parecía fuera de lugar. El eco de sus tacones contra el mármol blanco retumbaba como un metrónomo de impaciencia. Se había quitado el abrigo de cachemira y lo había dejado caer sobre una silla, algo que jamás hacía, pues detestaba la desorganización. Pero en ese momento no podía pensar en nada más que en él.

-Dicen que Gabriel es guapo -comentó Amanda desde la cama, con una voz cantarina que contrastaba con el ceño fruncido de su hermana-. Te envidio, Helena, te casarás con un hombre sexy.

Helena giró de golpe, con el rostro tenso, y clavó en su hermana menor una mirada que podría congelar un océano.

-Es un imbécil. -La palabra salió cargada de veneno-. Si lo hubieras visto... no le importa nuestro compromiso, ni siquiera parece consciente de lo que significa.

Se llevó la mano al rostro, recordando la manera despreocupada en la que Gabriel había entrado al café, con el cuello de la camisa abierto, el cabello desordenado, esa chaqueta de cuero como si se tratara de un simple mecánico en lugar de un heredero de apellido antiguo.

-Parecía un vagabundo -añadió, con un deje de incredulidad-. Su ropa, su cabello... todo en él era una falta de respeto.

Amanda, con diecinueve años recién cumplidos y todavía con ese aire travieso de quien observa el mundo como un juego, no pudo evitar soltar una risita divertida.

-Al parecer, logró hacerte enojar. Y eso, hermana, es casi imposible.

Helena se dejó caer sobre el sofá, agotada por la furia que llevaba acumulada en el pecho. Llevó sus manos al regazo, acariciando distraídamente los pliegues de su vestido, como si buscara en la textura de la tela algo que la calmara.

-Nunca pensé que me casaría sin amor... -susurró, más para sí misma que para su hermana.

Amanda inclinó la cabeza hacia un lado, como quien observa un cuadro en exposición y encuentra detalles ocultos. Su expresión se suavizó.

-Eso ya lo sabíamos, Helena. Una Windsor se casa por compromiso, no por amor. Es lo que mamá siempre dijo... lo que el abuelo repite cada día.

El silencio se instaló por unos segundos, denso, cargado de resignación. Afuera, el viento agitaba las cortinas de lino, recordándoles que el mundo seguía girando mientras ellas quedaban atrapadas en la telaraña del deber.

-Lo sé, Amanda -dijo finalmente Helena, con voz baja pero firme-. Solo espero que este matrimonio no se convierta en un infierno.

Amanda se levantó de la cama y caminó hasta sentarse junto a su hermana. Tomó su mano con ternura. A diferencia de Helena, que siempre parecía una estatua de mármol inquebrantable, Amanda era calor, impulsiva, demasiado transparente para los estándares de su abuelo.

-Quizá no sea tan malo. Dicen que los opuestos se atraen. Y tú eres perfección... mientras que él es... caos.

Helena soltó una carcajada amarga.

-¿Opuestos que se atraen? No. Ese hombre es un huracán, y yo... yo no pienso ser arrastrada por él.

Sin embargo, mientras pronunciaba esas palabras, la imagen de Gabriel regresó a su mente como un espejismo indeseado: su sonrisa descarada, la forma en que había apoyado el codo sobre la mesa como si el mundo entero le perteneciera, esa despreocupación que, para su desgracia, resultaba magnética.

-No lo quiero, Amanda. -La voz de Helena se quebró apenas, un susurro escondido entre la rabia-. Pero no me queda otra opción. Debo soportar a ese hombre por el bien de la familia. No puedo defraudar al abuelo.

Amanda la miró con compasión, aunque en su interior sabía que su hermana no estaba hecha para obedecer ciegamente. Helena podía aparentar calma, pero era fuego contenido. Y si Gabriel era realmente un huracán, quizás esa tormenta no destruiría, sino que prendería una chispa que nadie en la familia había anticipado.

Amanda apretó su mano.

-Quizá el amor llegue después. A veces, las historias que menos esperamos son las que terminan marcando nuestra vida.

Helena sonrió, aunque sin convicción. Sabía que su hermana hablaba desde la inocencia, desde esa parte ingenua que aún creía en finales felices. Ella, en cambio, ya había aprendido que en su mundo el amor no era más que una moneda de cambio.

Se levantó, recuperando la compostura, acomodando cada mechón de su cabello frente al espejo. La perfección, pensó, era su armadura. Nadie debía ver la grieta que Gabriel había provocado en solo una cita.

-Cinco años, Amanda -dijo con voz firme, casi solemne-. Y luego seré libre.

Amanda asintió, aunque su sonrisa se tornó melancólica. En el fondo, ambas sabían que en cinco años podían pasar demasiadas cosas.

🌹🌹🌹🌹

Al otro lado de la ciudad, en un ático que olía a whisky caro y a rebeldía, Gabriel se dejaba caer sobre el sillón, riendo solo al recordar la expresión horrorizada de Helena Windsor cuando lo llamó "tonto". Le encantaba.

Encendió un cigarro, miró el techo y murmuró para sí mismo:

-Cinco años, princesa... veremos quién sobrevive primero.

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