La traición tiene muchas formas. Algunas son silenciosas, como una daga en la oscuridad. Otras, despiadadas, como el filo de una verdad que desgarra todo a su paso. Para Esmeralda, la traición vino de la sangre que corría por sus venas, de la madre que debía protegerla, de la hermana que debía amarla. En una noche que debió ser especial, fue arrastrada a los brazos de un desconocido, condenada a un destino que jamás pidió. Lo que siguió fue aún peor: el robo de su propia vida, el secuestro de sus hijos, el desprecio de quienes debieron ser su refugio. Dada por muerta, Esmeralda renació de las cenizas. Su corazón, antes inocente, ahora latía con un único propósito: venganza. Pero en el camino hacia la justicia, descubriría que no solo la traición acechaba su destino... sino también un amor tan inesperado como peligroso. Una madre que lo ha perdido todo. Un millonario engañado. Una impostora con los días contados. Cuando la verdad salga a la luz... nadie saldrá ileso.
El eco de sus propios pasos sobre el mármol brillante del lujoso hotel hacía que Esmeralda se sintiera aún más fuera de lugar. Sujetó con fuerza el pequeño bolso de segunda mano que había combinado con su vestido sencillo, uno que apenas lograba disimular su origen humilde entre la opulencia que la rodeaba. Las lámparas de cristal colgaban como joyas gigantes del techo alto, reflejando destellos dorados sobre la multitud vestida de gala.
Era la primera vez que asistía a un evento así, y aunque su corazón latía con fuerza por la emoción, también estaba envuelto en una maraña de nervios. Sabía que su presencia no sería bien recibida. Pero Karen la había invitado. Su hermana menor, siempre deslumbrante, siempre el centro de atención.
Y allí estaba ella, la protagonista de la noche, vestida de rojo intenso, con una sonrisa que podía derretir el hielo. Karen parecía una diosa griega rodeada de hombres que la admiraban, sus miradas brillando con un interés evidente. Cuando sus ojos se encontraron, Karen le dedicó una sonrisa radiante, la clase de gesto que, para cualquier otro, sería un símbolo de cariño. Pero Esmeralda sabía leer entre líneas.
Esa sonrisa escondía algo más.
Avanzó entre los invitados, sintiendo sus miradas, algunas curiosas, otras críticas. No importaba. Era solo una noche. Solo quería disfrutar del lujo, aunque fuera por unos minutos.
Pero entonces la vio.
Gloria Alves. Su madre.
El rostro de la mujer se endureció en cuanto sus ojos se posaron en Esmeralda.
Su expresión pasó del desdén a la furia en cuestión de segundos. Avanzó con pasos rápidos, su vestido elegante ondeando a su alrededor como una tempestad a punto de desatarse.
-¿Qué haces aquí? -escupió entre dientes, sujetándola del brazo con una fuerza sorprendente-. ¿Quién te dijo que podías venir?
Esmeralda intentó mantenerse firme, aunque el agarre de su madre le dolía.
-Karen, tu hija favorita me invitó -respondió, alzando el mentón.
Gloria la arrastró hacia un rincón menos iluminado, lejos de las miradas curiosas.
-¿Estás tratando de arruinar la noche de tu hermana? ¿De manchar su reputación como hiciste con la mía al nacer? -El veneno en sus palabras era más cortante que cualquier bofetada.
El corazón de Esmeralda se encogió, pero no iba a dejar que su madre la viera temblar.
-No vine a arruinar nada. Solo quería estar aquí... formar parte de algo, acompañar a mi hermana, es un día importante para ella.
Gloria soltó una risa amarga.
-¿Formar parte de qué? Tú no eres parte de esta familia. Eres un error. Un recordatorio de la peor decisión de mi vida.
Las palabras fueron como cuchillos clavándose en su pecho.
Antes de que Esmeralda pudiera responder, Karen apareció, su sonrisa tan falsa como la simpatía en su voz.
-¿Qué está pasando aquí? -preguntó, fingiendo preocupación.
-Tu hermana no entiende su lugar -gruñó Gloria, soltando a Esmeralda con brusquedad.
Karen le lanzó una mirada reprobatoria a su madre, luego abrazó a Esmeralda con un gesto de aparente ternura.
-Mamá, relájate. Es mi fiesta. Quiero que Esmeralda se quede, yo la invite, no te preocupes.
Gloria frunció el ceño, pero no dijo más. Se giró y desapareció entre la multitud, dejando tras de sí una estela de perfume caro y resentimiento.
Karen se inclinó hacia Esmeralda, su voz baja, casi un susurro.
-No le hagas caso. Vamos, diviértete un poco.
Esmeralda asintió, agradecida por el gesto... últimamente se llevaba muy bien con su hermana, eso era bueno.
Karen le ofreció una copa. El líquido burbujeaba, dorado y tentador. Esmeralda dudó un segundo, pero la sonrisa de su hermana y el deseo de sentirse aceptada la convencieron.
El primer sorbo fue dulce. El segundo, amargo.
Luego, el mundo empezó a volverse borroso.
Las luces se mezclaban, las voces sonaban distantes. Su cuerpo se sentía pesado, sus piernas tambaleantes.
-No me siento bien... -murmuró, intentando enfocar la mirada.
Karen la sostuvo con suavidad.
-Solo necesitas descansar un poco. Ven, te llevaré a un lugar tranquilo, no estás acostumbrada a beber, lo olvidé, estarás bien, no te preocupes.
Por dentro Karen solo quería arruinar la vida de su hermana, la odiaba, ella siempre se robaba la atención de todos.
Esmeralda apenas pudo protestar. Sentía cómo su cuerpo la traicionaba, incapaz de resistirse mientras su hermana y un hombre desconocido la llevaban por un pasillo largo. El ascensor subió en silencio, sus reflejos distorsionados en las paredes de metal.
Las puertas se abrieron en el último piso. Silencio. Oscuridad. Solo el eco de sus propios latidos llenando el espacio.
La habitación era grande, iluminada solo por la tenue luz de la ciudad filtrándose a través de las cortinas. La cama parecía un refugio, y su cuerpo se rindió cuando la recostaron.
Karen se inclinó sobre ella, susurrándole al oído:
-Descansa, hermanita.
El sonido de la puerta cerrándose fue lo último que escuchó.
Karen lanzó la llave de la habitación al piso, le debía un favor a su querida amiga, por la mañana, su hermana dejaría de ser la chica pura e inocente que todos admiraban.
...
Esmeralda se sentó en la cama con algo de incomodidad, la habitación olía a tabaco y algo más... un aroma masculino, intenso. Intentó moverse, pero su cuerpo aún estaba débil.
Y entonces lo vio.
Una silueta en la penumbra. Un hombre de pie junto a la ventana, su torso desnudo, marcado por un tatuaje oscuro que recorría su espalda. La luz de la luna delineaba sus músculos, su presencia tan dominante que llenaba la habitación.
No sabía su nombre, pero la energía que emanaba era inconfundible: peligro, poder y algo más.
Él se giró, sus ojos brillando como carbones encendidos en la oscuridad.
-¿Quién eres? -su voz era grave, profunda, como un susurro que se deslizaba por su piel.
Esmeralda intentó responder, pero las palabras se atascaron en su garganta. Su mente estaba nublada, confusa, pero su cuerpo... su cuerpo ardía.
No entendía por qué, pero la atracción era innegable, casi dolorosa.
Aslan se acercó, sus pasos lentos, calculados. Su mirada recorría su figura, primero con desconfianza... luego con un interés que crecía como una chispa a punto de comenzar un incendio.
Pensó que se trataba de un regalo de su sobrino, solía enviar todo tipo de mujeres a su habitación, pero la joven frente a él era diferente, parecía demasiado inocente o podía estar fingiendo.
-No me gustan las mujeres fáciles -murmuró, inclinándose sobre ella.
Pero había algo en ella, en esos ojos asustados y llenos de inocencia, que lo atrapó.
-Me equivoqué de habitación -respondió anonadada por lo que sus ojos miraban.
Esmeralda, arrebatada por el efecto de la droga, se dejó llevar.
Se levantó como hipnotizada, se acercó al hombre, el beso llegó sin aviso, un choque de mundos opuestos. Su calor, su aroma, la hicieron olvidar todo: el dolor, el miedo, la traición.
Solo quedaban ellos.
Y una noche que lo cambiaría todo.
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