Amor Inesperado en el Coma

Amor Inesperado en el Coma

Gavin

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Capítulo

El olor a antiséptico y flores marchitas era la banda sonora de mi vida en el hospital. Llevaba días sentado junto a Sofía, mi esposa por contrato, la reina de hielo de los negocios, ahora inmóvil en coma tras un accidente. Nuestro matrimonio era un acuerdo frío, sin amor. Pero al tomar su mano, una voz clara y vivaz resonó en mi cabeza, pidiendo "¡Tacos al pastor con todo! ¡Y una Coca bien fría!". Era la verdadera Sofía, oculta tras su fachada, llena de antojos y humor ácido, ¡canturreando corridos! Me volví su guardián, su marioneta, mientras el mundo nos veía como la historia de amor más grande de México. Ricardo, su hermano ambicioso, y Laura, mi exnovia manipuladora, conspiraron para destruirme y apoderarse de Mendoza Corp. Laura me tendió una trampa, una foto mía con ella en la portada, insinuando infidelidad, justo cuando Sofía despertó. Pero ella no recordaba nada de nuestra conexión. Me miró con la misma frialdad de antes, acusándome de aprovecharme de su tragedia. El dolor era insoportable: había perdido a la mujer que había llegado a amar, la voz en mi cabeza se había silenciado. Mi suegra me reveló la verdad: Sofía había construido un muro de hielo para protegerse tras el suicidio de su padre, traicionado por su socio. Entendí su vulnerabilidad y juré luchar por la Sofía real, la que yo conocía. Justo cuando Ricardo y Laura lanzaron el golpe final con un informe psiquiátrico falso, Sofía me miró y susurró: "Tacos al pastor". Y entonces, lo recordó todo. Con sus ojos llenos de lágrimas, y la rabia del engaño, la verdadera Sofía, mi cómplice mental, volvió. Juntos, en una conferencia de prensa, revelamos toda la verdad, desmantelando la conspiración de Ricardo y Laura. Mi esposa, la mujer que me había enseñado la verdadera intimidad sin tocar, me besó frente al mundo. "¡Vamos a darles un espectáculo que no olvidarán!", resonó su voz ahora real.

Introducción

El olor a antiséptico y flores marchitas era la banda sonora de mi vida en el hospital.

Llevaba días sentado junto a Sofía, mi esposa por contrato, la reina de hielo de los negocios, ahora inmóvil en coma tras un accidente.

Nuestro matrimonio era un acuerdo frío, sin amor.

Pero al tomar su mano, una voz clara y vivaz resonó en mi cabeza, pidiendo "¡Tacos al pastor con todo! ¡Y una Coca bien fría!".

Era la verdadera Sofía, oculta tras su fachada, llena de antojos y humor ácido, ¡canturreando corridos!

Me volví su guardián, su marioneta, mientras el mundo nos veía como la historia de amor más grande de México.

Ricardo, su hermano ambicioso, y Laura, mi exnovia manipuladora, conspiraron para destruirme y apoderarse de Mendoza Corp.

Laura me tendió una trampa, una foto mía con ella en la portada, insinuando infidelidad, justo cuando Sofía despertó.

Pero ella no recordaba nada de nuestra conexión.

Me miró con la misma frialdad de antes, acusándome de aprovecharme de su tragedia.

El dolor era insoportable: había perdido a la mujer que había llegado a amar, la voz en mi cabeza se había silenciado.

Mi suegra me reveló la verdad: Sofía había construido un muro de hielo para protegerse tras el suicidio de su padre, traicionado por su socio.

Entendí su vulnerabilidad y juré luchar por la Sofía real, la que yo conocía.

Justo cuando Ricardo y Laura lanzaron el golpe final con un informe psiquiátrico falso, Sofía me miró y susurró: "Tacos al pastor".

Y entonces, lo recordó todo.

Con sus ojos llenos de lágrimas, y la rabia del engaño, la verdadera Sofía, mi cómplice mental, volvió.

Juntos, en una conferencia de prensa, revelamos toda la verdad, desmantelando la conspiración de Ricardo y Laura.

Mi esposa, la mujer que me había enseñado la verdadera intimidad sin tocar, me besó frente al mundo.

"¡Vamos a darles un espectáculo que no olvidarán!", resonó su voz ahora real.

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El sonido de mi guitarra, mi pasión, resonaba hueco en la hacienda que por diez años llamé hogar, un desafío silencioso a Diego, el hombre al que entregué mi alma y mi genio para construir su imperio de tequila. Pero su respuesta fue una traición helada: "Ximena, deja de hacer numeritos y sube a mi despacho. Ahora" . Y allí, sentado tras su imponente escritorio de caoba, me soltó la humillación más grande: "Quiero que tú y tu mariachi toquen en mi boda" . La boda que me había prometido a mí. No solo me descartaba por otra mujer, Sofía, sino que me exigía ponerle banda sonora a mi propia aniquilación, a mi propia traición. El golpe más cruel llegó en un susurro venenoso desde el pasillo, de boca de su lugarteniente, "El Chato", pero con las frías palabras de Diego resonando: "Ximena es buena para el negocio, para la guerra, para la calle. Pero para casarme, necesito algo… más puro. Una niña bien, educada, limpia. Ximena ya está muy corrida, muy vivida" . Cada palabra era un puñal que me desgarraba: "Sucia", "corrida", "vivida". Así me veía el hombre a quien le había dado todo, solo una herramienta para desechar cuando ya no le servía, valiendo menos que la inocencia fabricada de una desconocida. El dolor fue insoportable, pero en el fondo de ese abismo, algo se encendió: la rabia. La humillación se transformó en una determinación inquebrantable. Me levanté, la cabeza alta, y con una sonrisa forzada le dije: "Claro, Diego. Será un honor tocar en tu boda" . Pero esa no era Ximena, la víctima; era Ximena, la guerrera, a punto de desatar su venganza.

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El zumbido de mi teléfono vibró sobre la pulida mesa de conferencias, interrumpiendo mi presentación de resultados trimestrales. Era Mónica, mi mejor amiga, enviando un mensaje inusual durante mis horas de trabajo, insistiendo una y otra vez. Ignoré la primera, pero una punzada de inquietud me recorrió con la tercera. Con una disculpa formal a mi equipo, tomé el teléfono y vi el mensaje: "Tienes que ver esto, Ximena. Lo siento mucho." Debajo, un video. Le di play, y mi corazón se detuvo. En la pantalla, el agave azul de mi abuelo, "Sol de mi Abuelo", el legado de mi familia y ganador de tres premios, estaba arrancado. Brutalmente cortado y goteando savia en un balde de plástico barato. Para colmo de la humillación, un perro callejero se acercó y orinó sobre él. Mi respiración se atoró. Entonces, la cámara giró, revelando a Sofía, la nueva becaria de mi prometido, Ricardo, sonriendo con suficiencia. "¡Ricardo es el mejor!" exclamó con voz chillona. "¡Mi agave \'Pequeño Sol\' será la envidia de todos con la esencia de esta planta campeona!" Sentí cómo la sangre me abandonaba el rostro, luego regresaba con una furia helada. Ricardo, pregunté con voz plana: "¿Qué le hiciste a mi agave?" Él respondió, con una ligereza que me abofeteó: "Sofía lo necesitaba para la universidad. Se lo presté. Solo es una planta, Ximena." "Ricardo", dije, mi voz ahora un susurro mortal: "Tienes cinco minutos para traerla de vuelta. Intacta." Colgué, bloqueé su número y llamé a mi jefe de seguridad, Raúl. "Raúl", mi voz firme como el acero, "Te acabo de enviar una ubicación y dos fotos. Quiero que dos personas y una planta desaparezcan de ese lugar en menos de cinco minutos. Sin dejar rastro. Los daños que sufran son irrelevantes." La guerra acababa de empezar.

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