Promesas Rotas, Destinos Sellados

Promesas Rotas, Destinos Sellados

Gavin

5.0
calificaciones
71
Vistas
20
Capítulo

Conducía mi sedán negro por la avenida principal, un día cualquiera, deseando llegar a casa y abrazar a mi amada Sofía, mi mundo, mi razón de ser desde que dejé los cuadriláteros. Pero entonces, un Porsche amarillo chillón, imprudente y agresivo, apareció por mi retrovisor, pegándose a mi parachoques trasero, como una declaración de guerra absurda. Intenté ignorarlo, pero el conductor, un jovencito insolente, me cerró el paso una y otra vez, riéndose y levantando el dedo medio, como si mi paciencia fuera su juguete. El corazón me latía con furia, la humillación pública era insoportable, pero me repetía a mí mismo: "Por Sofía, Ricardo, por Sofía, mantén la calma y no armes un escándalo." Fue entonces cuando la vi: la pequeña figura de un halcón de plata colgando del espejo retrovisor del Porsche, una réplica exacta del amuleto que le regalé a Sofía el mes pasado, el mismo auto que le compré a ella hace dos meses. Una mentira. Todo era una vil mentira. El frío de la traición me caló hasta los huesos. No era un desconocido. Era él. Mateo. Mi esposa. El dolor era indescriptible, pero la rabia se transformó en una calma helada, una determinación inquebrantable. Él no sabía con quién se había metido. Ya no me detendría. Pisé el acelerador de mi sedán, antes silencioso, y el rugido de mi máquina, como un halcón que recupera su presa, anunció el impacto. El sonido del metal retorciéndose fue brutal, un acordeón de fibra de carbono destrozado, mientras mi auto, apenas con un rasguño, permanecía intacto. Bajé del auto, el corazón aún me martilleaba en el pecho, no por la adrenalina, sino por un dolor oscuro, por la verdad que acababa de chocarme de frente. "¡¿Estás pendejo o qué?! ¡¿Sabes cuánto cuesta este coche, imbécil?!" Mateo, pálido y aturdido, me gritaba, exigiendo, amenazando con destruirme. Pero yo ya no veía a un simple arrogante. Veía al hombre que se acostaba con mi esposa. Veía el coche que yo le regalé a ella, ahora en sus manos, como un trofeo de nuestra traición. Veía el amuleto, el símbolo de nuestro amor, profanado y usado para burlarse de mí. Una calma aterradora me invadió. No iba a hacer nada. Aún. Quería ver hasta dónde llegaba la madriguera del conejo. Quería saber toda la verdad. Y, por su rostro, supe que no tendría que esperar mucho.

Introducción

Conducía mi sedán negro por la avenida principal, un día cualquiera, deseando llegar a casa y abrazar a mi amada Sofía, mi mundo, mi razón de ser desde que dejé los cuadriláteros.

Pero entonces, un Porsche amarillo chillón, imprudente y agresivo, apareció por mi retrovisor, pegándose a mi parachoques trasero, como una declaración de guerra absurda.

Intenté ignorarlo, pero el conductor, un jovencito insolente, me cerró el paso una y otra vez, riéndose y levantando el dedo medio, como si mi paciencia fuera su juguete.

El corazón me latía con furia, la humillación pública era insoportable, pero me repetía a mí mismo: "Por Sofía, Ricardo, por Sofía, mantén la calma y no armes un escándalo."

Fue entonces cuando la vi: la pequeña figura de un halcón de plata colgando del espejo retrovisor del Porsche, una réplica exacta del amuleto que le regalé a Sofía el mes pasado, el mismo auto que le compré a ella hace dos meses.

Una mentira. Todo era una vil mentira. El frío de la traición me caló hasta los huesos. No era un desconocido. Era él. Mateo. Mi esposa.

El dolor era indescriptible, pero la rabia se transformó en una calma helada, una determinación inquebrantable.

Él no sabía con quién se había metido.

Ya no me detendría.

Pisé el acelerador de mi sedán, antes silencioso, y el rugido de mi máquina, como un halcón que recupera su presa, anunció el impacto.

El sonido del metal retorciéndose fue brutal, un acordeón de fibra de carbono destrozado, mientras mi auto, apenas con un rasguño, permanecía intacto.

Bajé del auto, el corazón aún me martilleaba en el pecho, no por la adrenalina, sino por un dolor oscuro, por la verdad que acababa de chocarme de frente.

"¡¿Estás pendejo o qué?! ¡¿Sabes cuánto cuesta este coche, imbécil?!"

Mateo, pálido y aturdido, me gritaba, exigiendo, amenazando con destruirme.

Pero yo ya no veía a un simple arrogante.

Veía al hombre que se acostaba con mi esposa.

Veía el coche que yo le regalé a ella, ahora en sus manos, como un trofeo de nuestra traición.

Veía el amuleto, el símbolo de nuestro amor, profanado y usado para burlarse de mí.

Una calma aterradora me invadió.

No iba a hacer nada. Aún.

Quería ver hasta dónde llegaba la madriguera del conejo.

Quería saber toda la verdad.

Y, por su rostro, supe que no tendría que esperar mucho.

Seguir leyendo

Otros libros de Gavin

Ver más
La Venganza De La Sustituta

La Venganza De La Sustituta

Romance

5.0

Trabajé tres años como asistente personal de Roy Castillo, el heredero del imperio tequilero. Me enamoré perdidamente de él, aunque yo solo era un consuelo, un cuerpo cálido mientras esperaba a su verdadera obsesión, Scarlett Salazar. Cuando Scarlett regresó, fui desechada como si nunca hubiera existido. Fui abofeteada y humillada públicamente, mis fotos comprometedoras filtradas por toda la alta sociedad. En el colmo del desprecio, me forzaron a arrodillarme sobre granos de maíz, mientras Roy y Scarlett observaban mi agonía. Me despidieron, pero no sin antes hacerme pagar un precio final. El dolor de la rodilla no era nada comparado con la humillación, la confusión. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Por qué la mujer que amaba se convertía en mi verdugo, y el hombre al que di todo me entregaba al lobo? Él me vendió como un objeto, como una mercancía, por un estúpido collar de diamantes para Scarlett. Me arrojaron a una habitación de hotel con un asqueroso desconocido, y solo por un milagro, o quizás un último acto de misericordia de Roy antes de irse con ella, logré escapar. Decidí huir. Borrar mi antigua vida, la que había sido definida por la obsesión y el desprecio. Pero el pasado tenía garras. Las fotos, el acoso, me siguieron hasta mi refugio en Oaxaca. ¿Me dejaría consumir por la vergüenza, o me levantaría de las cenizas como el agave, más fuerte y con una nueva esencia? Esta vez, no huiría. Esta vez, lucharía.

La Dignidad no se Vende

La Dignidad no se Vende

Romance

5.0

Mi casa en Triana, que olía a jazmín y a melancolía, estaba a punto de perderse. Con solo dieciocho años y un título de diseño recién empezado, sentí el peso de las deudas de mi padre muerto. La oferta llegó como un salvavidas: acompañar a Ricardo Vargas, un constructor poderoso y enigmático. El "acuerdo" era claro: él salvaría mi hogar, yo sería su compañera discreta. Casi creí que el dinero me había traído un amor inesperado, confundiendo su opulencia con cariño, su posesividad con protección. Pero entonces, apareció Carmen Sandoval, su exnovia. Me citó en un hotel de lujo y, con desprecio, me ofreció tres millones de euros para desaparecer. Ella era su "costumbre favorita", y yo, solo un insecto. Para probarlo, hicimos una cruel prueba con mensajes a Ricardo. El suyo fue respondido con preocupación, el mío, con un frío "Espero no sea grave. Estoy ocupado". Ella sonrió. "¿Ves? No eres nada para él". Me reveló que todos los gestos grandiosos de Ricardo -los jazmines, Noruega- eran réplicas de lo que había hecho por ella. Solo era una sustituta, un eco. La indignidad se volvió insoportable. Un día, Carmen rompió el broche de mi abuela y me acusó de agredirla. Ricardo, sin dudarlo, me encerró en el sótano frío y húmedo, donde casi muero de frío. La humillación final llegó cuando, en una fiesta, él volvió a negarme públicamente. Me trató como un objeto, un insignificante estorbo para el juego de sus celos. ¿Cómo pude ser tan ciega, tan ingenua? El dolor era insoportable, la traición palpable. Me había vendido por una falsa seguridad, por un puñado de billetes. ¿Era mi dignidad el precio? ¿O algo más valioso aún? Pero al despertar del delirio, solo quedó una determinación fría. ¡No más! Era hora de despertar. Con los tres millones de euros de Carmen y una beca para Roma, cortaría todas las ataduras. Mi propio cuento de hadas no necesitaba un príncipe tóxico. Estaba lista para mi verdadera vida.

Quizás también le guste

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro