Mi Sangre, Tu Perdición

Mi Sangre, Tu Perdición

Gavin

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La Señora Castillo, vestida de alta costura, me entregó un cheque de 200 mil pesos para que desapareciera de la vida de su hijo Patrick. Tres años de mi vida, donde fui el mundo de "Leo", el hombre que amé y que ahora recordaba ser Patrick Castillo, el heredero de una fortuna incalculable. En ese salón inmenso, Patrick me mostró regalos deslumbrantes para su prometida, Diane: un Frida Kahlo, joyas exclusivas, y un pura sangre español. Recordé el pequeño caballo salvaje que mi "Leo" me había domado en Oaxaca, susurrándome que era el inicio de nuestra vida juntos. Ahora, ese símbolo de amor era un lujoso regalo para otra mujer, una burla cruel a nuestra promesa de matrimonio, a mi vestido bordado, a mi mezcal preparado para nuestra boda que nunca fue. Me arrastró a la Ciudad de México, no como su esposa, sino como un secreto, humillada en una habitación de servicio donde los sirvientes me despreciaban. "No puedes ser mi esposa", me dijo, "pero puedes ser mi amante". El día de la cena de compromiso, Diane "accidentalmente" me quemó la mano con té hirviendo y Patrick me ordenó disculparme con ella. Luego, su propia madre, la Señora Castillo, me hizo azotar por "deshonrar" a la familia. Pero el golpe final llegó en Xochimilco: después de caerme al canal, Patrick, sin dudarlo, salvó a Diane, dejándome ahogarme sin una sola mirada. Apenas recuperada de una fiebre por la inmersión, Patrick me exigió bordar los manteles de su boda y, al enfermar Diane, me arrastró para que le donara mi rarísima sangre en una brutal transferencia directa de muñeca a muñeca, drenando mi vida por ella. ¿Cómo pudo el hombre que me amó y me prometió un futuro transformarse en un extraño, tan ciego y cruel? El día de su boda, en lugar de quedarme, compré un boleto a Oaxaca, no para huir, sino para cerrar un capítulo y encontrar mi liberación.

Introducción

La Señora Castillo, vestida de alta costura, me entregó un cheque de 200 mil pesos para que desapareciera de la vida de su hijo Patrick.

Tres años de mi vida, donde fui el mundo de "Leo", el hombre que amé y que ahora recordaba ser Patrick Castillo, el heredero de una fortuna incalculable.

En ese salón inmenso, Patrick me mostró regalos deslumbrantes para su prometida, Diane: un Frida Kahlo, joyas exclusivas, y un pura sangre español.

Recordé el pequeño caballo salvaje que mi "Leo" me había domado en Oaxaca, susurrándome que era el inicio de nuestra vida juntos.

Ahora, ese símbolo de amor era un lujoso regalo para otra mujer, una burla cruel a nuestra promesa de matrimonio, a mi vestido bordado, a mi mezcal preparado para nuestra boda que nunca fue.

Me arrastró a la Ciudad de México, no como su esposa, sino como un secreto, humillada en una habitación de servicio donde los sirvientes me despreciaban.

"No puedes ser mi esposa", me dijo, "pero puedes ser mi amante".

El día de la cena de compromiso, Diane "accidentalmente" me quemó la mano con té hirviendo y Patrick me ordenó disculparme con ella.

Luego, su propia madre, la Señora Castillo, me hizo azotar por "deshonrar" a la familia.

Pero el golpe final llegó en Xochimilco: después de caerme al canal, Patrick, sin dudarlo, salvó a Diane, dejándome ahogarme sin una sola mirada.

Apenas recuperada de una fiebre por la inmersión, Patrick me exigió bordar los manteles de su boda y, al enfermar Diane, me arrastró para que le donara mi rarísima sangre en una brutal transferencia directa de muñeca a muñeca, drenando mi vida por ella.

¿Cómo pudo el hombre que me amó y me prometió un futuro transformarse en un extraño, tan ciego y cruel?

El día de su boda, en lugar de quedarme, compré un boleto a Oaxaca, no para huir, sino para cerrar un capítulo y encontrar mi liberación.

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El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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