Sofía: El Costo de la Libertad

Sofía: El Costo de la Libertad

Gavin

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Capítulo

El calor de la noche se pegaba a mi piel, se mezclaba con el sudor y el perfume barato de Ricardo, mi prometido. Acabábamos de "compartir un momento de pasión", según él. Para él, parecía una conquista más; para mí, el inicio de una pesadilla. Un dolor agudo, como una navaja, me atravesó el vientre bajo. "Me duele... mucho", apenas pude susurrar, mientras él se vestía y me ignoraba. Su respuesta fue cortante: "¿Ahora qué, Sofía? No empieces con tus dramas, estoy cansado. Siempre te duele algo. Tómate una pastilla y ya." Mientras yo me retorcía de agonía, mi celular vibró. Era una publicación suya en redes sociales. "La gallina se puso a cacarear que le duele algo. Típico. De todos modos, con la lana que le di para el arras, no se atreverá a dejarme. Ya está amarrada." "Gallina". "Lana". "Amarrada". Cada palabra era un golpe, más doloroso que la punzada en mi vientre. La humillación me quemaba la cara. ¿El hombre con el que me iba a casar me veía como una transacción, como un animal que se podía comprar y controlar? "¿Una broma?", repetí, sintiendo cómo la ira desplazaba al dolor. "¿Me estás llamando gallina frente a todos tus amigos? ¿Estás alardeando de que me compraste con dinero?" Él se encogió de hombros, su sonrisa de suficiencia ahora era una mueca. "Mira, Sofía, no es para tanto. Es solo para presumir un poco. Además, ¿qué vas a hacer? ¿Romper el compromiso? ¿Y el dinero del arras? Sé que tu familia no puede devolverlo tan fácil." Esa fue la gota que derramó el vaso. Su egoísmo, su tacañería, su crueldad. Con un grito que no sabía que tenía, me incorporé. Mis manos temblaban, pero mi mente estaba clara. Agarré mi bolso, saqué mi celular y abrí la aplicación del banco. Le transferí cada centavo del dinero del arras. Cincuenta mil pesos. "Ahí está tu maldita lana," siseé, con veneno en cada palabra. "Puedes meterte tu dinero y tu compromiso por donde te quepa. Se acabó, Ricardo. Se acabó todo." Me desplomé de rodillas, pero con una furia renovada marqué el 911. "Necesito una ambulancia. Estoy en el Hotel Grand Majestic, habitación 712. Creo que tengo una hemorragia interna." Ricardo me miró, paralizado. "Lárgate de mi vista. No quiero volver a verte en mi vida." Me desmayé. Desperté en un hospital, sola. Ricardo me había dejado desangrándome. El diagnóstico: ruptura de cuerpo lúteo. Casi muero. Y él se preocupaba por el costo del Uber. Pero mi pesadilla apenas comenzaba. La "familia" de Ricardo, liderada por su madre, Elena, juró venganza. "¡Te vas a arrepentir de esto, maldita zorra!" Sus palabras resonaban en el hospital, y solo anunciaban la tormenta por venir.

Introducción

El calor de la noche se pegaba a mi piel, se mezclaba con el sudor y el perfume barato de Ricardo, mi prometido.

Acabábamos de "compartir un momento de pasión", según él.

Para él, parecía una conquista más; para mí, el inicio de una pesadilla.

Un dolor agudo, como una navaja, me atravesó el vientre bajo.

"Me duele... mucho", apenas pude susurrar, mientras él se vestía y me ignoraba.

Su respuesta fue cortante: "¿Ahora qué, Sofía? No empieces con tus dramas, estoy cansado. Siempre te duele algo. Tómate una pastilla y ya."

Mientras yo me retorcía de agonía, mi celular vibró. Era una publicación suya en redes sociales.

"La gallina se puso a cacarear que le duele algo. Típico. De todos modos, con la lana que le di para el arras, no se atreverá a dejarme. Ya está amarrada."

"Gallina". "Lana". "Amarrada". Cada palabra era un golpe, más doloroso que la punzada en mi vientre.

La humillación me quemaba la cara. ¿El hombre con el que me iba a casar me veía como una transacción, como un animal que se podía comprar y controlar?

"¿Una broma?", repetí, sintiendo cómo la ira desplazaba al dolor. "¿Me estás llamando gallina frente a todos tus amigos? ¿Estás alardeando de que me compraste con dinero?"

Él se encogió de hombros, su sonrisa de suficiencia ahora era una mueca.

"Mira, Sofía, no es para tanto. Es solo para presumir un poco. Además, ¿qué vas a hacer? ¿Romper el compromiso? ¿Y el dinero del arras? Sé que tu familia no puede devolverlo tan fácil."

Esa fue la gota que derramó el vaso. Su egoísmo, su tacañería, su crueldad.

Con un grito que no sabía que tenía, me incorporé. Mis manos temblaban, pero mi mente estaba clara.

Agarré mi bolso, saqué mi celular y abrí la aplicación del banco.

Le transferí cada centavo del dinero del arras. Cincuenta mil pesos.

"Ahí está tu maldita lana," siseé, con veneno en cada palabra. "Puedes meterte tu dinero y tu compromiso por donde te quepa. Se acabó, Ricardo. Se acabó todo."

Me desplomé de rodillas, pero con una furia renovada marqué el 911.

"Necesito una ambulancia. Estoy en el Hotel Grand Majestic, habitación 712. Creo que tengo una hemorragia interna."

Ricardo me miró, paralizado.

"Lárgate de mi vista. No quiero volver a verte en mi vida."

Me desmayé.

Desperté en un hospital, sola. Ricardo me había dejado desangrándome. El diagnóstico: ruptura de cuerpo lúteo. Casi muero.

Y él se preocupaba por el costo del Uber.

Pero mi pesadilla apenas comenzaba. La "familia" de Ricardo, liderada por su madre, Elena, juró venganza.

"¡Te vas a arrepentir de esto, maldita zorra!"

Sus palabras resonaban en el hospital, y solo anunciaban la tormenta por venir.

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