Cásate con mi ligue de una noche

Cásate con mi ligue de una noche

Gavin

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Capítulo

El aire en la oficina estaba denso, pesado, casi tanto como los tres años de mi vida que se evaporaban con una firma. Frente a mí, el documento de divorcio. Alejandro Morales, la estrella de rock, mi exesposo, ni siquiera se dignó a aparecer. "Señorita Romero, si tan solo firma aquí, todo habrá terminado." Tomé la pluma, con mis dedos temblorosos por una extraña mezcla de alivio y furia. "Dígale que le deseo toda la felicidad del mundo con Paulina." Firmé. Sofía Romero. Libre. Dejé mi carrera por él, organicé giras, manejé sus redes, aguanté sus humores. Todo para que, al alcanzar la fama, decidiera que yo no era suficiente. "Te has vuelto aburrida, Sofía," me dijo, sus palabras cortando más que cualquier traición. Salí a la Ciudad de México y el sol me golpeó la cara. Por primera vez en meses, no sentí que me quemaba, sino que me calentaba. "¡Ya está! ¡Soy oficialmente una mujer divorciada!" le grité a Carla. "¿Cómo te sientes?" "Como si pudiera respirar de nuevo." Esa noche, usé un vestido rojo que Alejandro odiaba por "demasiado llamativo" . En un club exclusivo, pedí la botella de champaña más cara. "Por los nuevos comienzos," brindé, "y por no volver a permitir que nadie me diga que no soy suficiente." La champaña dio paso al tequila. Bailé, queriendo sacar cada recuerdo de Alejandro. Cuando el alcohol me pasó factura, busqué el baño, pero terminé en una sala VIP. Allí, un hombre increíblemente atractivo estaba reclinado, sufriendo. "¿Mal día, guapo?" solté, mi voz arrastrada. Él abrió los ojos. Eran oscuros, intensos. "Lárgate," dijo, ronco. Estaba demasiado dolida y ebria para aceptar órdenes. "Necesito que te vayas," repitió, su voz más baja, más peligrosa. "Ahora." Me incliné, "¿O qué?" "Me drogaron," susurró. "Y tú eres exactamente lo que necesito para solucionarlo." Antes de procesar, me agarró la muñeca, jalándome a su regazo. "Tú... vas a ser mi antídoto." Su cuerpo ardía. Mi mente gritaba que huyera, pero su vulnerabilidad me desarmó. "Por favor," dijo, su mano subiendo por mi espalda. ¿Qué estaba haciendo? ¿Entregarme a un desconocido? "Está bien," susurré. Sus labios encontraron los míos en un beso hambriento. Me despojó del vestido rojo. Fue una colisión de dos extraños, una explosión de necesidad. Desperté en una habitación de hotel desconocida. El hombre dormía. Dejé un fajo de billetes en la mesita de noche. "¿Qué es eso?" dijo, despertando. "Un pago. Por tus servicios." Él recogió el dinero. "Yo no cobro. Pero sí me hago responsable." "¿Responsable? ¿De qué? ¿De una noche?" "Yo me lo estoy pidiendo a mí mismo," insistió. "Dame tu número. Te llamaré." Negué con la cabeza. "Olvídalo. Adiós." Me acorraló contra la puerta. "No me gusta que me den órdenes," susurró. "Y no me gusta que me dejen." "Esto no ha terminado, Sofía." Me quedé helada. ¿Cómo sabía mi nombre? "Te encontraré. Y cuando lo haga, terminaremos lo que empezamos." Le di un beso rápido. "Buena suerte con eso, empresario." Salí corriendo de ese hotel.

Introducción

El aire en la oficina estaba denso, pesado, casi tanto como los tres años de mi vida que se evaporaban con una firma.

Frente a mí, el documento de divorcio.

Alejandro Morales, la estrella de rock, mi exesposo, ni siquiera se dignó a aparecer.

"Señorita Romero, si tan solo firma aquí, todo habrá terminado."

Tomé la pluma, con mis dedos temblorosos por una extraña mezcla de alivio y furia.

"Dígale que le deseo toda la felicidad del mundo con Paulina."

Firmé. Sofía Romero. Libre.

Dejé mi carrera por él, organicé giras, manejé sus redes, aguanté sus humores.

Todo para que, al alcanzar la fama, decidiera que yo no era suficiente.

"Te has vuelto aburrida, Sofía," me dijo, sus palabras cortando más que cualquier traición.

Salí a la Ciudad de México y el sol me golpeó la cara.

Por primera vez en meses, no sentí que me quemaba, sino que me calentaba.

"¡Ya está! ¡Soy oficialmente una mujer divorciada!" le grité a Carla.

"¿Cómo te sientes?"

"Como si pudiera respirar de nuevo."

Esa noche, usé un vestido rojo que Alejandro odiaba por "demasiado llamativo" .

En un club exclusivo, pedí la botella de champaña más cara.

"Por los nuevos comienzos," brindé, "y por no volver a permitir que nadie me diga que no soy suficiente."

La champaña dio paso al tequila. Bailé, queriendo sacar cada recuerdo de Alejandro.

Cuando el alcohol me pasó factura, busqué el baño, pero terminé en una sala VIP.

Allí, un hombre increíblemente atractivo estaba reclinado, sufriendo.

"¿Mal día, guapo?" solté, mi voz arrastrada.

Él abrió los ojos. Eran oscuros, intensos.

"Lárgate," dijo, ronco.

Estaba demasiado dolida y ebria para aceptar órdenes.

"Necesito que te vayas," repitió, su voz más baja, más peligrosa. "Ahora."

Me incliné, "¿O qué?"

"Me drogaron," susurró. "Y tú eres exactamente lo que necesito para solucionarlo."

Antes de procesar, me agarró la muñeca, jalándome a su regazo.

"Tú... vas a ser mi antídoto."

Su cuerpo ardía. Mi mente gritaba que huyera, pero su vulnerabilidad me desarmó.

"Por favor," dijo, su mano subiendo por mi espalda.

¿Qué estaba haciendo? ¿Entregarme a un desconocido?

"Está bien," susurré.

Sus labios encontraron los míos en un beso hambriento. Me despojó del vestido rojo.

Fue una colisión de dos extraños, una explosión de necesidad.

Desperté en una habitación de hotel desconocida. El hombre dormía.

Dejé un fajo de billetes en la mesita de noche.

"¿Qué es eso?" dijo, despertando.

"Un pago. Por tus servicios."

Él recogió el dinero. "Yo no cobro. Pero sí me hago responsable."

"¿Responsable? ¿De qué? ¿De una noche?"

"Yo me lo estoy pidiendo a mí mismo," insistió. "Dame tu número. Te llamaré."

Negué con la cabeza. "Olvídalo. Adiós."

Me acorraló contra la puerta.

"No me gusta que me den órdenes," susurró. "Y no me gusta que me dejen."

"Esto no ha terminado, Sofía."

Me quedé helada. ¿Cómo sabía mi nombre?

"Te encontraré. Y cuando lo haga, terminaremos lo que empezamos."

Le di un beso rápido. "Buena suerte con eso, empresario."

Salí corriendo de ese hotel.

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5.0

El olor a metal y la sangre llenaban mis pulmones. En mi vida pasada, morí sola en la carretera, abandonada por mi hermano Mateo y nuestra prima Isabella, quienes se negaron a llevarme al hospital. Dijeron que exageraba un dolor de estómago para arruinar la fiesta de cumpleaños de Isabella. Era apendicitis, que se volvió peritonitis. Vi mi propio funeral, a mi abuela Elena destrozada por el dolor, y a Mateo e Isabella celebrando, destruyendo el legado familiar que tanto amaba. La traición me consumió, y mi abuela, con el corazón roto, me siguió poco después. Hasta ahora. Un chirrido de neumáticos y un golpe seco. El mismo accidente, el mismo día fatídico que me llevó a la tumba. Pero esta vez, estaba aquí, y mi abuela yacía inconsciente a mi lado. En mi vida anterior, la llamé a ellos primero, lo que nos costó todo. Esta vez no. Mi cerebro trabajó a una velocidad vertiginosa. No podía depender de Mateo, ni de Isabella. Saqué mi teléfono, llamando a emergencias, asegurándome de que esta vez, mi abuela viviría. Pero la supervivencia de mi abuela dependía de una transfusión de sangre O negativo, un tipo de sangre casi imposible de encontrar. Contacté a Mateo e Isabella, quienes compartían el mismo tipo de sangre, y les rogué ayuda. Ellos, ciegos por la codicia y la manipulación de Isabella, se burlaron, acusándome de arruinar su fiesta de cumpleaños. El médico corroboró la urgencia de sangre, pero respondieron con crueldad, colgándome. Me sentí completamente sola, con el pánico invadiéndome mientras buscaba desesperadamente donadores. Cuando encontré un donador, Ricardo, Mateo e Isabella lo contactaron, mintiéndole y persuadiéndolo de no venir. La vida de mi abuela pendía de un hilo, y ellos estaban dispuestos a dejarla morir por un capricho. Pero no esta vez. No iba a suplicarles. Iba a luchar. Ya no era la nieta ingenua que confiaba ciegamente en su familia. La muerte me había enseñado la lección más dura de todas. El dolor insoportable se transformó en una furia helada. Conseguí contactar a una red privada de donación de sangre y pagué una fortuna, era nuestra última esperanza. Cuando el Dr. Ramos, influenciado por Mateo, intentó evitar la donación, el infierno se desató. ¡No dejaría que la historia se repitiera! Mi abuela viviría, y ellos pagarían por todo el daño causado.

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