"Lo perdí todo, Sofía. Todo." Su voz quebrada me desgarró el alma. Sin dudarlo, dejé mi sueño culinario atrás y puse mi talento de chef dos estrellas Michelin al servicio de su "recuperación", abriendo un humilde puesto de tacos. Trabajé jornadas extenuantes, con las manos quemadas y el cuerpo agotado, mientras él justificaba sus ausencias con "reuniones" y "socios" que nunca aparecían. Le entregaba cada peso ganado con sudor y grasa, creyendo que salíamos adelante juntos, que reconstruíamos nuestro futuro. Hasta que, el día más concurrido en el mercado, escuché la risa de Mateo, clara y sin rastro de desesperación, en el celular de un cliente. "Claro que es divertido, Vanessa. La vida es para disfrutarla, ¿no crees?" Vanessa. Su ex, la que siempre me miró por encima del hombro. ¿Qué hacía Mateo con ella, en una fiesta de lujo, cuando se suponía que estaba en una aburrida reunión de abogados? La imagen en la pantalla me congeló: Mateo, impecable, riendo con Vanessa, con la vista de toda la ciudad a sus pies. Y entonces, las palabras de Vanessa me golpearon como un balde de agua helada: "¿Y tu noviecita la taquera? ¿Sigue sudando la gota gorda para pagarte tus lujos?" "Por supuesto," respondió Mateo, y su risa ahora era cruel y repulsiva. "Sigue ahí, en su puesto mugroso, creyendo que soy un pobrecito en la ruina. A veces hasta me da un poco de asco el olor a grasa con el que llega al departamento." Mi mundo se hizo añicos. Él sabía que yo. Sufrí por él. Me humillé por él. ¡Pero él! Él solo se burlaba de mí. Todo era una farsa. Su quiebra, su amor, su desesperación. ¡Todo era una mentira! Cómo pude ser tan estúpida. Cómo pude sacrificarlo todo por un hombre que solo me veía como un cajero automático con olor a grasa. La rabia me invadió, fría y cortante, silenciando el dolor. Apagué la plancha. Vacié las salsas al bote de basura. "Sí. Cerrado para siempre." Me quité el delantal, lo tiré al suelo y me marché. Mi vida, mi carrera, mi dignidad... todo lo había entregado por nada. Con cada paso, la humillación me quemaba por dentro. El dolor se transformó en una furia. "Te vas a arrepentir de esto," le juro. "No de haberme mentido. No de haberme robado. Te vas a arrepentir de haberme despreciado."
"Lo perdí todo, Sofía. Todo." Su voz quebrada me desgarró el alma.
Sin dudarlo, dejé mi sueño culinario atrás y puse mi talento de chef dos estrellas Michelin al servicio de su "recuperación", abriendo un humilde puesto de tacos.
Trabajé jornadas extenuantes, con las manos quemadas y el cuerpo agotado, mientras él justificaba sus ausencias con "reuniones" y "socios" que nunca aparecían.
Le entregaba cada peso ganado con sudor y grasa, creyendo que salíamos adelante juntos, que reconstruíamos nuestro futuro.
Hasta que, el día más concurrido en el mercado, escuché la risa de Mateo, clara y sin rastro de desesperación, en el celular de un cliente.
"Claro que es divertido, Vanessa. La vida es para disfrutarla, ¿no crees?"
Vanessa. Su ex, la que siempre me miró por encima del hombro. ¿Qué hacía Mateo con ella, en una fiesta de lujo, cuando se suponía que estaba en una aburrida reunión de abogados?
La imagen en la pantalla me congeló: Mateo, impecable, riendo con Vanessa, con la vista de toda la ciudad a sus pies.
Y entonces, las palabras de Vanessa me golpearon como un balde de agua helada: "¿Y tu noviecita la taquera? ¿Sigue sudando la gota gorda para pagarte tus lujos?"
"Por supuesto," respondió Mateo, y su risa ahora era cruel y repulsiva. "Sigue ahí, en su puesto mugroso, creyendo que soy un pobrecito en la ruina. A veces hasta me da un poco de asco el olor a grasa con el que llega al departamento."
Mi mundo se hizo añicos. Él sabía que yo. Sufrí por él. Me humillé por él. ¡Pero él! Él solo se burlaba de mí.
Todo era una farsa. Su quiebra, su amor, su desesperación. ¡Todo era una mentira!
Cómo pude ser tan estúpida. Cómo pude sacrificarlo todo por un hombre que solo me veía como un cajero automático con olor a grasa.
La rabia me invadió, fría y cortante, silenciando el dolor. Apagué la plancha. Vacié las salsas al bote de basura.
"Sí. Cerrado para siempre."
Me quité el delantal, lo tiré al suelo y me marché. Mi vida, mi carrera, mi dignidad... todo lo había entregado por nada.
Con cada paso, la humillación me quemaba por dentro. El dolor se transformó en una furia.
"Te vas a arrepentir de esto," le juro. "No de haberme mentido. No de haberme robado. Te vas a arrepentir de haberme despreciado."
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