No Soy Tuya

No Soy Tuya

Gavin

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Decidí casarme, pero no con Gael, el hombre al que había amado y servido durante media vida, sino con Diego, el mariachi del pueblo. Mi abuela suspiró, aliviada, diciendo que ese "muchacho de la ciudad" nunca fue para mí, con un "corazón ciego." Mientras planeaba mi nueva vida, sonó mi teléfono: era Gael, exigiendo que volviera a la Ciudad de México para revisar menús. Como si fuera una empleada más, no la amiga de la infancia que sacrificó todo por su sueño. La gota que derramó el vaso fue cuando, con total descaro, me dijo que Sofía, su "hermana adoptiva" e influencer, estaba usando mis preciosos platos de colibríes, mi alma en forma de cerámica, un regalo mío para ÉL, para su sesión de fotos. Para Gael, yo solo era una "artesana," una proveedora de "objetos bonitos" para su "feed." Una noche, cuando lo confronté, se burló: "Eran solo unos platos, no es para tanto. Te ayuda a promocionarte. Deja de ser tan dramática." Esa noche, bebí mezcal con Diego y sus amigos mariachis hasta que las lágrimas, por fin, se volvieron de victoria. Marco, su sous-chef, me llamó, rogándome que le contara la verdad: que yo pagué su préstamo, que vendí mis joyas por sus cuchillos. Pero me negué. ¿Para qué? ¿Para que me valorara? "Buscar su reconocimiento sería la humillación final. Y ya estoy cansada de humillarme." De vuelta en la Ciudad de México, Sofía me empujó y me quemó con café, mientras Gael, ciego por su "hermana," me acusaba de atacarla. "Eres un monstruo, Xochitl," dijo, arrojándome al oscuro y húmedo sótano, despojándome de todo, incluso de mi lugar en su vida. Allí, a punto de morir por un extraño veneno que entró a mi cuerpo sin mi consentimiento, en la oscuridad más profunda, mi cuerpo tembló, no de dolor, sino por un antiguo calor que emanaba de mí. Mi poder ancestral, oculto por mi devoción, despertó. Con una rabia helada, rompí la cerradura, quemé el huipil de mi boda con Gael, y corté el sello que nos unía, liberándome de él para siempre. "¿Casarme con quién, Gael? ¡No soy tuya! ¡Nunca lo fui! ¡Fui una estúpida, sí, pero ya no más! ¡Vete al infierno!" La furia me invadió, una ola purificadora. El día de mi boda con Diego, Gael apareció, furioso, gritando que yo era suya. Pero Diego no era solo un mariachi. Con un poder inexplicable, lo apartó. Aunque el espíritu de Gael intentó reescribir mi destino, atándome a él con su sangre "divina", nuestro vínculo era irrompible. Ahora, vivo bajo el sol de Oaxaca, con Diego y nuestra hija Itzel, mientras Gael, el "señor triste del mercado", paga el precio de su soberbia, para siempre solitario.

Introducción

Decidí casarme, pero no con Gael, el hombre al que había amado y servido durante media vida, sino con Diego, el mariachi del pueblo.

Mi abuela suspiró, aliviada, diciendo que ese "muchacho de la ciudad" nunca fue para mí, con un "corazón ciego."

Mientras planeaba mi nueva vida, sonó mi teléfono: era Gael, exigiendo que volviera a la Ciudad de México para revisar menús.

Como si fuera una empleada más, no la amiga de la infancia que sacrificó todo por su sueño.

La gota que derramó el vaso fue cuando, con total descaro, me dijo que Sofía, su "hermana adoptiva" e influencer, estaba usando mis preciosos platos de colibríes, mi alma en forma de cerámica, un regalo mío para ÉL, para su sesión de fotos.

Para Gael, yo solo era una "artesana," una proveedora de "objetos bonitos" para su "feed."

Una noche, cuando lo confronté, se burló: "Eran solo unos platos, no es para tanto. Te ayuda a promocionarte. Deja de ser tan dramática."

Esa noche, bebí mezcal con Diego y sus amigos mariachis hasta que las lágrimas, por fin, se volvieron de victoria.

Marco, su sous-chef, me llamó, rogándome que le contara la verdad: que yo pagué su préstamo, que vendí mis joyas por sus cuchillos.

Pero me negué. ¿Para qué? ¿Para que me valorara?

"Buscar su reconocimiento sería la humillación final. Y ya estoy cansada de humillarme."

De vuelta en la Ciudad de México, Sofía me empujó y me quemó con café, mientras Gael, ciego por su "hermana," me acusaba de atacarla.

"Eres un monstruo, Xochitl," dijo, arrojándome al oscuro y húmedo sótano, despojándome de todo, incluso de mi lugar en su vida.

Allí, a punto de morir por un extraño veneno que entró a mi cuerpo sin mi consentimiento, en la oscuridad más profunda, mi cuerpo tembló, no de dolor, sino por un antiguo calor que emanaba de mí.

Mi poder ancestral, oculto por mi devoción, despertó.

Con una rabia helada, rompí la cerradura, quemé el huipil de mi boda con Gael, y corté el sello que nos unía, liberándome de él para siempre.

"¿Casarme con quién, Gael? ¡No soy tuya! ¡Nunca lo fui! ¡Fui una estúpida, sí, pero ya no más! ¡Vete al infierno!"

La furia me invadió, una ola purificadora.

El día de mi boda con Diego, Gael apareció, furioso, gritando que yo era suya.

Pero Diego no era solo un mariachi.

Con un poder inexplicable, lo apartó.

Aunque el espíritu de Gael intentó reescribir mi destino, atándome a él con su sangre "divina", nuestro vínculo era irrompible.

Ahora, vivo bajo el sol de Oaxaca, con Diego y nuestra hija Itzel, mientras Gael, el "señor triste del mercado", paga el precio de su soberbia, para siempre solitario.

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