Amo Al Hombre Sin Sangre

Amo Al Hombre Sin Sangre

Gavin

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Capítulo

El mundo se sentía brillante y lleno de promesas, un lienzo dorado donde mi arte y el amor de Ricardo se fusionarían con la llegada de nuestro bebé. Pero la luz se desvaneció, revelando una oscuridad impensable: Ricardo, mi gran amor, y Elena, mi propia hermanastra, tramaban robar a mi hijo y encerrarme en un manicomio. La traición me golpeó como un rayo, mientras escuchaba sus voces heladas planear mi perdición, y peor aún, la de mi pequeño, al que ellos llamaban "un producto". Encerrada en un hospital fantasmal, drogada, débil, y despojada de todo, la verdad sobre mi pasado se desenterraba: Elena confesó que el aborto espontáneo de mi primer embarazo, años atrás, también fue obra suya. La desesperación se transformó en una rabia líquida, pura, que ardía en mis venas, y con la inesperada ayuda de una enfermera y un guardia compasivo, tomé en mis manos una llave y una dirección remota: la promesa de mi escape, y el inicio de mi resurrección para recuperar a mi hijo y destruir a quienes me habían convertido en esto.

Introducción

El mundo se sentía brillante y lleno de promesas, un lienzo dorado donde mi arte y el amor de Ricardo se fusionarían con la llegada de nuestro bebé.

Pero la luz se desvaneció, revelando una oscuridad impensable: Ricardo, mi gran amor, y Elena, mi propia hermanastra, tramaban robar a mi hijo y encerrarme en un manicomio.

La traición me golpeó como un rayo, mientras escuchaba sus voces heladas planear mi perdición, y peor aún, la de mi pequeño, al que ellos llamaban "un producto".

Encerrada en un hospital fantasmal, drogada, débil, y despojada de todo, la verdad sobre mi pasado se desenterraba: Elena confesó que el aborto espontáneo de mi primer embarazo, años atrás, también fue obra suya.

La desesperación se transformó en una rabia líquida, pura, que ardía en mis venas, y con la inesperada ayuda de una enfermera y un guardia compasivo, tomé en mis manos una llave y una dirección remota: la promesa de mi escape, y el inicio de mi resurrección para recuperar a mi hijo y destruir a quienes me habían convertido en esto.

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Romance

5.0

Mi médico suspiró, confirmando lo inevitable: mi leucemia estaba en etapa terminal, y yo solo anhelaba la paz de la muerte. Para mí, morir no era una pena, sino la única liberación de una culpa que nadie, excepto él, entendía. Luego, mi teléfono sonó, y la voz fría de Mateo Ferrari, mi jefe y antiguo amor, me arrastró de nuevo a un purgatorio autoimpuesto. Cinco años atrás, en los viñedos de Mendoza, su hermana y mi mejor amiga, Valeria, me empujó por la ventana para salvarme de unos asaltantes. Su grito y el sonidFmao de un disparo resonaron mientras huía, y cuando la policía me encontró, Mateo me sentenció con un odio helado: "Tú la dejaste morir. Es tu culpa." Desde entonces, cada día ha sido una expiación, una condena silenciosa bajo la crueldad de Mateo. Él me humillaba, me obligaba a beber hasta que mi cuerpo dolía, disfrutando mi sufrimiento como parte de esa penitencia interminable. Mi existencia se consumía bajo su sombra, una lenta autodestrucción en busca del final. La leucemia era solo el último acto de esta tragedia personal, la forma final de un pago que creía deber. ¿Por qué yo había sobrevivido para cargar con esta culpa insoportable y el odio de quienes una vez amé? Solo ansiaba el final, la paz que la vida me había negado, el perdón de Valeria. Una noche, tras una humillación brutal, una hemorragia masiva me llevó al borde de la muerte. Sin embargo, el rostro angustiado de mi amigo Andrés, y la inocencia de una niña que lo acompañaba, Luna, me abrieron una grieta de luz inesperada. ¿Podría haber una promesa más allá de la muerte, una oportunidad para el perdón y una nueva vida que no fuera de expiación?

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Urban romance

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La tarde en que Ricardo regresó, el sol implacable bañaba los impecables jardines de la mansión Vargas, casi tan cegador como el traje de lino blanco que él vestía. Un deportivo, escandaloso y ostentoso como su dueño, derrapó sobre la grava, soltando a una mujer pálida y frágil, aferrada a él como si su vida dependiera de ello: Camila Soto, la influencer desaparecida. Los vi entrar por el ventanal, sin invitación, como si la casa aún les perteneciera, ignorando a una Lupe que intentaba detenerlos. "Vengo a verla a ella," dijo él, su sonrisa torcida, esa misma sonrisa de hace tres años cuando me dejó plantada en el altar, diciendo que buscaba su «espíritu» en un rancho. "Sofía," espetó, su voz cargada de una autoridad inexistente, "veo que sigues aquí, como una buena perra fiel esperando a su amo." Luego, Ricardo se desplomó en el sofá de cuero de Alejandro, su padre, y dijo: "Hemos vuelto para quedarnos." Mi corazón no tembló, solo una fría calma, la calma de quien espera una tormenta anunciada, porque sabía que él no era el rey, y yo ya no era la ingenua que él había abandonado. Él no sabía que, con Alejandro, había encontrado dignidad, un hogar y un amor profundo que sanó las heridas de su traición. Me di la vuelta para ir a la cocina, con sus miradas clavadas en mi espalda, pensando que yo seguía siendo la misma Sofía. Pero justo en ese momento, una pequeña figura se lanzó hacia mí, riendo a carcajadas. "¡Mami, te encontré!" Un niño de dos años, con el cabello oscuro y los ojos brillantes de Alejandro, se abrazó a mi pierna, ajeno a la gélida tensión que se cernió sobre el salón. "Mami," preguntó con su vocecita clara, "¿Quiénes son?"

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