Morir y luego renacer a los quince años suena a fantasía, pero para mí, Ximena, fue el inicio de una cruel pesadilla repetida. El día de mi veinte cumpleaños pasado, mi prometido, Alejandro, me había organizado una gran fiesta. Pero la noticia de la muerte de Sofía, la mujer que él siempre amó en secreto, lo cambió todo. Sin decirme una palabra, se lanzó al lago, sus últimas palabras un susurro dedicado a ella. En ese instante, entendí que todo había sido una farsa, que su corazón jamás me perteneció. Cuando reabrí mis ojos a los quince años, el día en que Alejandro debía pedir mi mano, tomé una decisión: no intervendría. Solo observé cómo su familia iba directamente a casa de Sofía. Los vi celebrar una boda magnífica, y después, empacé mis cosas y me fui, lejos de todo lo que conocía. Diez años después, el destino, con su ironía, nos reunió en Costa Rica, en un banquete diplomático. Allí estaba Alejandro, exitoso, arrogante, y con Sofía del brazo. Nos encontramos, y sus palabras, llenas de burla, y las de Sofía, me hirieron, sugiriendo que yo era solo una mesera o una obsesionada. "¿Diez años y aún no me superas? ¿Me seguiste hasta aquí?" , me espetó. La humillación pública, orquestada por Sofía, se hizo insoportable. Pero mientras ellos disfrutaban de mi supuesto sufrimiento, mis ojos solo buscaban a la pequeña figura que se escondía del mundo. Cuando mi hijo Daniel apareció, su presencia cambió su sonrisa arrogante en un rostro pálido y aturdido. "¿Cómo... ¿cómo pudiste casarte? ¡Dijiste que me esperarías toda la vida!" , me gritó Alejandro, sus ojos llenos de una incredulidad dolorosa. En ese momento, solo me preguntaba: ¿Cómo podía él, el hombre que me había abandonado por completo, atreverse a cuestionar mis elecciones?
Morir y luego renacer a los quince años suena a fantasía, pero para mí, Ximena, fue el inicio de una cruel pesadilla repetida.
El día de mi veinte cumpleaños pasado, mi prometido, Alejandro, me había organizado una gran fiesta.
Pero la noticia de la muerte de Sofía, la mujer que él siempre amó en secreto, lo cambió todo.
Sin decirme una palabra, se lanzó al lago, sus últimas palabras un susurro dedicado a ella.
En ese instante, entendí que todo había sido una farsa, que su corazón jamás me perteneció.
Cuando reabrí mis ojos a los quince años, el día en que Alejandro debía pedir mi mano, tomé una decisión: no intervendría.
Solo observé cómo su familia iba directamente a casa de Sofía.
Los vi celebrar una boda magnífica, y después, empacé mis cosas y me fui, lejos de todo lo que conocía.
Diez años después, el destino, con su ironía, nos reunió en Costa Rica, en un banquete diplomático.
Allí estaba Alejandro, exitoso, arrogante, y con Sofía del brazo.
Nos encontramos, y sus palabras, llenas de burla, y las de Sofía, me hirieron, sugiriendo que yo era solo una mesera o una obsesionada.
"¿Diez años y aún no me superas? ¿Me seguiste hasta aquí?" , me espetó.
La humillación pública, orquestada por Sofía, se hizo insoportable.
Pero mientras ellos disfrutaban de mi supuesto sufrimiento, mis ojos solo buscaban a la pequeña figura que se escondía del mundo.
Cuando mi hijo Daniel apareció, su presencia cambió su sonrisa arrogante en un rostro pálido y aturdido.
"¿Cómo... ¿cómo pudiste casarte? ¡Dijiste que me esperarías toda la vida!" , me gritó Alejandro, sus ojos llenos de una incredulidad dolorosa.
En ese momento, solo me preguntaba: ¿Cómo podía él, el hombre que me había abandonado por completo, atreverse a cuestionar mis elecciones?
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