Ricardo "El Halcón" Ramírez, un tipo hecho y derecho, llegó a la reunión de exalumnos de su prepa en su confiable camioneta todoterreno. Mientras los demás presumían de Porsches y Ferraris, su humilde "Guerrero X1" parecía fuera de lugar, una anomalía que no tardó en ser señalada. Sus antiguos compañeros, ahora hinchados por el dinero y la arrogancia, no perdieron el tiempo en burlarse de él, de su vehículo y de su supuesto "trabajo de repartidor de tortillas". Armando, el mismo bravucón de siempre, junto con el magnate Miguel Ángel Méndez y la viperina Clara Contreras, se encargaron de humillarlo públicamente. El clímax llegó cuando Miguel Ángel, cegado por el ego, le vació una copa de champán encima, exigiendo que se arrodillara y le pidiera perdón a Clara, y a él, por "existir". El desprecio era palpable, el aire tenso, y Ricardo, empapado y humillado, sintió una furia fría recorrer sus venas. ¿Quiénes se creían estos tipos para tratarlo así? ¿Acaso el dinero les daba derecho a pisotear la dignidad de los demás? Lo que no sabían es que Ricardo no era un simple "repartidor de tortillas", ni su camioneta una "carcacha". Con una calma que helaba la sangre, levantó su teléfono y marcó un número encriptado. "General Silva, Halcón reportando. Propiedad militar en riesgo de ser dañada por civiles... la caballería va en camino". La verdadera lección de poder y humildad estaba a punto de comenzar.
Ricardo "El Halcón" Ramírez, un tipo hecho y derecho, llegó a la reunión de exalumnos de su prepa en su confiable camioneta todoterreno.
Mientras los demás presumían de Porsches y Ferraris, su humilde "Guerrero X1" parecía fuera de lugar, una anomalía que no tardó en ser señalada.
Sus antiguos compañeros, ahora hinchados por el dinero y la arrogancia, no perdieron el tiempo en burlarse de él, de su vehículo y de su supuesto "trabajo de repartidor de tortillas".
Armando, el mismo bravucón de siempre, junto con el magnate Miguel Ángel Méndez y la viperina Clara Contreras, se encargaron de humillarlo públicamente.
El clímax llegó cuando Miguel Ángel, cegado por el ego, le vació una copa de champán encima, exigiendo que se arrodillara y le pidiera perdón a Clara, y a él, por "existir".
El desprecio era palpable, el aire tenso, y Ricardo, empapado y humillado, sintió una furia fría recorrer sus venas.
¿Quiénes se creían estos tipos para tratarlo así? ¿Acaso el dinero les daba derecho a pisotear la dignidad de los demás?
Lo que no sabían es que Ricardo no era un simple "repartidor de tortillas", ni su camioneta una "carcacha".
Con una calma que helaba la sangre, levantó su teléfono y marcó un número encriptado.
"General Silva, Halcón reportando. Propiedad militar en riesgo de ser dañada por civiles... la caballería va en camino".
La verdadera lección de poder y humildad estaba a punto de comenzar.
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