Mi Esposa Cruél y Su Amante

Mi Esposa Cruél y Su Amante

Gavin

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Capítulo

La noche en que mi esposa dio a luz, el aire del hospital olía a una mezcla extraña de antiséptico y la felicidad que creía mía. Pero la voz de mi esposa, Clara, clara y nítida, rompió la ilusión: "Alfonso, di a luz a gemelos de padres diferentes. El que tiene una marca de nacimiento en el hombro es tu hijo, el otro es de mi esposo." El mundo se detuvo. Mi madre, a mi lado, se desplomó, víctima de un infarto masivo, todo por la traición que acababa de escuchar. En un instante, mi alegría de ser padre se pulverizó en la ceniza amarga de ser un hijo huérfano. Mi teléfono vibró con un mensaje de Clara: "Solo me llevaré a un niño, el hijo de Alfonso. El otro te lo dejaré a ti. Considéralo una compensación." ¿Compensación por destruir mi vida? Mi madre muerta, mi esposa y un bebé desaparecidos con su amante, y yo, abandonado con el niño que era la prueba viviente de mi traición. Semanas después, mi tragedia personal se convirtió en el chisme de la oficina. Luego, el golpe final: Clara nombró a Alfonso como líder de mi proyecto, humillándome públicamente. La injusticia me asfixió, pero por mi hijo, me aferré. Luché hasta el colapso, terminando de nuevo en el hospital. Al regresar, mi trabajo, meses de esfuerzo, había desaparecido de mi computadora. Corrí a la sala de juntas y vi a Alfonso presentando mis diapositivas como suyas. Clara, en pantalla, lo defendió, tildándome de mentiroso. Algo dentro de mí se rompió. "¡Mientes!", le grité, abalanzándome sobre Alfonso. Mi puño conectó con su mandíbula. El caos estalló. Los guardias me arrastraron. "¡Está despedido!", gritó Clara. Pero me quité el gafete, lo lancé al escritorio y dije, con una calma que no sentí: "No puedes despedirme. Renuncio." Luego, mirando a Alfonso: "Y quiero el divorcio. Inmediatamente." En ese momento, en medio del desastre, sentí una extraña liberación. La pesada carga se aligeró. Me había perdido a mí mismo, pero acababa de recuperarme.

Introducción

La noche en que mi esposa dio a luz, el aire del hospital olía a una mezcla extraña de antiséptico y la felicidad que creía mía.

Pero la voz de mi esposa, Clara, clara y nítida, rompió la ilusión: "Alfonso, di a luz a gemelos de padres diferentes. El que tiene una marca de nacimiento en el hombro es tu hijo, el otro es de mi esposo."

El mundo se detuvo. Mi madre, a mi lado, se desplomó, víctima de un infarto masivo, todo por la traición que acababa de escuchar. En un instante, mi alegría de ser padre se pulverizó en la ceniza amarga de ser un hijo huérfano.

Mi teléfono vibró con un mensaje de Clara: "Solo me llevaré a un niño, el hijo de Alfonso. El otro te lo dejaré a ti. Considéralo una compensación." ¿Compensación por destruir mi vida? Mi madre muerta, mi esposa y un bebé desaparecidos con su amante, y yo, abandonado con el niño que era la prueba viviente de mi traición.

Semanas después, mi tragedia personal se convirtió en el chisme de la oficina. Luego, el golpe final: Clara nombró a Alfonso como líder de mi proyecto, humillándome públicamente. La injusticia me asfixió, pero por mi hijo, me aferré.

Luché hasta el colapso, terminando de nuevo en el hospital. Al regresar, mi trabajo, meses de esfuerzo, había desaparecido de mi computadora. Corrí a la sala de juntas y vi a Alfonso presentando mis diapositivas como suyas.

Clara, en pantalla, lo defendió, tildándome de mentiroso. Algo dentro de mí se rompió. "¡Mientes!", le grité, abalanzándome sobre Alfonso. Mi puño conectó con su mandíbula. El caos estalló.

Los guardias me arrastraron. "¡Está despedido!", gritó Clara. Pero me quité el gafete, lo lancé al escritorio y dije, con una calma que no sentí: "No puedes despedirme. Renuncio." Luego, mirando a Alfonso: "Y quiero el divorcio. Inmediatamente." En ese momento, en medio del desastre, sentí una extraña liberación. La pesada carga se aligeró. Me había perdido a mí mismo, pero acababa de recuperarme.

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