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El Precio de la Humillación

El Precio de la Humillación

Gavin

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Capítulo

El aire de la Feria de Abril aún olía a azahar cuando Máximo me pidió matrimonio. Yo le di el "sí" más dulce, creyendo en un futuro perfecto junto al hombre de mis sueños. Una semana después, en la cena familiar oficial, su madre, dueña de media Sevilla, me entregó una tarjeta de débito con una "ayudita" de 20.000 euros para el ajuar. Parecía un cuento de hadas. Pero el sueño se desmoronó brutalmente en la tienda de novias más exclusiva. La dependienta, con voz discreta, anunció: "Fondos insuficientes." De 20.000 euros, solo quedaban 500; los 19.500 euros restantes habían desaparecido. Cuando intenté aclarar lo sucedido, Máximo y su madre, con sonrisas falsas y palabras melladas, me acusaron sutilmente de derrochadora. "¿Usado? ¿Cómo iba a gastar 19.500 euros en una semana sin que nadie lo notara?", grité, pero ellos insistieron, haciéndome dudar de mi propia cordura. Incluso mis padres, deslumbrados por el apellido Castillo, me pidieron que reflexionara y me disculpara, dejándome sola y humillada. ¿Cómo iba a aceptar ser acusada de algo que no hice? ¿Cómo pudieron mis propios padres dudar de mí? La rabia me quemaba por dentro. No podía ser. Alguien me estaba tendiendo una trampa. No iba a permitir que me pisotearan así. Con la ayuda de mi amiga Sylvia, decidí tenderles una trampa a ellos. Si querían jugar, íbamos a jugar. Y yo sería la ganadora.

Introducción

El aire de la Feria de Abril aún olía a azahar cuando Máximo me pidió matrimonio. Yo le di el "sí" más dulce, creyendo en un futuro perfecto junto al hombre de mis sueños.

Una semana después, en la cena familiar oficial, su madre, dueña de media Sevilla, me entregó una tarjeta de débito con una "ayudita" de 20.000 euros para el ajuar. Parecía un cuento de hadas.

Pero el sueño se desmoronó brutalmente en la tienda de novias más exclusiva. La dependienta, con voz discreta, anunció: "Fondos insuficientes." De 20.000 euros, solo quedaban 500; los 19.500 euros restantes habían desaparecido.

Cuando intenté aclarar lo sucedido, Máximo y su madre, con sonrisas falsas y palabras melladas, me acusaron sutilmente de derrochadora. "¿Usado? ¿Cómo iba a gastar 19.500 euros en una semana sin que nadie lo notara?", grité, pero ellos insistieron, haciéndome dudar de mi propia cordura. Incluso mis padres, deslumbrados por el apellido Castillo, me pidieron que reflexionara y me disculpara, dejándome sola y humillada.

¿Cómo iba a aceptar ser acusada de algo que no hice? ¿Cómo pudieron mis propios padres dudar de mí? La rabia me quemaba por dentro. No podía ser. Alguien me estaba tendiendo una trampa. No iba a permitir que me pisotearan así.

Con la ayuda de mi amiga Sylvia, decidí tenderles una trampa a ellos. Si querían jugar, íbamos a jugar. Y yo sería la ganadora.

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El olor a guiso casero y a tortillas llenaba nuestra pequeña cocina, un aroma que solía amar, pero que ahora se sentía sofocante por una culpa que me carcomía. Durante dos años, había vivido convencido de que era estéril, una noticia devastadora que me hacía sentir que le había fallado a Luciana, mi hermosa esposa. Una noche, buscando su bolso, un pequeño frasco blanco rodó por el suelo: píldoras anticonceptivas. El corazón se me detuvo, y un frío helado me recorrió cuando Luciana, al ver el frasco y el pánico en sus ojos, me confesó entre sollozos que el informe de esterilidad era falso, que ella era la infértil. La perdoné esa misma noche, sintiéndome el peor hombre del mundo por haber dudado de ella; la culpa se había trocado en compasión, cegándome a la red de mentiras que apenas comenzaba a tejerse a mi alrededor. Seis meses después, mi esposa Luciana, cuya distancia ya era un abismo, me anunció que se iba de viaje de trabajo; pero una cámara oculta que instalé, revelaría mucho más que un simple viaje de negocios. En la pantalla, mi "mejor amigo" Iván entraba a nuestra habitación, sonriendo, y se metía en la cama con mi esposa, riendo y besándose. El shock inicial se transformó en una helada claridad: el falso embarazo, el aborto "espontáneo", mis padres llegando al hotel para encontrarme con una mujer desconocida, el acuerdo de separación de bienes; todo había sido una orquestación diabólica. ¿Cómo había sido tan ciego? Me habían traicionado, humillado y despojado de todo, pero sentía que eso no era lo peor. Mi dolor se convirtió en una fría sed de justicia, y esa noche, mi propósito se volvió letalmente claro: harían añicos la vida que tanto amaba, pero yo reconstruiría la mía sobre las ruinas de su traición.

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