Cuando La Verdad me Duele

Cuando La Verdad me Duele

Gavin

5.0
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Capítulo

En la iglesia de nuestro pueblo, mi mano se aferraba a la de Mateo, mi devoto esposo, esperando un documento crucial. La "Bendición Preparatoria de Bautismo Familiar" de mi tío, el obispo, era la promesa de que nuestro hijo nacería en gracia. Para mí, era la redención, porque ya había vivido este día antes. En mi vida pasada, ese mismo papel se convirtió en mi sentencia de muerte. Mateo me llamó "portadora del demonio", y mis padres me encerraron, me golpearon, me hicieron perder a mi bebé y me enviaron a un sanatorio donde morí. Esta vez, juré que no permitiría que el papel cayera en sus manos. Pero Mateo, con un movimiento hábil, me lo arrebató. Su rostro se transformó: la calidez desapareció, reemplazada por un odio helado al ver una marca cerca de la firma. "Este niño no puede nacer" , siseó, ordenándome "purificarme" . Al gritar por ayuda, mis padres llegaron, y mi padre, tras ver la misma marca, me señaló y me llamó "¡una puta!". No entendía qué era esa marca en el documento o por qué los hacía cambiar de tal modo. ¿Por qué mi propia familia, a la que tanto amaba, de repente quería hacerme daño a mí y a mi bebé? ¿Qué oscuro secreto escondía ese papel? La desesperación me invadió al ser llevada a la clínica. Justo cuando creí que todo había terminado, fui arrastrada a un callejón oscuro donde mi familia planeaba mi muerte. Pero una periodista desconocida, Carmen, apareció, cámara en mano, gritando: "¡Sueltenla! ¡La policía está en camino!". Era mi única esperanza.

Introducción

En la iglesia de nuestro pueblo, mi mano se aferraba a la de Mateo, mi devoto esposo, esperando un documento crucial. La "Bendición Preparatoria de Bautismo Familiar" de mi tío, el obispo, era la promesa de que nuestro hijo nacería en gracia. Para mí, era la redención, porque ya había vivido este día antes.

En mi vida pasada, ese mismo papel se convirtió en mi sentencia de muerte. Mateo me llamó "portadora del demonio", y mis padres me encerraron, me golpearon, me hicieron perder a mi bebé y me enviaron a un sanatorio donde morí. Esta vez, juré que no permitiría que el papel cayera en sus manos.

Pero Mateo, con un movimiento hábil, me lo arrebató. Su rostro se transformó: la calidez desapareció, reemplazada por un odio helado al ver una marca cerca de la firma. "Este niño no puede nacer" , siseó, ordenándome "purificarme" . Al gritar por ayuda, mis padres llegaron, y mi padre, tras ver la misma marca, me señaló y me llamó "¡una puta!".

No entendía qué era esa marca en el documento o por qué los hacía cambiar de tal modo. ¿Por qué mi propia familia, a la que tanto amaba, de repente quería hacerme daño a mí y a mi bebé? ¿Qué oscuro secreto escondía ese papel? La desesperación me invadió al ser llevada a la clínica.

Justo cuando creí que todo había terminado, fui arrastrada a un callejón oscuro donde mi familia planeaba mi muerte. Pero una periodista desconocida, Carmen, apareció, cámara en mano, gritando: "¡Sueltenla! ¡La policía está en camino!". Era mi única esperanza.

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El olor a gasolina y aceite de motor era mi perfume, el aire que me daba vida. Pero esa tarde, mi exnovio Mateo apareció y lanzó la bomba: había vendido mi Impala del 67, "El Fantasma" , la obra de arte que me tomó dos años restaurar, a su ex. Y no a cualquiera, a Valentina, la corredora de autos ciega de la que nunca dejaba de hablar con lástima y admiración. Sentí un pistón fallar en mi corazón. "No tenías derecho" , susurré, mientras mis ojos ardían. Él intentó justificarlo: "Valentina lo necesita para volver a las carreras, tú dijiste que era una bestia salvaje" . Pero el universo digital que solo yo podía ver, el foro de automovilistas que parpadeaba en mi monitor, me reveló la verdad. Un usuario llamado 'LaTuercaFloja' lo escribió crudamente: "El plan es sabotear el coche. Un fallo en los frenos en la recta final. Quieren que parezca un accidente trágico" . Mi creación, mi Fantasma, iba a ser el arma en un asesinato. La traición me golpeó como un choque frontal. Mateo esperaba mi colapso, pero lo que encontró fue un hielo puro. "¡Largo de aquí, Mateo! ¡Ahora!" , grité. Él se fue, dejando un portazo que hizo vibrar mi taller, pero su amenaza resonó más fuerte: "No te atrevas a acercarte a esa carrera" . Cada palabra amable de él, cada gesto de apoyo, se retorció en veneno. Comprendí que para Mateo, mi coche nunca fue una pasión compartida, sino una herramienta en su juego de ambición. No había tiempo para el dolor, solo para la acción. El foro parpadeó de nuevo: "Sofía es la única que puede detenerlo. Ella construyó ese coche. Ella conoce su alma" . Subí a mi motocicleta, el motor rugiendo como un grito de guerra, y salí hacia la noche. Iba a salvar a mi coche, a una mujer inocente, y a exponer al monstruo que se había escondido detrás de la máscara de mi amor. Mi determinación era ahora un motor V8 a toda potencia.

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Me llamo Isabella Montoya y mi vida estaba destinada a un matrimonio arreglado. Para salvar a mi familia, me casé con Alejandro Torres, el heredero del imperio vinícola rival. Lo que nadie sabía, ni siquiera él, era que, desde niña, yo lo amaba en secreto. Pero Alejandro me detestaba. Desde el primer día, me humilló frente a los demás. En nuestra boda, me entregó una jaula vacía, diciendo que era para que recordara lo que era la libertad. Los años que siguieron fueron un infierno silencioso. Él no se molestaba en ocultar sus infidelidades, riéndose de mi dolor. Incluso, encontré a su amante usando un valioso collar de diamantes de mi abuela, que él me había quitado "para protegerlo". Luego, cuando la enfermedad me consumía, y mi rostro apenas podía ocultar el dolor, su maldad se tornó indescriptible. Acepté el divorcio, pidiendo solo mi "libertad", pero antes le pedí que me acompañara a cumplir cinco últimas "promesas". Cada una fue una nueva humillación, un nuevo tormento. La última, una cena preparada por él, terminó en una tortura pública. Su amante, Lucía, me arrancó la peluca, revelando mi cabeza calva por la quimioterapia. Y mi propio esposo, sin dudarlo, destrozó los restos de mi peluca, jurando con desprecio: "¡Te odio, Isabella!". ¿Cómo podía alguien caer tan bajo, destruyendo el último vestigio de dignidad de una mujer moribunda? Esa noche, morí en vida. Poco después, mi cuerpo me abandonó. Él pensó que se había librado de mí y de todos mis secretos. Pero lo que ignoraba era que "La Cuentera del Valle"-mi seudónimo secreto como escritora-había dejado un diario. Un diario lleno de verdades que transformarían su vida en una pesadilla de arrepentimiento y locura. Mi venganza silenciosa apenas comenzaba.

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Ricardo era cinco años menor, una diferencia que él difuminaba con promesas de eternidad. Yo, tonta enamorada, creí cada palabra. Era su ancla, su faro en la tormenta, hasta que el mar que prometía ser mi salvavidas se convirtió en la marea embravecida que me ahogaría. Esa noche, su teléfono vibró; un número desconocido, el temblor en mis manos al desbloquearlo. Una fecha que fue nuestra ahora se sentía a burla. "Cami Bebé", un chat anclado, un emoji de corazón, el rostro de una modelo de Instagram. Mensajes de "te extraño", "anoche fue increíble", fotos provocadoras. El aire se me escapó de los pulmones. Luego llegó el desprecio, la palabra "sucia" resonando en la grabación de su propio coche. "No como la otra, que a veces hasta me da asco. Se siente... sucia". Sentí cómo mi alma se desgarraba. Mi cuerpo, el que él había amado, ahora era repugnante para él. La confirmación llegó con la llamada de Marco, su amigo, repitiendo la obscenidad. ¿Cómo pudo? ¿Qué hice mal? ¿Era mi edad, mi cansancio, mi entrega? La humillación me ahogaba, pero el shock se transformó en una claridad helada. La chica del MP, esa a la que él despreció en público, era la misma a la que ahora le transfería fortunas y le declaraba su amor. Él no buscaba otra; buscaba borrarme con una réplica joven, una versión "limpia" de mí. En ese instante, me miré al espejo, rota, pero no vencida. La Sofía que construyó su imperio desde cero, la que superó crisis y traiciones, esa guerrera que llevaba dentro, despertó. Ya no había lágrimas, solo una determinación inquebrantable. La guerra acababa de empezar, y él no sabía con quién se estaba metiendo.

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