La Señorita solo Quiere Vivir Tranquilamente

La Señorita solo Quiere Vivir Tranquilamente

Gavin

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A mis cincuenta años, consumí mi vida en una cama de hospital barata, cada aliento una punzada de dolor por décadas cosiendo en el ruidoso Gamarra. Frente a mí, en la televisión, mi exnovio, Javier Mendoza, brillaba como un arquitecto famoso, dedicando su premio a Camila Solari, la heredera del imperio textil, y a su hermano Mateo. Fue entonces cuando la verdad me golpeó con la fuerza de una epifanía agonizante: los Solari eran mi verdadera familia biológica, y Javier, Camila y Mateo habían orquestado un cruel engaño para mantenerme alejada de mi herencia. Yo, la tonta Isa que, a los veintidós años, decidió quedarse con Javier, sacrificando todo, viviendo en la miseria y el trabajo extenuante para financiar su carrera, solo para ahora morir lamentando una vida de mentiras. Mi último suspiro se ahogó en arrepentimiento, dejándome con una pregunta punzante: ¿Por qué? ¿Por qué me engañaron así? ¿Qué oscura trama tejieron para robarme lo que era mío? Pero justo cuando la oscuridad parecía engullirme, me encontré de pie, otra vez en el taller de Gamarra, con veintidós años, y Mateo Solari frente a mí, ofreciéndome una vez más la oportunidad de volver a casa.

Introducción

A mis cincuenta años, consumí mi vida en una cama de hospital barata, cada aliento una punzada de dolor por décadas cosiendo en el ruidoso Gamarra.

Frente a mí, en la televisión, mi exnovio, Javier Mendoza, brillaba como un arquitecto famoso, dedicando su premio a Camila Solari, la heredera del imperio textil, y a su hermano Mateo.

Fue entonces cuando la verdad me golpeó con la fuerza de una epifanía agonizante: los Solari eran mi verdadera familia biológica, y Javier, Camila y Mateo habían orquestado un cruel engaño para mantenerme alejada de mi herencia.

Yo, la tonta Isa que, a los veintidós años, decidió quedarse con Javier, sacrificando todo, viviendo en la miseria y el trabajo extenuante para financiar su carrera, solo para ahora morir lamentando una vida de mentiras.

Mi último suspiro se ahogó en arrepentimiento, dejándome con una pregunta punzante: ¿Por qué? ¿Por qué me engañaron así? ¿Qué oscura trama tejieron para robarme lo que era mío?

Pero justo cuando la oscuridad parecía engullirme, me encontré de pie, otra vez en el taller de Gamarra, con veintidós años, y Mateo Solari frente a mí, ofreciéndome una vez más la oportunidad de volver a casa.

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5.0

El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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