El Costo de la Codicia: Una Segunda Oportunidad

El Costo de la Codicia: Una Segunda Oportunidad

Gavin

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Capítulo

En mi vida pasada, morí apuñalada en el frío suelo de la bodega familiar. La cuchilla de podar se clavó en mi costado, y la sangre manchó las piedras, tan roja como el vino que tanto amaba. Mientras mi vida se escapaba, vi a mi prima Isabel susurrarle a Javier, mi prometido, con una sonrisa torcida. «Sofía, fue Javier quien les dijo que tu tratamiento era una estafa. Dijo que solo querías venderles productos caros», me confesó ella, antes de dejarme morir sola. El dolor era inmenso, pero la traición me helaba hasta los huesos: Javier, mi prometido, y mi propia prima. Me culparon, me empujaron, por haber salvado las viñas de los García con mi caro tratamiento orgánico, mientras Isabel prometía una solución barata y rápida con químicos. Pero esos químicos arrasaron las viñas, contaminaron la tierra y destruyeron todo. ¿Cómo pudimos ser tan ciegos? ¿Cómo mi propia familia y el hombre que amaba me entregarían a la muerte por avaricia y envidia? Ahora, abro los ojos, de vuelta en el mismo día, justo cuando los García suplican mi ayuda por la misma plaga. ¡Pero esta vez, no caeré en la misma trampa!

Introducción

En mi vida pasada, morí apuñalada en el frío suelo de la bodega familiar.

La cuchilla de podar se clavó en mi costado, y la sangre manchó las piedras, tan roja como el vino que tanto amaba.

Mientras mi vida se escapaba, vi a mi prima Isabel susurrarle a Javier, mi prometido, con una sonrisa torcida.

«Sofía, fue Javier quien les dijo que tu tratamiento era una estafa. Dijo que solo querías venderles productos caros», me confesó ella, antes de dejarme morir sola.

El dolor era inmenso, pero la traición me helaba hasta los huesos: Javier, mi prometido, y mi propia prima.

Me culparon, me empujaron, por haber salvado las viñas de los García con mi caro tratamiento orgánico, mientras Isabel prometía una solución barata y rápida con químicos.

Pero esos químicos arrasaron las viñas, contaminaron la tierra y destruyeron todo.

¿Cómo pudimos ser tan ciegos? ¿Cómo mi propia familia y el hombre que amaba me entregarían a la muerte por avaricia y envidia?

Ahora, abro los ojos, de vuelta en el mismo día, justo cuando los García suplican mi ayuda por la misma plaga. ¡Pero esta vez, no caeré en la misma trampa!

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El rugido del avión de rescate sonaba como la salvación, pero para mí, Sofía, solo aumentaba la ansiedad en aquel sofocante aeropuerto improvisado. De repente, mi esposo, Miguel, me tomó del brazo con una fuerza inusual, su rostro contraído por la frustración mientras gritaba: "¡Sofía, no podemos irnos! ¡No puedo dejar a Carlos aquí!". Alegaba que Carlos era su primo, su responsabilidad, alguien que debía regresar a salvo. Escuché sus palabras, las mismas palabras que retumbaron en otra vida, y un escalofrío me recorrió: no era un sueño, había renacido. El recuerdo de mi vida anterior me golpeó como un maremoto: la epidemia, el avión gubernamental, y Carlos, supuestamente su primo, pero en realidad su amante, la misma que nos retrasó maquillándose para su "triunfal" regreso. En esa vida pasada, yo rogué, los otros voluntarios me acusaron de egoísta, y Miguel, con su falsa rectitud, me obligó a esperar con mentiras, llamándome egoísta. Esperamos. Carlos llegó, perfecto, y el avión partió, directo a mi perdición. Al aterrizar, Miguel me señaló y, con una falsa preocupación, dijo: "Ella tiene fiebre. Estuvo en contacto cercano con un paciente infectado ayer." ¡Era una mentira cruel y calculada! Fui aislada, interrogada, torturada psicológicamente por un sistema que creyó a mi "heroico" esposo. Morí sola, no por la enfermedad, sino por una infección hospitalaria, con mi cuerpo debilitado y mi espíritu roto. Mis padres, rotos de pena, fallecieron poco después, y Miguel, el "viudo afligido", heredó todo. Se casó con Carlos, y vivieron felices sobre mis cenizas y las de mis padres. Pero ahora estoy aquí, de nuevo en este infierno, con el mismo avión rugiendo y el mismo manipulador repitiendo sus mentiras. La rabia pura me invadió, mis puños se cerraron, y al mirar a Miguel, ya no vi al hombre que amaba, sino a mi asesino. "No," dije, mi voz tranquila pero firme, interrumpiéndolo. Miguel parpadeó, sorprendido. "¿No qué?" "No vamos a esperar, Miguel." Me sacudí su mano. Me giré hacia los atónitos voluntarios y proclamé, con mi voz resonando: "Carlos no es tu primo. Es tu amante. Y no voy a arriesgar la vida de dieciocho personas por la vanidad de una mujer que necesita una hora para ponerse rímel en medio de una evacuación de emergencia." El silencio fue absoluto, roto solo por el avión. Miguel palideció, su máscara se hizo añicos. Esta vida, pensé, no será una repetición. Será una venganza.

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