Mis manos que una vez soñaron con Miguel Ángel, ahora solo conocían la tierra áspera de La Rioja. Durante cinco años, me maté trabajando en un viñedo, recogiendo uvas con mis manos destrozadas para salvar a Mateo, el hombre que amaba, de una supuesta deuda de 300.000 euros. Sacrifiqué mi beca, mis sueños en el Vaticano, todo por él. Hoy, finalmente, lo había logrado. Tenía el dinero en mis manos. Pero cuando fui a entregarlo, descubrí una escena que destrozó mi alma. Mateo no era el hombre arruinado que yo creía; era el Señor Solís, el heredero de la bodega, riéndose con Sofía, mi "jefa" y su cómplice. Todo fue una farsa cruel y elaborada. Se habían burlado de mí durante cinco años. Mateo no solo no estaba arruinado, sino que planeaba endeudarme por un millón de euros más, solo por diversión. Me humilló públicamente, mis sueños y mi sacrificio fueron pisoteados. Sofía, con una sonrisa de depredadora, me exigió que me arrodillara y suplicara por un trabajo. La traición me cegó, me ahogó el aire. ¿Cómo pudo engañarme así? ¿Por qué tanto odio, tanta crueldad? La Isabella que amaba a Mateo murió allí mismo. Pero del fondo del abismo, una llama se encendió. No me arrodillé. Dejé caer el dinero, el símbolo de mi esclavitud. Y en ese instante, en medio de la oscuridad, un rayo de esperanza: la voz de mi mentor, el Profesor Vargas, al otro lado de la línea. Él me dio una segunda oportunidad, el sueño que creí perdido: ¡El Vaticano! Y no solo me rescató de un ataque esa misma noche, sino que me recordó que mi vida, mis verdaderos sueños, valían mucho más que su mentira.
Mis manos que una vez soñaron con Miguel Ángel, ahora solo conocían la tierra áspera de La Rioja. Durante cinco años, me maté trabajando en un viñedo, recogiendo uvas con mis manos destrozadas para salvar a Mateo, el hombre que amaba, de una supuesta deuda de 300.000 euros. Sacrifiqué mi beca, mis sueños en el Vaticano, todo por él.
Hoy, finalmente, lo había logrado. Tenía el dinero en mis manos. Pero cuando fui a entregarlo, descubrí una escena que destrozó mi alma. Mateo no era el hombre arruinado que yo creía; era el Señor Solís, el heredero de la bodega, riéndose con Sofía, mi "jefa" y su cómplice.
Todo fue una farsa cruel y elaborada. Se habían burlado de mí durante cinco años. Mateo no solo no estaba arruinado, sino que planeaba endeudarme por un millón de euros más, solo por diversión. Me humilló públicamente, mis sueños y mi sacrificio fueron pisoteados. Sofía, con una sonrisa de depredadora, me exigió que me arrodillara y suplicara por un trabajo.
La traición me cegó, me ahogó el aire. ¿Cómo pudo engañarme así? ¿Por qué tanto odio, tanta crueldad? La Isabella que amaba a Mateo murió allí mismo. Pero del fondo del abismo, una llama se encendió. No me arrodillé. Dejé caer el dinero, el símbolo de mi esclavitud.
Y en ese instante, en medio de la oscuridad, un rayo de esperanza: la voz de mi mentor, el Profesor Vargas, al otro lado de la línea. Él me dio una segunda oportunidad, el sueño que creí perdido: ¡El Vaticano! Y no solo me rescató de un ataque esa misma noche, sino que me recordó que mi vida, mis verdaderos sueños, valían mucho más que su mentira.
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