Venganza DE La Bestia

Venganza DE La Bestia

Gavin

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Capítulo

La luz del sol valenciano inundaba mi apartamento, un día cualquiera. El aroma a café fresco flotaba, y la voz de mi marido, Javier, rompió la calma. "Sofía, cariño, mi padre ya ha llegado." Pero mi mente seguía anclada en el sabor metálico de la sangre. En la oscuridad que lo había envuelto todo, en el silencio donde antes lloraba mi Mateo. Entonces, la imagen de Bestia, el Dogo Canario, sus ojos fríos e inteligentes. La misma mirada que me quitó la vida, la misma que se llevó a mi hijo. Corrí, temblorosa, hacia la cuna de Mateo. Allí estaba, mi pequeño Mateo, respirando; su piel, tibia, viva. Un alivio inmenso se mezcló con un horror profundo. Un gruñido me hizo girar: Ricardo, mi suegro, y a sus pies, la bestia. "Es por seguridad," dijo con su sonrisa condescendiente. Javier asintió, totalmente ajeno al mortal peligro que había entrado en casa. ¿Cómo podía estar reviviendo aquello que ya me había matado? No era una pesadilla, era una segunda oportunidad. La última pregunta de mi vida anterior resonó: ¿cómo supieron dónde estábamos? De la impotencia pasada, ahora brotaba una furia fría e implacable. Esta vez, no gritaría ni huiría. No buscaría razones, sino venganza. El juego había comenzado, y conocía las reglas. Esta vez, las reescribiría todas.

Introducción

La luz del sol valenciano inundaba mi apartamento, un día cualquiera.

El aroma a café fresco flotaba, y la voz de mi marido, Javier, rompió la calma.

"Sofía, cariño, mi padre ya ha llegado."

Pero mi mente seguía anclada en el sabor metálico de la sangre.

En la oscuridad que lo había envuelto todo, en el silencio donde antes lloraba mi Mateo.

Entonces, la imagen de Bestia, el Dogo Canario, sus ojos fríos e inteligentes.

La misma mirada que me quitó la vida, la misma que se llevó a mi hijo.

Corrí, temblorosa, hacia la cuna de Mateo.

Allí estaba, mi pequeño Mateo, respirando; su piel, tibia, viva.

Un alivio inmenso se mezcló con un horror profundo.

Un gruñido me hizo girar: Ricardo, mi suegro, y a sus pies, la bestia.

"Es por seguridad," dijo con su sonrisa condescendiente.

Javier asintió, totalmente ajeno al mortal peligro que había entrado en casa.

¿Cómo podía estar reviviendo aquello que ya me había matado?

No era una pesadilla, era una segunda oportunidad.

La última pregunta de mi vida anterior resonó: ¿cómo supieron dónde estábamos?

De la impotencia pasada, ahora brotaba una furia fría e implacable.

Esta vez, no gritaría ni huiría.

No buscaría razones, sino venganza.

El juego había comenzado, y conocía las reglas.

Esta vez, las reescribiría todas.

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Romance

5.0

Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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