Helena conducía hacia su casa después de un día agotador en el trabajo, ansiosa por un respiro.
Sin embargo, al pasar por el parque cercano a su edificio, algo la hizo frenar en seco.
Allí, vio a su hermana menor entregada a un beso apasionado con un hombre que parecía mucho mayor. Se acercó, confirmando lo que ya temía: su hermana estaba con Billy Baker, el hermano menor de su exesposo, un hombre casado y con la fama de ser un mujeriego.
Helena lo conocía bien; durante su matrimonio con Maximilien, él tuvo que intervenir en varias ocasiones para sacar a Billy de problemas. La rabia la invadió, así que paró el coche y bajó rápidamente para enfrentarlos. Tenía que proteger a Ana de ese hombre que solo le traería sufrimiento.
Le indignaba la falta de vergüenza de su hermana, que sabía perfectamente que Billy estaba casado, pero lo que más le molestaba era la actitud de su excuñado, quien no solo ignoraba la edad de Ana, sino también el lazo que alguna vez unió a sus familias.
-¿Pero qué demonios significa esto? ¿Acaso han perdido la cabeza? -espetó Helena, con la mirada encendida de furia.
-¿Qué pasa, cariño? ¿Será que estás celosa? -respondió Billy, con una sonrisa cargada de cinismo.
-No digas estupideces, Billy. Sabes perfectamente que Ana es menor de edad. Te aprovechaste de su inexperiencia para manipularla. Y tú, ¿no te da vergüenza? Sabías que este hombre es casado y no te importó. ¿Qué clase de personas son ustedes?
-Deja de entrometerte en la vida ajena -replicó Ana, cruzándose de brazos-. Estoy con Billy porque lo amo, y muy pronto se divorciará de esa bruja de su esposa. Nos casaremos y nada podrá evitarlo.
-¿En serio? No te hagas ilusiones. Eso jamás va a pasar. Valeria lo tiene bien amarrado, y si él intenta dejarla, sus infidelidades saldrían a la luz, arrastrando el apellido Baker por el barro. Y créeme, eso es lo último que le conviene.
Ana soltó una risa sarcástica.
-Hablas así porque te carcome la rabia. Yo sí tengo a un Baker a mi lado, y tú ya no. Maximilien jamás volverá contigo. Ahora está comprometido con una mujer de la alta sociedad, alguien que sí está a su nivel. Tú ya no significas nada para él.
Al escuchar aquellas palabras, Helena sintió cómo la rabia le subía por la garganta hasta estallar. Sin pensarlo dos veces, abofeteó a Ana con furia. Le había dado justo donde más le dolía. Sabía que Maximilien estaba a punto de casarse nuevamente, pero escuchar a alguien recordárselo era como arrancar la costra de una herida que nunca terminaba de sanar. Ya habían pasado dos años desde el divorcio, y, aun así, su recuerdo seguía atormentándola.
-No estamos hablando de mí. Eso ya es parte del pasado -dijo Helena, con la voz temblando de ira contenida-. Pero escúchame bien, Billy. Mantente lejos de mi hermana. Me conoces y sabes que siempre cumplo mis advertencias. Si no voy ahora mismo a denunciarte, no es por ti, sino por tu familia. Así que piénsalo bien. Estás advertido. Y tú, Ana, súbete al auto de inmediato.
-No voy a ninguna parte contigo. Odio que siempre intentes controlarme. No tienes idea de cuánto te detesto -espetó Ana, forcejeando para liberarse del agarre firme de su hermana.
Billy, sin inmutarse, se dio la vuelta y se marchó, como si nada de lo sucedido tuviera importancia. Ana gritó su nombre, rogándole que no la dejara sola, pero él ni siquiera se dignó a mirar atrás.
-¿Te das cuenta ahora de lo mucho que le importas? -dijo Helena, con una mezcla de lástima y frustración-. Abre los ojos, Ana. Ese desgraciado solo te quiere para pasar el rato.
Después de escuchar las palabras de Helena, Ana finalmente cedió y subió al auto. Durante todo el trayecto no hizo más que llorar en silencio, con la mirada fija en la ventana, como si el paisaje borroso pudiera consolarla.
Al llegar a casa de su madre, Helena vio a la mujer de pie en la entrada, pero fue el llanto desconsolado de Ana lo que acaparó su atención. Sin pensarlo dos veces, la abrazó con fuerza y la llevó directo al dormitorio, intentando, sin éxito, calmar su angustia.
Una vez sola en el salón, Helena recorrió con la mirada cada Rincón de la casa. Los lujos y los adornos ostentosos parecían fuera de lugar, un recordatorio doloroso de la falta de sensatez. Pensó que, tras la muerte de su padre, manejarían con más prudencia el poco dinero que él, con tanto esfuerzo, les había dejado.
Pero la realidad era otra. Tanto su madre como Ana estaban dilapidando el capital como si fuera inagotable. Desde su divorcio, Helena apenas las visitaba, pero cada mes enviaba puntualmente una pequeña suma de dinero, creyendo que, al menos, eso las mantendría a flote.
-¿Qué haces aquí? -la voz de su madre irrumpió en la sala, cargada de enojo.
Helena cerró los ojos por un instante y respiró hondo. Estaba cansada de callar, de fingir que todo estaba bien. Por primera vez en su vida, decidió encarar a su madre sin reservas.
-Siempre supiste lo que estaba pasando y no me dijiste nada, Mamá. ¿Cómo pudiste permitir que algo así sucediera? -le espetó, con la mirada clavada en la de ella, sin rastro de temor.
-No sé para qué viniste -espetó su madre con el rostro desencajado-. Lo único que haces siempre es arruinarlo todo con tus estúpidos principios. Esta era nuestra única oportunidad de recuperar la vida a la que estamos acostumbradas. El pusilánime de tu padre nos dejó en la miseria, y tú... tú ni siquiera fuiste capaz de retener a Maximilien. Y ahora que Anita había logrado atrapar a Billy, vienes y lo echas todo a perder. Entiéndelo de una vez, Helena: no te necesitamos aquí. Lo único útil que podrías hacer sería reconquistar a tu exmarido, hijita.
Las palabras de su madre eran como puñales, afilados por el resentimiento y la codicia. Helena la observó por un largo instante, con una mezcla de dolor y determinación reflejada en su mirada.