Capítulo 1.
Yo nunca pensé que mi vida cambiaría en una noche. En unos pocos momentos mis esperanzas y sueños se vieron rotos, como vidrio hecho trizas. Me llamo Isabella y este es el inicio de mi historia. Tenía que admitirlo. Yo estaba en problemas y, por supuesto, de nuevo perdía. Esta vez, en un torneo de póker.
Un juego que empezó con risas y conversación entre amigos, una forma de divertirme en un sábado de noche, terminó siendo mi noche más terrible de toda mi vida. Y eso que yo siempre fui muy apegada a mis principios. ¿Por qué habría apostado mi virginidad?
¿Me dejé llevar por las risas de la cerveza y el ruido del casino? ¿Me dejé seducir por la idea de sentirme más osada y excitante? Desde luego lo hice. Y, por supuesto, no podía creer mi mala suerte cuando perdí la última mano, viendo cómo mi futuro se deslizaba entre mis dedos como un pedazo de algodón.
Me quedé allí sentado mirando los ojos fríos de mi oponente, derrotada. ¿Era ese mi destino? ¿Entregar mi virginidad a una siniestra figura oscura? ¿Debía aceptarlo? Entonces, él se levantó de la mesa y se puso su traje. Era más alto, más atractivo y mucho más poderoso de lo que me había parecido.
-¿Cuándo quieres que yo... la reciba? -me preguntó con una voz serena y profunda.
-¿Ah? - dije, tratando de encontrar algo que decir.
-¿Supongo que quieres tener esto... el sábado? - continuó.
-Sí. Bueno, supongo.
-Bien. Conozco un hotel, un poco lujoso, si no te importa.
Mis ojos lo miraron con suspicacia. ¿Era él? ¿Aquella figura oscura y siniestra que imaginaba?
-¿Un hotel? -pregunté.
-Si. ¿O prefieres otro lugar?
-No. No hay ningún otro lugar.
Me levanté de la silla y comencé a salir del casino. Unas cuantas luces estroboscópicas iluminaban el salón, pero sólo yo sabía que era como si fuera a un funeral. El hombre me siguió hacia fuera, y me preguntó cuál era mi nombre y mi teléfono.
-Isabella -respondí.
-Bien. Isabella. Te llamaré.
Cerré la puerta de mi apartamento y me senté en mi silla, tratando de no pensar. ¿Qué había hecho? ¿Por qué lo había apostado todo? ¿Y ahora? ¿Qué iba a hacer cuando ese hombre llamara? ¿Y qué pasaría después? ¿Cómo iba a soportarlo?
Sentí como mi rostro se calentaba. Mis ojos estaban ligeramente rojos y empezaban a derramar lágrimas de rabia, de miedo, de frustración. ¿Qué había sido de mi vida? ¿De mis sueños? ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo iba a vivir con esto?
El día siguiente me desperté temprano, enojada, desorientada. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo iba a cumplir con esto? Caminé al baño y me miré en el espejo. Mi cara estaba pálida, sin color y mis ojos se veían cansados. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a seguir adelante?
Pasé la mañana deslizándome por el día, como si estuviera en un estado de trance. Traté de comer algo, pero mi estómago estaba en un nudo. Cerré los ojos y traté de imaginar lo que pasaría cuando ese hombre llamara. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo iba a pasar por esto?
El teléfono sonó y saltó. ¡Dios mío! Él. Empuje la mano sobre el teléfono. ¿Quería responderlo? ¿Quería hacerle saber que había tenido todo el día para pensar en él? ¿Y que estaba dispuesta a pasar por esto? El teléfono seguía sonando, invadiendo mi silencio. ¿Debía contestar?
¡Maldición! ¿Qué estaba haciendo yo? Necesitaba responder ese teléfono. Respire profundamente y tome el teléfono.
-Hola -dije, mi voz sonando ronca e incómoda.
-Hola Isabella -dijo la voz profunda de él.
Sentí como mi corazón se detenía, como si hubiera saltado de mi pecho.
-¿Cómo estás? -preguntó él, en tono serio y seco.
-Bueno... lo normal -respondí.