No era de las personas que tomaban riesgos; no era alcohólico ni fumaba. Llevaba una vida tranquila y estructurada, soñando con terminar una maestría, ir a Italia algún día, pero, sobre todo, con dejar una huella en estos niños. Así era, hasta que llegó él.
"Mau, no lo compadezcas, no empieces a ver sus características," me digo a mí mismo. "No te acerques demasiado, eres un profesional. No termines enredado entre sus ojos, sus mejillas y el olor de sus manos."
¿Podré frenar este sentimiento lleno de locura y pasión a tiempo? No debo romper las reglas en el trabajo:
1. "Somos hermanos de vida; debemos ser educados y respetuosos entre nosotros."
2. "Está prohibido enamorarse en la Casa Renacer."
3. "¿Los cuidadores son una figura paterna o no?"
Gritaba como un loco desesperado, tratando de encontrar algo. ¿Qué había pasado? Traté de comunicarme, pero la sangre corría entre mis dedos y tratar de contener la hemorragia en su cabeza no era suficiente. Creo que, de la impresión, me fui desmayando poco a poco, perdí la conciencia, cerré los ojos y caí al suelo. Fue como si el tiempo retrocediera y reviviera aquella tarde con mi madre.
-Mau, tu comida.
-Gracias por la fruta, mamá. Tú siempre estás preocupándote por mí.
-De nada, en serio me preocupa que te alimentes bien -exclamó mi madre-. La papaya será tu cena.
-No lo creo, en Casa Renacer nunca hay tiempo. Recuerda que soy su cuidador: bañar, cenar, vigilar, estar de aquí para allá. No me da tiempo, ¡créeme!
-Lo bueno es que solo vas los fines de semana. Solo los ves dos días. ¿No te parece eso fascinante?
-No lo creo. Si los vieras cuando entramos, mi compañera y yo, solo ver sus caritas de alivio y sus sonrisas... -Mau hablaba en un tono leve, pero de repente subió la voz de manera feroz-. Y vi cómo la cara de mi hijo cambiaba a una más relajada.
-Crée-me, cada vez que llegamos, sus recibimientos y cómo disfrutan cada momento dentro de la casa... es como si odiaran a Andrea.
-¿Y quién es ella?
-La otra cuidadora. Tiene una mirada fuerte.
-¿Fuerte? -dijo ella en tono de pregunta.
-Sí -confirmé moviendo la cabeza-. Yo diría que más bien es amargada.
-No, mamá, solo es exigente -dije riendo-. Pero me has contado de las miradas fulminantes que les echa a los niños.
-Sí, ¿y eso qué? -pregunté aún más intrigado.
-Que no es obvio. Tú, como su cuidador y, sobre todo, como psicólogo, deberías saberlo.
-¿Saber qué? -pregunté aún más intrigado.
-Pues que no es obvio. Ustedes significan el momento de soltar toda la presión que les mete esa mujer amargada -me dijo mientras tomaba rumbo hacia la cocina.
-No la conoces, ¡amargada ella! ¡Por favor! Más bien se estresa muy fácil.
-¿Estresarse de qué? -preguntó con voz incrédula.
-Mira -continuó Mau-, tratando de defenderla desde esta perspectiva, a Andrea le ha tocado la parte dura. Primero, está embarazada.
-¿Y? Los niños no tienen la culpa de sus hormonas.
-Lo sé, pero con un niño tan violento como Juan, no solo pone en riesgo su vida, sino la de su bebé. Claro, esto aumenta sus nervios.