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La Joya
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Capítulo

La Joya es riqueza La Joya es belleza La Joya es realeza Pero para chicas como Violet, la Joya no es más que sumisión. Ella nació y creció en el Pantano. Durante años, la entrenaron para cumplir con un solo objetivo: servir a la realeza. Pero una realidad brutal y violenta se oculta detrás de la brillante fachada de la Joya. Allí, Violet conocerá qué tan lejos puede llegar una persona con tal de obtener poder. Y lo que es aún peor, se dará cuenta de que las vidas de las jóvenes como ella valen menos de lo que jamás imaginó. Ahora debe encontrar una manera de sobrevivir, de escapar de ese futuro para el que tanto la prepararon, antes de que sea demasiado tarde...

Capítulo 1 ☆Uno☆

Hoy es mi último día como Violet Lasting.

Las calles del Pantano son silenciosas durante las primeras horas de la

mañana, solo se oyen los pasos lentos y pesados de un burro y el tintineo de

botellas de vidrio causado por el andar de la carreta de un lechero. Corro mis

sábanas y me pongo la bata de baño sobre el camisón. La bata, de un azul

oscuro, es una prenda que heredé de mi madre, y tiene los codos desgastados.

Solía quedarme enorme, las mangas cubrían mis manos por completo y el

dobladillo se arrastraba por el suelo. Durante los últimos años, crecí con ella

puesta, esperando para que me quedara bien, y ahora me calza de la misma

manera que a mi madre. Me encanta. Es uno de los pocos objetos que me

permitieron traer conmigo a la Puerta Sur. Tuve suerte de poder traer todo lo

que traje. Los otros tres centros de retención son más estrictos con respecto a los

objetos personales; la Puerta Norte los prohíbe por completo.

Presiono mi rostro contra los barrotes de hierro forjado de la ventana; son curvos y están enredados en forma de rosas, como si el hecho de ser agradables a

la vista les permitiera fingir ser algo que no son.

Las calles de tierra del Pantano brillan con un resplandor dorado opaco con la

luz de la madrugada; casi puedo imaginar que están hechas de un material

majestuoso. Son las calles las que le dan al Pantano su nombre: todas las piedras,

el cemento y el asfalto fueron llevados a los círculos más adinerados de la ciudad,

por lo que el Pantano quedó con las calles cubiertas de un lodo oscuro y grueso

que huele a sal y azufre.

Los nervios revolotean en mi pecho, como si tuvieran pequeñas alas. Hoy

podré ver a mi familia por primera vez en cuatro años. A mi madre, a mi Ochre,

y a la pequeña Hazel. Probablemente ya no sea tan pequeña. Me pregunto si

siquiera desean verme, si me he convertido en una extraña para ellos. ¿He

cambiado quien solía ser? No estoy segura de poder recordar quién fui una vez.

¿Y si ni siquiera me reconocen?

La ansiedad repiquetea en mi interior a medida que el sol, lejos, se eleva con

lentitud sobre la Gran Muralla, la que rodea la totalidad de la Ciudad Solitaria.

La muralla que nos protege del océano violento que está del otro lado. La que

nos mantiene a salvo. Amo el amanecer aún más que el atardecer. Hay algo tan

fascinante en ver al mundo cobrar vida con una paleta infinita de colores. Es

esperanzador. Me alegra poder presenciar este: franjas rosadas y lavandas se

entremezclan con ríos rojos y dorados. Me pregunto si podré presenciar algún

amanecer cuando comience mi nueva vida en la Joya.

A veces, desearía no haber nacido sustituta.

Cuando Patience viene a buscarme, estoy acurrucada en la cama, todavía en mi

bata de baño, memorizando mi habitación. No es la gran cosa, solo hay una

cama pequeña, un armario y un tocador de madera descolorido. Mi violonchelo

está apoyado en una esquina. Sobre el tocador hay un jarrón con flores, que

luego de unos días las cambian, un cepillo, un peine, algunas cintas para el

cabello y una cadena vieja que tiene el anillo de bodas de mi padre. Mi madre

me obligó a quedármelo luego de que los médicos me diagnosticaron, antes de

que los soldados vinieran a llevarme.

Me pregunto si lo ha extrañado, después de tanto tiempo. Me pregunto si me

ha extrañado al igual que yo la he extrañado a ella. Un nudo se tensa en mi estómago.

La habitación no ha cambiado mucho desde que llegué aquí hace cuatro años.

Sin cuadros. Sin espejo. Los espejos están prohibidos en los centros de retención.

La única incorporación ha sido mi violonchelo, que ni siquiera es mío en

realidad, dado que pertenece a la Puerta Sur. Me pregunto quién lo usará

cuando me haya ido. Es extraño, pero por más aburrida e impersonal que sea

esta habitación, creo que la voy a extrañar.

–¿Cómo lo llevas, querida? –pregunta Patience. Siempre usa esos apodos con

nosotras: "querida", "cariño" y "borre-

guita"; como si tuviera miedo de usar nuestros nombres reales. Tal vez

simplemente no quiere encariñarse. Ha sido la cuidadora en jefe en la Puerta Sur

por un largo tiempo. Probablemente ha visto cientos de jóvenes pasar por esta

habitación.

–Estoy bien –mentí. No tiene sentido decirle la verdad, que me siento como si

la piel me picara de adentro hacia afuera y como si hubiera un peso en la parte

más profunda y oscura de mi ser.

Sus ojos me observan de pies a cabeza, y frunce los labios. Patience es una

mujer rellenita que tiene mechones grises en su ralo cabello castaño, y su rostro

es tan fácil de leer, que puedo adivinar lo que dirá antes de que lo haga.

–¿Estás segura de que eso es lo que quieres usar?

Asiento, mientras acaricio la suave tela de la bata de baño con mi pulgar y el

índice, y salgo de la cama a toda prisa. Ser una sustituta tiene ventajas. Podemos

usar la ropa que nos plazca, comer lo que queramos y dormir hasta tarde los

fines de semana. Nos dan educación; una buena educación. Nos dan comida y

agua fresca, siempre tenemos electricidad y nunca debemos trabajar. Nunca

debemos en-

frentarnos a la pobreza, y las cuidadoras nos dicen que obtendremos aún más

beneficios una vez que comencemos a vivir en la Joya.

Excepto libertad. Jamás la mencionan.

Patience sale de la habitación y yo la sigo. Los pasillos del Centro de

Retención de la Puerta Sur están revestidos con madera de teca y palo de rosa;

obras de arte cuelgan en las paredes, manchones de color que no muestran nada

real. Todas las puertas son exactamente iguales, pero yo sé hacia cuál nos

dirigimos. Patience te despierta solo si tienes una consulta con el médico, si hay una emergencia, o si es tu Día de la Verdad. Solo hay otra chica más en este

piso, sin contarme a mí, que irá a la Subasta mañana. Mi mejor amiga: Raven.

Su puerta está abierta y ya está vestida con unos pantalones de cintura alta

color canela y una camiseta con escote en V.

No puedo decir si Raven es más linda que yo, porque no he visto mi propio

reflejo en cuatro años. Pero sí puedo afirmar que ella es una de las sustitutas más

hermosas de la Puerta Sur. Ambas tenemos el cabello negro, pero el de Raven es

muy corto, lacio y brillante, mientras que el mío cae en ondas por mi espalda.

Tiene la piel sedosa color caramelo y ojos almendrados casi tan oscuros como su

cabello, que enmarca un rostro ovalado perfecto. Es más alta que yo, lo que es

mucho decir. Mi piel es color marfil, lo que contrasta en forma extraña con mi

cabello, y mis ojos son violetas. No necesito un espejo para saber eso. Por ellos

tengo este nombre, Violet.

–Gran día, ¿eh? –me dice Raven, saliendo al pasillo para reunirse con

nosotras–. ¿Eso te vas a poner?

Ignoro su segunda pregunta.

–Mañana será un día más importante.

–Sí, pero no podemos elegir qué vestir mañana. O el día siguiente. O... bueno,

nunca más –se acomoda el cabello detrás de las orejas–. Espero que quien sea

que me compre me permita usar pantalones.

–Yo no me haría ilusiones, querida –dice Patience.

Debo admitir que tiene razón. La Joya no parece ser el tipo de lugar donde las

mujeres vistan pantalones, a menos que sean sirvientes que trabajen en lugares

ocultos a la vista. Incluso si nos venden a una familia mercante del Banco, es

probable que los vestidos sean el atuendo requerido.

La Ciudad Solitaria está dividida en cinco círculos, cada uno separado por un

muro, y todos, excepto el Pantano, tienen apodos basados en su industria. El

Pantano es el círculo exterior, el más pobre. No tenemos industria, solo

albergamos a la mayoría de los trabajadores que trabajan en los otros círculos.

El cuarto círculo es la Granja, donde se cultivan todos los alimentos. Luego, le

sigue el Humo, donde están las fábricas. Al segundo círculo se lo llama el Banco,

porque allí es donde todos los comerciantes tienen sus tiendas. Y por último está

el círculo interno, o la Joya. El corazón de la ciudad, donde vive la realeza. Y

donde, después de mañana, Raven y yo viviremos también.

Bajamos por la amplia escalera de madera, siguiendo a Patience. El aroma

desde la cocina envuelve la escalera: pan recién horneado y canela. Me recuerda

a cuando mi madre hacía bollos de canela almibarados para mi cumpleaños, un

lujo que casi nunca podíamos pagar. Puedo comerlos cuando desee ahora, pero

no tienen el mismo sabor.

Pasamos por una de las aulas; la puerta está abierta y me detengo un segundo

para observar. Las niñas son jóvenes, tal vez tengan solo once o doce años.

Nuevas. Como yo lo fui una vez. Cuando augurio era solo una palabra, antes de

que me explicaran que yo era especial, que todas las niñas en la Puerta Sur lo

eran. Que gracias a una peculiaridad genética, teníamos la capacidad de salvar a

la realeza.

Las niñas están sentadas en los escritorios, cada una con una cubeta pequeña a

un lado, y hay un pañuelo cuidadosamente doblado junto a cada una de ellas.

Cinco cubos color rojo están alineados delante de cada niña. Una cuidadora está

sentada en un gran escritorio, tomando notas; detrás de ella en el pizarrón está

escrita la palabra VERDE. Las están evaluando en el primer Augurio: Color.

Esbozo una media sonrisa, pero también me estremezco al recordar todas las

veces que di ese examen. Observo a la niña que está más cerca de mí, mientras

transformo un cubo imaginario en mis manos y ella transforma uno de un rojo

intenso en las suyas.

*Una vez para verlo como es. Dos, para verlo en tu mente. Tres, para que obedezca tu voluntad.*

Unas vetas verdes se expanden desde el área donde sus dedos tocan el cubo y se

arrastran a través de la superficie roja como si fueran enredaderas. Los ojos de la

niña están entrecerrados por la concentración, mientras lucha contra el dolor, y

si puede aguantar solo unos segundos más, sé que podrá lograrlo. Pero el dolor

gana, y ella llora y suelta el cubo. El rojo le gana al verde. Luego sujeta la

cubeta y escupe una mezcla de sangre y saliva. Un delgado hilo de sangre sale de

su nariz y lo limpia con el pañuelo.

Suspiro. El primer Augurio es el más fácil de los tres, pero ella solo logró

cambiar el color de dos de sus cubos. Tiene un largo día por delante.

–Violet –llama Raven, y me apresuro a alcanzarla.

El comedor no está lleno, la mayoría de las chicas ya están en clase. Cuando

Raven y yo ingresamos, todas las conversaciones se detienen, las cucharas y las

tazas se apoyan, y cada chica en la habitación se pone de pie, cruza dos dedos de la mano derecha y los presiona contra su corazón. Es una tradición del Día de la

Verdad, un homenaje para las sustitutas que se irán para ser parte de la Subasta.

Yo misma he hecho el mismo gesto cada año, pero se siente extraño que esté

dirigido hacia mí. Se me hace un nudo en la garganta y me pican los ojos. Puedo

sentir a Raven poniéndose tensa a mi lado. Muchas de las chicas que nos saludan

con el gesto también irán a la Subasta mañana.

Nos sentamos en nuestra mesa de siempre, en una esquina junto a las ventanas.

Me muerdo el labio, dándome cuenta de que, en muy poco tiempo, ya no será

"nuestra" mesa. Este es mi último desayuno en la Puerta Sur. Mañana, estaré en

un tren.

Una vez que tomamos asiento, el resto de la habitación hace lo mismo, y las

conversaciones empiezan de nuevo, ahora en susurros bajos.

–Sé que es un símbolo de respeto –murmura Raven–, pero no me gusta estar

del lado que lo recibe.

Una cuidadora joven, llamada Mercy, se apresura a acercarse con una cafetera

plateada.

–Buena suerte mañana –dice con voz tímida. Apenas logro sonreír. Raven no

dice nada. El rostro de Mercy se torna un poco rosado–. ¿Qué puedo traerles

para desayunar?

–Dos huevos fritos, papas aplastadas fritas, tostadas con manteca y jalea de

frutilla; y tocino, cocido pero no quemado.

Raven recita sin pausas y con velocidad toda su lista de desayuno, como si

estuviese deseando que Mercy se equivoque. Probablemente, logró que la

cuidadora se confundiera. A

Raven le gusta molestar a las personas, sobre todo cuando está nerviosa.

Mercy simplemente sonríe e inclina la cabeza.

–¿Y para ti, Violet?

–Ensalada de frutas –digo. Mercy se escabulle hacia la cocina–. ¿De verdad te

vas a comer todo eso? –le pregunto a Raven–. Yo siento que mi estómago se

encogió de pronto.

–Siempre estás preocupada –dice, y agrega dos cucharadas generosas de azúcar

a su café–. Lo juro, un día te vas a generar una úlcera.

Bebo un sorbo de café y observo al resto de las chicas en el comedor. Sobre

todo a las que irán a la Subasta. Algunas se ven como yo me siento, como si desearan acurrucarse en la cama y esconderse debajo de las sábanas; pero otras

chicas están conversando con entusiasmo. Nunca logré comprender del todo a

esas jóvenes, a las que creían todas las palabras de las cuidadoras sobre lo

importantes que somos, y sobre cómo estamos cumpliendo con una tradición

noble y antigua. Una vez le pregunté a Patience por qué no podíamos regresar a

casa después de haber dado a luz, y ella dijo: "Eres demasiado valiosa para la

realeza. Quieren cuidarte por el resto de tu vida. ¿No es maravilloso? Tienen un

corazón tan generoso".

Le respondí que prefería a mi familia antes que la generosidad de la realeza. A

Patience no le gustó mucho mi comentario.

En una mesa cercana, una niña más joven que parecía tímida, grita presa del

dolor y la sorpresa al ver cómo su vaso de agua se convierte en hielo. Lo suelta y

se hace trizas contra el suelo. Le empieza a sangrar la nariz, toma una servilleta y

sale corriendo del comedor, mientras que una cuidadora se apresura a seguirla

con una pala en la mano.

–Me alegra que eso ya no suceda –dice Raven. Los Augurios son difíciles de

controlar cuando empiezas a aprenderlos, y el dolor siempre es peor cuando no

te lo esperas. La primera vez, tosí sangre y creí que estaba muriendo. Pero deja

de suceder después de un año o dos. Ahora, solo me sangra la nariz cada tanto.

–¿Recuerdas cuando hice que toda esa canasta de fresas fuera azul? –pregunta

Raven, casi riendo.

Me estremecí ante el recuerdo. Al principio, había sido divertido, pero no

pudo detenerlo durante un día entero: todo lo que tocaba se teñía de azul.

Raven se enfermó gravemente, y los médicos tuvieron que ponerla en

cuarentena.

Ahora la miro, observo cómo le agrega con tranquilidad leche a su café y me

pregunto cómo se supone que viviré sin ella.

–¿Sabes tu número de lote? –le pregunto.

La cuchara tintinea contra la taza de Raven, su mano tiembla por un segundo

ínfimo.

–Sí.

Es una pregunta estúpida, a todas nos asignaron nuestros números de lote

anoche. Pero quiero saber cuál es el de Raven. Quiero saber por cuánto tiempo

más podré ver a mi mejor amiga.

–¿Y?

–Lote 192. ¿Tú?

Exhalo antes de responder.

–197.

–Parece que somos productos deseados –dice Raven sonriendo.

Cada Subasta consta de una cantidad diferente de sustitutas y todas responden

a una clasificación. Se considera que las últimas diez en ser subastadas son de la

mejor calidad y, por lo tanto, son las más codiciadas. Este año tiene la mayor

cantidad de sustitutas para subastar en la historia reciente: 200.

No me importa demasiado mi posición. Prefiero estar con una pareja

agradable que con una adinerada; pero esos números implican que Raven y yo

estaremos juntas hasta el final.

El comedor queda sumido en silencio cuando tres chicas ingresan en él. Raven

y yo nos ponemos de pie al igual que el resto y saludamos a las muchachas que

mañana viajarán con nosotras en el tren. Dos de ellas se sientan en una mesa

debajo del candelabro, pero la otra, una rubia pequeña con grandes ojos azules,

se acerca a nosotras con paso animado.

–Buen día, chicas –dice Lily efusivamente, dejándose caer en una de las sillas

elegantes, con una revista de chismes apretada entre las manos–. ¿No están

entusiasmadas? ¡Yo estoy más que emocionada! Mañana podremos ver la Joya.

¿Pueden creerlo?

Lily me cae bien, a pesar de su entusiasmo abrumador y de caer en la categoría

de chicas exaltadas que no comprendo.

No tenía una familia demasiado buena en el Pantano. Su

padre la golpeaba, y su madre era alcohólica. El haber sido diagnosticada como

sustituta sí fue algo bueno para ella.

–De seguro es un cambio en la rutina –dice Raven con acidez.

–¡Lo sé! –Lily es incapaz de detectar el sarcasmo.

–¿Irás a casa hoy? –pregunto. No puedo imaginar que Lily quiera ver a su

familia de nuevo.

–Patience dijo que no tengo que hacerlo, pero me gustaría ver a mi madre –

explica Lily–. Y ella dijo que puedo llevar unos soldados como escolta, para que

papi no me lastime –su boca dibuja una sonrisa amplia, y siento una fuerte

punzada de lástima.

–¿Ya sabes tu número de lote? –le pregunto.

–Agh, sí. 53, ¿pueden creerlo? ¡De 200! Es probable que termine con una

familia mercante del Banco.

La realeza le permite a una cantidad selecta de familias del Banco asistir a la

Subasta cada año, pero ellos solo pueden hacer una oferta por las sustitutas que

están en las posiciones bajas. El Banco no necesita a las sustitutas tanto como la

realeza; las mujeres del Banco son capaces de engendrar sus propios hijos. Para

ellos, nosotras solo somos un símbolo de status.

–¿Ustedes qué posiciones tienen, chicas?

–192 –responde Raven.

–197.

–¡Lo sabía! Sabía que ambas obtendrían puntajes excelentes. Ooooh, ¡estoy tan

celosa!

Mercy se acerca a paso rápido con nuestro desayuno.

–Buen día, Lily. Suerte para mañana.

–Gracias, Mercy –Lily le sonríe–. Ah, ¿puedes traerme tortitas de arándanos?

¿Y jugo de pomelo? ¿Y mango cortado?

Mercy asiente.

–¿Eso es lo que te vas a poner? –me pregunta Lily, frunciendo el ceño con

preocupación genuina.

–Sí –digo, exasperada–. Esto es lo que me pondré. Es mi ropa favorita y dado

que es la última vez en mi vida en la que podré elegir mi propio atuendo, elijo

usar esto, porque me encanta y porque es mío. No me importa cómo me veo.

Raven esconde su sonrisa detrás de una cucharada de huevos y patatas. Lily

parece confundida por un segundo, pero pronto vuelve a la normalidad.

–¿Se enteraron? ¿Sobre la Electriz? –nos mira con expectativa, pero Raven

está más interesada en su comida, y yo nunca le presté demasiada atención a la

política de la Joya. Sin embargo, algunas chicas sí están al tanto de los chismes.

–No –respondo para ser amable, pinchando un trozo de melón con el tenedor.

Lily apoya la revista sobre la mesa. El joven rostro de la Electriz nos observa

desde la cubierta de La Joya hoy, debajo del titular que dice LA ELECTRIZ ASISTIRÁ A LA

SUBASTA.

–¿Pueden creerlo? ¡La Electriz en nuestra Subasta! –está fuera de sí. Adora a la

Electriz, al igual que varias de las chicas de la Puerta Sur. Su historia es bastante inusual: ella nació en el Banco, no es parte de la realeza en realidad, pero el

Exetor la vio durante un viaje que hizo a una de las tiendas de su padre, se

enamoró de ella, y se casaron. Muy romántico.

La familia de la Electriz es parte de la realza ahora, por supuesto, y vive en la

Joya. Muchas chicas la ven como un símbolo de esperanza, como si sus destinos

pudieran cambiar como el de ella. Aunque no entiendo, en primer lugar, qué es

lo terrible de ser la hija de un comerciante.

»Nunca pensé que vendría –continúa Lily–. Es decir, su hermoso hijito nació

hace pocos meses. Imagínense: ¡podría elegir a una de nosotras para engendrar a su

próximo bebé!

Quiero destrozar el mantel de encaje con mis uñas. Lo dice como si tuviéramos

que sentirnos honradas, como si fuera nuestra decisión. No quiero engendrar el

bebé de nadie, ni el de la Electriz ni de ninguna otra. No quiero que me vendan

mañana.

Y Lily se ve tan entusiasmada, como si realmente existiera la posibilidad de que

la Electriz hiciese una oferta por ella. Solo es el Lote 53.

Me odio a mí misma en cuanto se me ocurre ese pensamiento. Ella no es el Lote

53, ella es Lily Deering. Ama el chocolate, los chismes y los vestidos rosas con

collares de encaje, y toca el violín. Viene de una familia horrible y nunca te

darías cuenta, porque tiene algo bueno que decir de todas las personas que ha

conocido. Ella es Lily Deering.

Y mañana, la comprarán y pagarán por ella, y vivirá en una casa desconocida

bajo las reglas de una mujer extraña. Una mujer que tal vez no la comprenda a

ella ni a su incansable e infinito entusiasmo. Una a la que no le importe o que no

sepa cómo hablar con ella. Una mujer que obligará a su propio hijo a crecer

dentro de Lily, le guste a ella o no.

De pronto, estoy tan enojada que apenas puedo tolerarlo. Antes de darme

cuenta, estoy de pie con las manos cerradas como puños.

–¿Qué...? –comienza a preguntar Lily, pero ni siquiera la escucho. Apenas

vislumbro la expresión de sorpresa de Raven antes de marcharme a través de las

mesas, ignorando las miradas furtivas y curiosas de las otras chicas, y de repente

estoy corriendo fuera del comedor y subiendo las escaleras. Cierro la puerta de

mi habitación de un portazo.

Sujeto el anillo de mi padre y lo coloco en mi pulgar; es el dedo más grande que tengo y al anillo aún le queda holgado. Cierro los dedos formando un puño

alrededor de la cadena.

Camino sin cesar de un lado a otro por la celda pequeña que es mi habitación;

no puedo creer que pensé que extrañaría este lugar. Es una cárcel, un sitio en

donde me mantienen encerrada antes de que me despachen para convertirme en

la incubadora humana de una mujer que jamás he conocido. Las paredes

comienzan a cerrarse sobre mí y tropiezo con mi tocador y todo cae al suelo.

Escucho los golpes cortos del cepillo y el peine mientras rebotan contra la

madera, y cómo el jarrón se hace trizas y desparrama las flores por doquier.

Mi puerta se abre. La mirada de Raven va de mí al desastre en el suelo sin

parar. La sangre palpita con fuerza en mi sien y el cuerpo me tiembla. Se acerca

hacia mí mirando dónde pisar y me envuelve con sus brazos. Los ojos se me

llenan de lágrimas y no puedo contenerlas, se deslizan por mis mejillas y su blusa

las absorbe.

Nos quedamos en silencio por un largo rato.

–Tengo miedo –susurro–. Tengo miedo, Raven.

Me abraza con fuerza, y luego comienza a levantar los trozos desparramados.

Siento una oleada cálida de vergüenza por el desorden que he causado, y me

inclino a ayudarla.

Colocamos los restos del jarrón destrozado sobre mi tocador y Raven se limpia

las manos en el pantalón.

–Vamos a asearte –dice.

Asiento y caminamos por el pasillo, tomadas de la mano, hasta el baño. La

chica que dejó caer el vaso de hielo está allí, limpiándose la nariz con un paño

húmedo; el sangrado se ha detenido, pero tiene la piel cubierta de una capa

delgada de sudor. Se sorprende al vernos.

–Fuera –ordena Raven. La chica suelta el paño y se apresura a salir por la

puerta.

Raven toma un paño facial limpio y lo remoja en agua y jabón de lavanda.

–¿Estás nerviosa... –estuve a punto de decir "por la Subasta", pero cambié de

opinión– por ver de nuevo a tu familia?

–¿Por qué debería estarlo? –responde, limpiando mi cara con el paño húmedo.

El aroma a lavanda es reconfortante.

–Porque no los has visto en cinco años –digo con delicadeza. Raven ha estado aquí más tiempo que yo.

Se encoge de hombros, pasando el paño debajo de mis ojos. La conozco lo

suficientemente bien y sé que debo cambiar el tema. Enjuaga el paño y comienza

a peinar mi cabello. El corazón me late con fuerza al pensar en lo que ocurrirá

después de este día.

–No quiero ir –confieso–. No quiero ir a la Subasta.

–Por supuesto que no quieres –responde–. No estás loca como Lily.

–No seas mala. No digas eso.

Raven pone los ojos en blanco, apoya el peine, y me acomoda el cabello sobre

los hombros.

–¿Qué nos sucederá? –pregunto.

Raven toma mi barbilla con la mano y me mira directo a los ojos.

–Escúchame con atención, Violet Lasting. Vamos a estar bien. Somos

inteligentes y fuertes. Estaremos bien.

El labio inferior me tiembla y asiento. Raven se relaja y acaricia mi cabello por última vez.

–Perfecto –dice con firmeza–. Ahora, vayamos a ver a nuestras familias.

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