Sofía observó con ojos brillantes por las lágrimas contenidas cómo el avión se elevaba por encima de las nubes, dejando atrás el país en el que había pasado los últimos años de su vida. Después de completar sus estudios en el extranjero, ahora regresaba a su tierra natal, llena de esperanzas y temores por lo que le deparaba el futuro.
Mientras contemplaba el paisaje cambiante a través de la ventanilla, su corazón latía con una mezcla de emoción y aprehensión. Recordaba vívidamente la última vez que había pisado ese aeropuerto, hace varios años, cuando partió llena de sueños y ambiciones. Ahora regresaba, con la sensación de que una parte de ella había cambiado irrevocablemente.
Cuando el avión tocó suavemente la pista, Sofía sintió que un nudo se formaba en su garganta. Respiró profundamente, tratando de calmar los nervios que la invadían. Finalmente, el momento había llegado.
Al salir del avión, Sofía buscó con la mirada a la persona que había venido a recogerla. Entonces, lo vio. Alejandro, su tío, se encontró al final del pasillo, con una sonrisa cálida y los brazos extendidos. Sofía sintió que el corazón le daba un vuelta al verlo.
Desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron, Sofía percibió una conexión eléctrica entre ellos, una atracción que parecía ir más allá de los lazos familiares. Alejandro era un hombre alto, de facciones angulosas y mirada penetrante, con un aire de madurez y seguridad que la cautivaba.
Cuando Alejandro la envolvió en un fuerte abrazo, Sofía sintió que una corriente recorría su cuerpo. La cercanía de su tío le provocaba una sensación de calidez y seguridad, pero también un sutil cosquilleo que le resultaba perturbador. Trató de ignorar ese sentimiento, atribuyéndolo al simple hecho de reencontrarse después de tanto tiempo.
—Bienvenida a casa, Sofía —dijo Alejandro con su voz grave, mientras le acariciaba suavemente el cabello—. Te he extrañado mucho.
Sofía se separó lentamente de él, sintiendo que un rubor le subía a las mejillas.
—Yo también te he extrañado, tío —respondió, esforzándose por mantener la compostura.
Alejandro la observó con detenimiento, admirando la belleza que la joven había adquirido durante sus años de ausencia. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad que parecía atravesarle el alma, y su esbelta figura se movía con una gracia cautivadora.
—Has crecido tanto, Sofía —comentó Alejandro, sin poder ocultar el asombro en su voz—. Eres toda una mujer ahora.
Sofía suena tímidamente, consciente de la forma en que su tío la estaba mirando. Algo en esa mirada la inquietaba, despertando en ella sensaciones que no debería estar experimentando.
Mientras reconocían el equipaje, Sofía se esforzaba por mantener una conversación ligera, evitando que sus pensamientos la traicionaran. Sin embargo, a medida que salían del aeropuerto y se dirigían al auto de Alejandro, la tensión entre ellos parecía palpable.