-¡Cuidado, Patricia!-
Era un lobo. Tenía la mirada afilada, desafiante, el hocico largo y los colmillos brillando cuando los golpeaba el sol. Mi padre me tomó de la mano. Yo me quedé mirándolo asustada, viéndole enorme, con la espalda inmensa, lleno de pelos, el hocico arrugado, mostrándome sus fauces aterradoras.
-Es mejor que nos vayamos-, me ordenó mi padre.
El lobo continuó mirándome, sus garras parecían navajas y me dio mucho miedo. Luego desapareció en la oscuridad, entre los matorrales cadavéricos del bosque.
-¿Por qué me miraba así, papá?-, me aferré a su brazo.
-Es de la jauría. Están hechos para matar-, me dijo.
-¿Nos quiere matar a nosotros?-, insistí muy asustada.
Mi padre no contestó.
Habíamos llegado de noche. Mi padre descargó los bultos de la camioneta y los llevó a la casa. Yo lo miraba por la ventana.
-¿Qué buscan aquí?-, le pregunté mientras él se apuraba en sacar los paquetes.
-Somos disidentes, hija. Escapamos de la tiranía del alfa. Él quiere matar a todos los humanos-, sopló su angustia.
El alfa es Bullit. Yo no lo conocí. Nací en el mundo de los humanos un año después que mis padres escaparon de su tiranía.
Cuando cerró la puerta me tomó de las manos. -Debes tener cuidado, hija. Pronto esto será un infierno-, me dijo mi padre.
Entonces tuve más miedo.