El viento nocturno silbaba entre los rascacielos de la ciudad, pero Alexander Wolfe apenas lo notaba. Desde la oficina en el último piso de la Torre Wolfe, su imperio se extendía ante él: luces parpadeantes, avenidas abarrotadas y un horizonte que prometía posibilidades infinitas. Sin embargo, ninguna de esas posibilidades le daba la paz que buscaba.
Con un suspiro pesado, se dejó caer en el sillón de cuero junto a la enorme ventana. La luna llena brillaba, inmensa y resplandeciente, y la vista que solía inspirarlo ahora le recordaba su condena inminente.
-No puedes seguir ignorándolo, Alexander. -La voz resonó en su mente, profunda y llena de reproche. Era Fenrir, su lobo interior, la parte más salvaje y ancestral de su alma.
Alexander cerró los ojos, sabiendo que la conversación era inevitable. Desde hacía semanas, Fenrir había estado más insistente que nunca, recordándole lo que estaba en juego.
-No lo estoy ignorando, Fenrir -respondió en silencio, manteniendo su postura rígida aunque nadie pudiera verlo. Sus dedos tamborileaban contra el apoyabrazos del sillón, un tic que traicionaba su inquietud-. ¿Crees que no quiero encontrarla? ¿Que no entiendo lo que está en riesgo?
-*Entonces actúa.* Cada noche que pasa, estamos más cerca del límite. Si no encontramos a nuestra mate antes de que la luna vuelva a completarse tres veces más... -Fenrir dejó que la amenaza colgara en el aire, pero Alexander ya sabía el final.
La Luna, la fuerza que regía sus vidas, no perdonaba. Para un alfa como él, estar sin su compañera destinada era más que un vacío emocional; era una ofensa al equilibrio natural. Si no encontraba a su mate, la Luna lo sellaría. Su conexión con su lobo se rompería, y con ello, su liderazgo, su fuerza, incluso su identidad. Se convertiría en poco más que una sombra de lo que era ahora.
-Sé lo que sucederá -gruñó Alexander, poniéndose de pie de un salto. Caminó hacia la ventana, mirando fijamente a la luna como si pudiera desafiarla con la intensidad de su mirada-. Pero no puedo fabricar una conexión. He buscado, Fenrir. He viajado por todo el mundo, he conocido a miles de mujeres, y ninguna... ninguna era ella.
Fenrir bufó en su mente, un sonido que era mitad burla, mitad frustración.
-*Porque no estás buscando con el corazón, Alexander. Te escondes detrás de tu lógica, detrás de tus negocios, de tu maldita torre de cristal. La Luna no se apiadará de un alfa que teme sentir.*
Alexander apretó los puños, sus uñas dejando marcas en sus palmas. Era una verdad que no quería admitir: por más que buscara a su mate, había una parte de él que temía encontrarla. Porque si la conexión era real, su vida cambiaría de formas que no podía controlar. Y Alexander Wolfe odiaba perder el control.
-¿Y qué sugieres que haga? -preguntó, su voz apenas un murmullo-. ¿Salir a la calle y gritar su nombre?
Fenrir se rió, un sonido profundo y resonante que hizo eco en su mente.
-*Tal vez deberías. Al menos sería un intento real. No puedes esconderte más. La Luna nos observa. Siente nuestra debilidad, y los otros también lo harán.*
Esa última frase hizo que Alexander se tensara. "Los otros" no eran solo licántropos. Su mundo estaba lleno de enemigos: empresarios codiciosos, manadas rivales, incluso humanos que sospechaban más de lo que deberían. Si alguno de ellos percibía que estaba al borde de perder su vínculo con Fenrir, su imperio estaría en peligro.
-No puedo fallar -dijo Alexander en voz baja, más para sí mismo que para Fenrir.
-*Entonces deja de actuar como si estuvieras solo en esto,* -respondió el lobo con firmeza-. *Yo también la quiero, Alexander. La necesito. Y si seguimos así, ambos seremos destruidos. Pero ella está ahí afuera. La siento, más cerca de lo que imaginas.*
Alexander alzó una ceja.
-¿Más cerca? ¿Qué quieres decir?