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La Mujer del Diablo

La Mujer del Diablo

Keyla A

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Capítulo

Ian y Danielle se conocieron desde adolescentes. Tuvieron un romance caótico donde sus vidas fueron separadas, pero tras diez años después, vuelven a reencontrarse, aunque ya no son los mismos de antes, Ian ya no es el adolescente de 19, y Danielle ya no es la chiquilla de 17, ahora sus vidas son totalmente distintas. Él, es un hombre que por circunstancias de la vida se adentró al mundo de la mafia, y ella, una contadora con problemas económicos. En el pasado se amaron mucho, pero, ¿volverá a renacer el mismo amor cuando se encuentren?

Capítulo 1 El inicio

Ian.

«-¿Y entonces no piensa hacer nada? -vociferé, poniéndome de pie y pasándome las manos por la cara con desesperación -. ¿Se va a quedar de brazos cruzados? ¿Espera a que yo haga lo mismo?

El padre de Annabelle me miró con pena en su expresión, y negué con la cabeza, sintiendo el coraje y la impotencia arraigarse en mi sistema.

-Fue un ajuste de cuentas, Ian, no puedo hacer nada porque también hice lo mismo.

Le di una mirada de incredulidad y solté una risa carente de humor. -¿Y de verdad espera que yo no haga nada?

-A Annabelle no le hubiera gustado que te metieras en estos negocios -su respuesta casi me hizo reír, porque me caló.

-A ella no, pero a usted sí, por eso hizo que me casara.

Ladeó la cabeza.

-¿Y mínimo la amabas?

-La quería -confesé -. Y sí, iba a morir, pero no así.

No lo merecía. No ella. Pese a la obligación que tuve que sucumbir sé que ella no sabía nada y que nunca tuvo la culpa.

Sus hombros se pusieron tensos, y el ambiente entre nosotros dos comenzaba a sentirse asfixiante.

-Ian...

-Solo dígame los nombres -pedí, obligándome a calmarme, obligándome a mantener el respeto aunque no sea la persona que más me agrade -. Sé que sabe quiénes fueron. Dígame quién fue el encabezado.

-Pero es que debes entender que...

-Fueron cuatro personas, solo dígame los nombres y yo me encargo. No será parte de esto.

-Salas. Montana. El 40 y el Padrino.»

-Aquí están los bidones de gasolina, hay tres de veinte litros, y es por dónde podemos entrar -Raúl me señaló los planos de la bodega y encerró con un rotulador la parte por donde se nos facilitaba entrar -. Me acaban de confirmar que está solo.

Miré de los planos de la bodega a él y me bebí de un golpe el trago de whiskey. Ni siquiera hice muecas por lo fuerte que calaba en mi garganta, solo me concentré en memorizar todas las salidas de la dichosa bodega en caso de emergencia.

Era una bodega de vinos, al final de la ciudad, solitaria. Había tenido acceso fácilmente a los planos por medio de mis trabajadores, así que ya sabía en dónde entrar para no perder tiempo.

Raúl me miró paciente desde su lugar, esperando por mi confirmación.

-Tiene que ser hoy, Ian -murmuró, y levanté mi mirada para verlo por un segundo. Raúl es el único del que podría aceptar sugerencias -. Es el tercero.

¿Estaba bien lo que hacía? No. ¿Me había ayudado a quitarme el sentimiento de culpabilidad, resentimiento y venganza? Tampoco.

Pensé que me sentiría mejor una vez que consolidara mi plan, pensé que con la primera muerte yo ya estaría mejor, pero eso no me hacía cambiar mi forma de sentir, y he pensado que solo es una culpa que me pertenece a mí, una culpa por no amarla como ella me amó.

Asentí con la cabeza, dando luz verde, y me puse de pie. Aunque no me ayudara a sentirme mejor tenía que acabar con mi objetivo, por ella. No podía dejar una cosa sin terminar. No podía echar por la borda todo lo que había construido. Ya no tenía alternativa ni para salir de eso.

Así con seguridad que abrí uno de los cajones que mantengo bajo llave y saqué las balas de recarga.

-Prepárate. Iremos solo tú y yo.

Después de la muerte de Annabelle ya nada fue lo mismo. Ni siquiera yo. Fue como si la vida se empeñara en arrebatármelo todo.

El padre de Annabelle no quiso buscar a los responsables, con la excusa de que solo fue un ajuste de cuentas, sin embargo, conmigo era todo lo contrario, porque desde un inicio supe que no iba a descansar hasta cumplir con mi objetivo. Así que fue fácil. Tenía el dinero y tenía el coraje. Armé una cuadrilla, identifiqué a los cuatro responsables, los analicé por muchos meses y me fui haciendo cercano por medio de negocios ilegales. Conocí a militares, ex policías y criminales que no les importaba jugarse la vida con tal de obtener más dinero.

Es muy fácil cuando ya no tienes nada que perder. O cuando realmente sientes que estás hundido entre la miseria.

Raúl no se sorprendió por mi respuesta, porque ya se la esperaba, así que sin decir algo más salió del cuarto que usábamos para contabilizar el dinero para preparar la camioneta y poder irnos.

Cargué la pistola con las suficientes balas necesarias y la guardé en la cinturilla de mi pantalón. Mis ojos se clavaron en el tatuaje visible de mi antebrazo y una punzada de dolor se instaló en mi pecho. No pude cumplir el tatuarme su mirada, porque hacerlo es traer recuerdos de ese día y es algo que no necesito recordar más.

Cerré mis ojos por un momento y mis manos tomaron el retrato que yacía sobre el escritorio de madera. Nuestra última foto juntos.

Annabelle salía sonriendo a mi lado, con su vestido de novia, con el brillo en sus ojos y en su sonrisa. Y yo también salía sonriendo, porque la quería, la apreciaba, y porque a pesar de que no era la mujer de mi vida, yo estaba agradecido con ella.

«-¿Ya te había dicho que me encanta que sonrías? Me encanta tu sonrisa.»

Solté el retrato para no seguir llenándome la cabeza de recuerdos tortuosos y salí del cuarto con la decisión y la certeza de que el plan saldría bien. Los meses analizando todo no podían ser en vano.

Caminé por medio del oscuro y solitario pasillo y visualicé a Raúl ya arriba de la camioneta, esperándome.

Mi primo se tuvo que dar de baja en las fuerzas armadas para poder trabajar conmigo, era algo que tenía que hacer porque lo que ideé desde un principio no era legal. Fue él mismo quien reclutó gente con la promesa de que habría mejores pagos, cosa que he cumplido. Un solo año me bastó para planear, conseguir gente con los perfiles necesarios y hacer trabajar el dinero.

La venta de fentanilo y metanfetamina dejaron en cuestión de meses buenos resultados, por lo que tuve que empezar a lavar el dinero con las propiedades que me quedaron de Annabelle, y que con el tiempo me fui adueñando de distintos negocios, desde los más pequeños hasta los más grandes: auto lavados, moteles, restaurantes y clubes nocturnos.

Si yo tuviera que confiarle mi vida a alguien, solo sería a Raúl, porque ha estado conmigo toda la vida, en buenas y peores, y jamás ha habido alguna traición de nuestra parte. Así que hemos estado trabajando juntos los últimos años. Trabajos legales e ilegales.

Subí a la camioneta, y él no tardó en emprender marcha hacia el lugar. La bodega permanecía en las orillas de la ciudad, casi en el monte. Tenía tres puntos de entradas, la entrada A, que era donde guardaba todos los vinos, la entrada B, que era un cuarto vacío con acceso al pasillo principal y la entrada C, por dónde entraríamos: que tenía una ventana abierta que nunca se ocupaba de revisar por su confianza. Ahí nos habíamos encargado de meter los bidones de gasolina con éxito.

Raúl bajó la velocidad cuando se adentró a la terracería, y apagó las luces de la camioneta para no alertar. Aunque estábamos a oscuras sabíamos dónde se localizaba la bodega y cada entrada. Todo lo teníamos calculado.

Bajamos de la camioneta estando alertas de cualquier otro movimiento o sonido que no fuera de nosotros y nos encaminamos a oscuras a la parte trasera de la grande bodega. Sentía la tierra en mis zapatos con cada paso que daba, y a penumbras en la oscuridad varios pares pequeños de ojos visualicé entre el suelo, señalándome que había tarántulas por doquier.

No me alarmé, solo continué caminado hasta que llegamos a la entrada C. Coloqué mi mano sobre la pistola por si la necesitaba y me agaché a la altura de la ventana quebrada. Raúl me tendió una pequeña linterna y alumbré para cerciorarme que los bidones de gasolina seguían y que el cuarto estaba vacío.

Le asentí confirmándole que todo iba bien y sin realizar ningún ruido introduje primeramente una pierna por la ventana, luego la otra, y me dejé caer en el piso del cuarto.

El cuarto olía a humedad, a polvo y a ratas. Pasé los dedos por mi nariz y esperé a que Raúl saltara. Una vez que lo hizo me encaminé a la puerta de madera que estaba cerrada y fruncí el ceño cuando escuché sollozos. Sollozos de una mujer.

Fruncí aún más las cejas, alarmado, y volteé para ver a mi primo y saber si también lo había escuchado, y por su mirada confirmé que sí.

-Dijiste que estaba solo -le recriminé.

Él también frunció las cejas.

-Sí lo estaba.

Maldije entre dientes y agudicé mi oído tratando de escuchar más y analizar el panorama.

-Por favor..., me duele mucho... ya no...

Le quité el seguro a la pistola y escuché maldiciones, la voz inmediatamente la reconocí.

-Eres una perra débil que ni para coger sirves. Vendré en media hora y quiero que te limpies toda esa mierda de sangre que tienes entre las piernas. Ni siquiera eres virgen y estás toda sangrienta.

Apreté la mandíbula, y el estómago se me revolvió. Escuché unos objetos ser tirados al suelo y después pasos alejarse por el pasillo.

-Tú agarra un galón de gasolina y ve adónde siempre sabemos que está, mientras caminas procura de regar la gasolina por las orillas y cuando lo encuentres amárralo, golpéalo, atóntalo, lo que quieras -dije con la voz baja y ronca -. Yo revisaré a quién tiene primero y luego ya terminamos.

Raúl tomó el bidón de gasolina y con absoluto silencio abrió la puerta de madera y salió por el pasillo a oscuras. Esperé por unos cuantos minutos en lo que se alejaba y también hice lo mismo, con una de mis manos tomé un galón de gasolina y con la otra sostuve la pistola. Salí del cuarto maloliente con sigilo y percibí que el ruido de los sollozos provenía de la cuarta habitación del largo pasillo.

La puerta estaba abierta, por lo tanto me asomé con cuidado de no ser visto y miré a una mujer llorando en la esquina de un colchón en el suelo. Rápidamente dejé de mirar y cerré mis ojos con frustración. Se veía muy joven, y por la mancha de sangre en el colchón supe que no estaba ahí porque quería.

Dejé el galón sobre el piso y actué rápido. Entré a la habitación donde estaba la mujer y levanté la pistola a la altura de su cabeza. Ella dio un respingo y abrió los ojos con terror, sin embargo me apresuré a hacerle una seña de que guardara silencio. No quería apuntarle, pero corría el riesgo de que gritara por asustarse.

Se llevó las manos a la boca y con dificultad se puso de pie, arriba del colchón. Desvié la mirada rápidamente, porque no tenía nada de ropa y estaba manchada de sangre por las piernas.

Me acerqué a ella en silencio sin despegarle mis ojos de los suyos y ella se pegó en la pared, asustada. Tenía el cabello enmarañado, y las puntas en color rosa. La cara llena de moretones y heridas abiertas en la mandíbula, los pómulos y las cejas.

-No te haré nada -susurré, esperando que me creyera, pero claramente no lo iba a hacer porque la seguía apuntando con una Desert en la cabeza -. Pero no grites y no hagas nada estúpido porque entonces sí lo haré -sus ojos se llenaron de más lágrimas y aplanó sus labios para no soltar ningún sonido -. Solo vengo a matar a El 40. ¿Solo te tiene a ti?

Asintió con la cabeza, sin poder pronunciar ninguna palabra. Apreté mis dientes y me desabroché los primeros botones de mi camisa con una sola mano, sin bajarle la pistola de la cabeza. Se la tendí para que se la pusiera al ver que no había nada con lo cual cubrirse.

-Póntela -le ordené, y ella la aceptó con el temblor en sus manos -. ¿Te secuestró? -le pregunté, escuchando a la lejanía ruidos de forcejeo -. ¿Cómo te llamas?

-N-no te diré mi nombre si me vas a matar -escupió, y aunque tenía miedo en sus ojos y la voz amortiguada reconocí que tenía carácter.

Entrecerré mis ojos.

-Ni siquiera te conozco como para matarte.

-S-seré testigo, me matarás.

-Quiero que guardes silencio, y que no trates por forcejear -la tomé de los hombros y rodeé su cuello una vez que se puso mi camisa, y la apunté con la pistola en la sien -. Al salir verás un galón de gasolina, me harás el favor de cargarlo mientras vamos hacia El 40.

Ni siquiera trató por empujarme, solo obedeció.

Caminé con ella por el pasillo hasta llegar a la oficina donde siempre permanecía mi objetivo y entré, encontrándolo amarrado a una silla gracias a Raúl.

No sé si realmente El 40 era confianzudo o idiota. Tal vez las dos mezcladas.

Él al verme entrar dejó que el pánico llenara sus facciones. Cerré con agilidad la puerta de un portazo, solté a la chica, y la empujé con cuidado hacia Raúl para que no intentara huir.

-Un gusto verte de nuevo -solté con ironía, acercándome a él. Tenía sangre escurriéndole por la nariz y la boca -. ¿No te alegra verme?

Escupió sangre y comenzó a toser. -¿Qué quieres? ¿Qué es todo esto?

-Vengo a matarte -admití, guardándome la pistola en la cinturilla del pantalón y tomando una de las sillas de metal para sentarme frente a él.

El 40 era su apodo, y era un tipo con dos o tres años más que yo. No tenía chiste su apariencia. Común, corriente, y ajado por toda la mierda que se mete.

-¿Matarme? ¿Es una puta broma o qué? -trató por soltarse, pero era en vano, estaba amarrado con cadenas -. Tenemos negocios y jamás te he traicionado, Diablo.

-Lo sé, pero te contaré una historia -volteé la silla y me senté en ella, apoyando mis brazos en el respaldo -. Había un muchacho de veinticinco años que se iba a casar con la hija de un narcotraficante, la hija era preciosa, y ajena a todas esas mierdas -escupí, mirándolo con odio -. Verás..., el día de la boda hubo un ajuste de cuentas, donde tenían que matar a la hija de ese narco, y sabían que él no podría hacer nada porque era un ajuste de cuentas que debía, y entonces le dispararon con un McMillan Tac-50, y la mataron. ¿Sabes quién era esa mujer a la que mataron? Annabelle, hija de la Muerte. ¿Y sabes quién era el esposo? -palideció, y sonreí de lado, porque ya lo comenzaba a entender todo -. Exactamente, yo. No sé por qué no pensaron en matarme también. ¿Cómo no se les ocurrió que yo me las iba a cobrar?

El hombre frente a mí respiró con dificultad, con el sudor perlando en su frente y con su pecho subiendo y bajando.

-Fue una orden.

-Yo sé, pero espera, aún no termino de contarte toda la historia-entrelacé mis manos sobre el metal del respaldo de la silla y un ardor se acentó en mi pecho -: ustedes tenían la orden de matar a mi esposa, pero resulta que había uno tan inútil que soltó un disparo y le dio a la persona equivocada. ¿Sabes a qué persona equivocada mataron? A mi madre -me levanté de la silla y la empujé fuera de mi vista -. Y resulta que fuiste tú quien me quitó a las dos.

Forcejó en la silla, intentando desesperadamente librarse, pero no podría, y aunque lo lograra él estaba solo contra mí y contra Raúl.

-¡Perdón! -exclamó, mirando de mí a Raúl con alarma -. Sabes que yo te respeto, y que nunca tuvimos problemas haciendo negocios, yo solo cumplí con mi orden, pero perdón, en serio perdón yo no sa...

-¿Crees que con un perdón traeré de vuelta a mi esposa y mi madre?

Tragó saliva. -No...

Tomé de la repisa de cristal dos vasos limpios y me serví del tequila barato que tenía. Le di uno a mi primo y tragué el líquido ardiente.

-Mejor dime cómo quieres morirte, 40, rápido o lento.

-Lento -dijo la chica con decisión, ganándose mi atención.

El 40 la miró con enojo en sus ojos. Si habría estado suelto no dudaba en que se acercara a ella para golpearla. -¡Tú cállate maldita pe...!

Le proporcioné un puñetazo en la boca antes de que terminara la palabra.

Él escupió la sangre al suelo y volvió a mirar a la chica que parecía que ya no tenía miedo.

-¿Quién es ella? -pregunté, elevando mis cejas.

-Es una puta.

-¡No! ¡No lo soy! -gritó la mujer, histérica a lado de Raúl -. ¡Me tienes aquí en contra de mi voluntad!

El 40 volvió a escupir sangre al piso e ignoró los gritos de ella. Tenía la cara maltratada y el cuello con las marcas de la cadena. Supuse que Raúl lo había ahorcado para amarrarlo.

-¿Te gusta? -me cuestionó y le sonreí con cinismo por su descaro -. Te la regalo. Llévatela, mátala, hazle lo que quieras. Es guapa, mírala. No tiene familia ni nadie que la reclame si la matas, ni siquiera es de aquí.

-¡ERES UN GRANDÍSIMO HIJO DE PUTA DEIVID! ¡ESPERO QUE TE MUERAS Y SUFRAS TODO LO QUE YO SUFRÍ!

Tenía que admitir que tenía las agallas suficientes para ponerse de esa manera. Lucía devastada por su lenguaje corporal, pero aún así tenía en sus ojos un sentimiento de asco y repulsión.

-Mátalo tú -me pidió -. ¿Por qué dejas pasar tanto tiempo? Solo mátalo y deshazte de él.

-¿Lo odias?

-La pregunta ofende.

Raúl se atrevió a reírse.

-Te la doy -repitió el 40, cuyo nombre real era Deivid -. Sé que estás solo y a uno nunca le hace mal tener a una mujer de ma...

-¿Crees que me faltan mujeres? -negó con la cabeza con frenesí -. ¿Crees que tengo la necesidad de retener a alguien para que solo esté conmigo?

-No, no, sé que no, Ian, pero la puedes vender, sé que le puedes sacar buen provecho -trató por remediar -. Está algo apretada...

Ya no le pegué con el puño, sino con la culata de la pistola en la sien.

-Sabes que yo no trabajo así.

Deivid pareció atontado con el golpe, porque no levantó la cabeza.

-Mátalo -insistió nuevamente la mujer.

-¿Cuántos años tienes? -la observé, calculándole menos de veinticuatro. Se miraba muy joven y desnutrida.

-Veintiséis.

Asentí. Aparentaba menos edad. Quizás era por su aspecto.

-¿De dónde eres?

Parpadeó dubitativa y se pegó a la pared. -México.

Deivid empezó a recobrar la consciencia y balbuceó.

-¿Cómo te llamas?

-Viktoria.

-Muy bien, Viktoria, hagamos algo: yo te saco de aquí pero te vienes conmigo -propuse y el miedo reapareció en su cara.

-¿M-me vas a secuestrar?

-No, yo no secuestro mujeres, ¿apoco crees que soy así? -resoplé -. Solo mató a El 40 y te puedes ir adónde quieras menos a reportarme, pero primero te quedas conmigo por un mes.

Negó, presa del miedo.

-No, no, no quiero volver a pasar lo mismo que con Deivid...

-Creo que tienes un concepto mío equivocado, no te quiero para coger, solo para asegurar que no me vas a delatar.

-¿Y como sé que eres bueno?

-Pues para serte sincero a veces no lo soy, pero soy un hombre de palabra.

Me echó una mirada llena de recelo.

-Si me quieres para ser tu puta personal mejor ve a un prostíbulo y paga por una, y a mí sí quieres mátame.

Quise rodar los ojos, pero solo di una mirada a Raúl. -Sácala y súbela a la camioneta. No la lastimes. Yo me encargaré aquí.

Mi primo hizo lo que le pedí y sacó a la mujer con facilidad. Ella ni siquiera podía caminar bien. Y dudaba mucho que pensara escaparse en el estado en que se encontraba.

Levanté el bidón rojo de la gasolina y le quité la tapa, para después vaciar la gasolina sobre el cuerpo encadenado de Deivid.

Dejé caer un chorro de gasolina sobre su cabeza, empapándolo, y él comenzó a retorcerse con desesperación y a gritar.

Vacié la gasolina sobre las sillas, el piso, el escritorio y todo lo que estuviera dentro.

-Eres un hijo de puta, Ian -bramó, empapado -. Me vas a matar pero Montana va a regresar y te va a matar a ti, y entonces te cargará la...

Me eché a reír con burla y volteé a mirarlo.

-¿Te crees el cuento de que Montana desapareció? Si yo lo maté: se lo di de comer a los cerdos y a los perros -le aventé de lleno más gasolina sobre la cara -. Y a Salas también. A él fue sencillo, solo con un balazo. Y tú pues... morirás quemado.

-Te doy dinero, ¡Te doy dinero! -suplicó -. Dime cuánto quieres pero no me mates, por favor. ¡Te doy un millón!

Reí. -¿Un millón cuesta tu vida, 40? No hago esto por dinero.

Me miró sabiendo que yo no iba a arrepentirme de matarlo, sabiendo que si había llegado hasta ese punto no podía haber otra opción más que continuar y hacerlo desaparecer.

Ignorando todos sus gritos y maldiciones saqué la cajetilla de cerillos del bolsillo de mi pantalón y me alejé unos cuantos metros, encendí dos cerillos, y los observé por un segundo.

-Rézate tres Aves Marías para ver si entras al cielo -me mofé, y le arrojé los cerillos encendidos.

Un grito desgarrador surgió de su garganta cuando comenzaron las llamas del fuego.

Eran llamaradas grandes, que se llevaban a paso todo lo que estaba cubierto.

Le di la espalda cuando el interior se fue prendiendo con más intensidad y salí de la bodega, sin ningún arrepentimiento.

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