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DAMA DE COMPAÑIA

DAMA DE COMPAÑIA

sheylaGarcia

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Capítulo

Milly, solo Milly, sin apellidos, sin vida, sin nada que ofrecer. Huérfana desde siempre. Jamás conoció a sus padres y no sabe nada sobre el amor ni la amistad. Siempre ha estado sola y nunca se ha enamorado. Su camino se cruza con el de Bennet Benson y este la seduce, pues la escucha hablar sobre su virginidad con su amiga Tatiana Chong. Una apuesta, un arreglo, una oportunidad para ser feliz o sufrir eternamente. Bennet no está enamorado de ella y sabe que jamás lo estará, es bonita, pero no es su estilo. Sin embargo, los padres correctos y pragmáticos de él opinan algo totalmente diferente: Si hizo mujer a una jovencita, ¡debe contraer matrimonio!

Capítulo 1 PROLOGO

Huir.

Para mí nunca sería un problema, ya que había estado sola la mayor parte de mi vida había aprendido a estar sola, estaba acostumbrada a la maldita soledad que me embargaba.

Para muchas personas sería difícil encontrarse sola en mitad de la noche, pero para mí, que soy huérfana desde que nací, jamás me había importado, aprendí a amar la soledad, aprendí a adorar estar a solas.

Estar sola no representaba un peligro para mí, representaba lo común, lo fácil, lo que ya había estado haciendo durante toda mi vida.

—Hola muñeca, ¿quieres compañía?

—No. — fue lo único que le respondí mientras aceleraba el paso y entraba a la cafetería más cercana.

Si bien no le tenía miedo a la soledad, le temía a las personas abusivas que podían encontrarse en esta.

Siempre había uno que otro degenerado que quería aprovecharse de las personas indefensas, de los que se encontraban solos, de aquellos que no tenían ni un solo doliente que nadie se preocuparía en caso de que estos desaparecieran y lamentablemente yo era una más de esas.

Nadie se preocuparía por mí, nadie pensaría que yo no había regresado a casa. Nadie se preguntaría porque en el hogar de acogida, una de las cinco jóvenes que vivían en aquella casa no había vuelto.

Vivo en un hogar de acogida desde que tengo uso de memoria. Quedé huérfana desde que nací, no conocí jamás a mi madre, ni tampoco sé quién es mi padre. En el orfanato no dan esos detalles. Solo sé que nací en uno de los tantos hospitales de Cleveland y que entré en el sistema esa misma noche.

Los hogares de acogida son todo lo que conozco, son todo lo que sé y lo que he aprendido. Cinco jóvenes que fueron aceptadas en aquella casa, todas con edades similares a la mía: Mary Lucy, Ana Samantha, Dorys, Olga y yo: Milly.

Apellido no tengo.

Así de simple es mi nombre. Y así de simple es mi vida. No puedo decir que es caótica porque la verdad es que entré en el sistema y pasé a diferentes hogares de acogida cuando en el orfanato no pudieron seguir manteniéndome. El Gobierno es una desgracia y a la larga, tarde o temprano, siempre vendrá una familia que quiera ayudar a los niños sin padres o quizás una que quiere el dinero que da el Gobierno para mantenernos.

Los Williams fueron la primera familia que me acogió. Apenas tenía cuatro años. Solamente recuerdo que me daba mucha hambre por las noches, porque estos no me daban de cenar una sola comida al día y en la mañana un pan sin queso ni kétchup ni tampoco mayonesa. Solo el pan, sin nada más, para acompañarlo tan solo para decir que me estaban alimentando mientras ellos disfrutaban del dinero que el Gobierno lo estaba por mí, por mi cuidado, por protegerme, por alimentarme.

Los Ángeles, quizás Dios, tal vez el mismo demonio se apiadó de mí y envió a uno de los del Departamento de cuidado de Niños, esos que ya habían sido entregados a hogares de acogida y solo estaban esperando por unos padres adoptivos. La mujer se apareció en la Casa de los Williams y les preguntó por mí al salir de la habitación en la cual yo había estado viviendo durante pocos meses, ella se percató de inmediato que algo andaba mal.

No recuerdo mucho, solo sé que la mujer me llevó ese mismo día con ella y jamás volví a ver a la señora Williams ni al señor Williams.

—¿Vas a querer algo para tomar? — Me preguntó Tatiana, la misma chica que tenía más de un mes atendiéndome cada noche mientras me escabullía de la casa de acogida.

Salir para no llorar.

¿Será que soy la única que en determinados momentos solo quiere escapar, correr el caminar, huir del lugar en el cual se encuentra, para así despejar la mente y poder analizar las circunstancias que lo abraza?

— Si sabes lo que tomo para que me preguntas. — no era una pregunta, tan solo un comentario al azar.

— Al parecer, hoy no estamos de buen humor.

— Estoy cansada, en verdad. — fue lo único que les respondí mientras ella se daba la vuelta y comenzaba a hacer mi café.

Me senté en uno de los taburetes que estaban frente a la barra y esperé contando con mis dedos tamborileando sobre la madera roída, pegajosa y mugrienta, a que Tatiana me entregara mi café en un vaso de cartón para llevar.

Sí, había muchos lugares mejores para tomarme un café. Sin embargo, en este bar cafetería había encontrado el despejo.

Había talento por doquier, había personas que se pasaban aquí noches escribiendo en sus computadoras, otros dibujando a cada extraño que pasaba por el frente. Unos pocos tarareando canciones y rallándolas en los papeles de servilleta, que entregaban las camareras al llevarles sus café y croissant.

Aquí me sentía bien, aquí me sentía como si en verdad formara parte de algo, no como en la casa de acogida, allí donde mis compañeras siempre tenían algo de qué hablar, siempre de hombres, de las cosas que quisieran vivir, de lo que les gustaría disfrutar. Y yo, por supuesto, no era la única que me a escabullía cada noche. Lo único que mis intereses iban mucho más allá de lo físico, de lo que ellas deseaban experimentar o que talvez ya lo habían hecho.

— Aquí tienes tu café.

— Gracias. — fue lo único que respondió mientras agarraba el vaso de cartón con ambas manos y dejaba que éste me calentara.

Llevaba una blusa mangas largas de color rojo vino que me cubría muy poco del frío y unos jeans que habían sido heredados de una de las hijas de los Pérez, la familia de acogida con la cual vivía.

Cleveland en aquella noche de noviembre estaba que congelaba hasta los huesos.

Nada bueno para un matrimonio que tenía a cinco jóvenes que no eran sus hijas y a tres que si lo eran. Todo se ponía difícil y escaseaba. Algunos lujos, como la ropa de frio y zapatos que sirvieran a mis pies correctamente, sencillamente era un lujo que no podían costear.

Al menos no para los 8 que vivían bajo la tutela de los Pérez.

—¿Segura que estás bien? — volvió a preguntar Tatiana mientras dejaba la toalla con la que acababa de limpiar la barra encima de la máquina de café.

A lo mejor para que esta se secara.

El sonido de la puerta hizo que girara mi cabeza y obviara la pregunta de Tatiana.

O quizás simplemente estaba buscando una excusa para alejarme de los ojos marrones intensos de ella.

Habíamos desarrollado una especie de sincronía, no quería llamarlo amistad, porque en verdad yo no me había acercado jamás a nadie como para saber el verdadero significado de la palabra.

—¿Tienes té? — fue la pregunta que hizo el desconocido al sentarse a mi lado y quitarse la bufanda que cubría su cuello donde destacaron un par de tatuajes con tinta roja en forma de ramas. — ¿Se te perdió algo? — Preguntó el hombre. Y de inmediato me di cuenta que estaba mirándome a los ojos y que él se había percatado de mi escrutinio.

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