Atrapado en el cruel juego de los gemelos
/0/20616/coverbig.jpg?v=508a440e6ad3dca9dce824dfdd58dbec&imageMogr2/format/webp)
l hombre que amaba, el hombre cuyo apellido llevaba
dero esposo, Elías, había intercambiado su lugar con su impulsivo gemelo, K
razos cruzados mientras su amante me quemaba la mano, mientras Kilian usab
t grupal, me llamaba un «trofeo» que le había ganado a su hermano, y les
, tomé todo lo que el acuerdo prenupcial me prometía y huí a Londres. Creí que
ítu
Clara
o dormía, el hombre cuyo apellido llevaba, el hombre que amaba con cad
príncipes de un imperio financiero en la Ciudad de México, idénticos en sus mandíb
edero natural, el hombre que entraba en una habitación y la dominaba con una g
de tormenta que se cernía en el horizonte, amenazando con estallar en cualquier momento.
ón de Kilian era abierta, una presencia sofocante de la que constantemente intentaba escapar. El a
l. Elegí a Elías. Elegí el sol. Me convertí en la Sra. Clara de
esta
en lo alto de la Torre Caballero. Elías -mi Elías- tenía sus brazos envueltos a mi alrededor desde atrás, su
tra mi oreja, su aliento una c
rsario, mi a
camino hacia su pecho, sintiendo el latido const
niversar
, su mirada contenía un fuego embriagador que usualmente solo veía en momentos de pasión desenfrenada. Sus labios s
nante. Fue
que enviaban escalofríos por mi espalda. El beso se profundizó, convirtiéndose en una posesión cru
un murmullo ronco y po
ñad
odo mi cuerpo rígido. El hombre frente a mí, el hombre cuyo beso todavía estaba impreso en mis labi
? -Mi voz era un hilo
an rápido como había aparecido. Suavizó su expresión
, Clara? ¿
ntra mis costillas, un pá
... me llama
quilizador pero que solo amplificaba la estridente al
ovimientos eran suaves, su voz paciente, pero la mentir
ante mi continuo retroceso. Se enderezó la corbata, un retrato per
hasta mí. La risa aguda y distintiva de una mujer. La risa de Kassy Kent. El sonido actuó com
o del Grupo Financiero Caballero. Era el epítome de lo gentil y correcto, el heredero perfecto. Kilian era el repuesto,
Kilian era un asedio implacable. Me acorralaba en los pasillos, su presencia abrumadora, su mirada poses
iblioteca sobre el rugido de la motocicleta de Kilian. El
ió en algo violento. Me había arrinconado contra una pared, sus manos agarrando mis brazos con tanta fuerza que dejaron moretones. Sus ojos, us
uió fue brutal. Después de esa noche, Kilian desapareció. La familia dijo que lo habían enviado al extranjero, un últi
ó una mano por el pelo, un gesto tan familiar que hizo que se me revolviera el estómago. Se veía exactamente como
puerta
el timbre gentil de mi esposo-. Nuestros invi
-pregunté, mi
endo-. Una celebración de nuestro anive
torbellino de confusión y miedo. El gran salón de la mansión Caballero estaba lleno de la éli
iré hacia un rincón apartado cerca del jardín y la vi, envuelta en un
segundo -le chismeaba una socialité a mi lado a su a
Escuché que su familia lo tiene comiendo de su mano. Pero que intercambiara
aron como un puñetazo
. Lo reconocería en cualquier parte. No solo por el Patek Philippe hecho a medida en su muñeca -u
sistente, su expresión suave de u
ano descansaba posesivamente en la p
Ki
mido que siempre parecía arder justo debajo de la superficie. La forma en que me sostenía, no con una posesi
re se m
ada recorriéndome con indiferencia c
-preguntó, su voz c
mi esposo durante 1095 días- sonrió con
r tú. -Se inclinó, sus labios rozando mi ore
olo asintió, un destello de
tro una máscara de preocupación educada-. Clara, te ves pálida. ¿Te sientes mal? -Me habló como si fuera una conocida
rm
struido, el amor que había atesorado, el hombre con el que me había casado... todo era una mentira.
solo se hizo añicos.