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Antes de que hable el volcán

Capítulo 5 V. Licón de su cátedra a un fauno qUe toca la lira

Palabras:2123    |    Actualizado en: 06/02/2023

ís se habían convertido en una fábrica masiva de títulos. La honrosa excepción fueron los años 50, en los cuales, la universidad nacional produjo profesionales de gran calidad en medicina y

do a la literatura hispanoamericana. Licón, en tiempos de productividad, se había dedicado a interpretar la obra de Roque Dalton. Autor que había tenido momentos d

an alejadas de lo político. La propuesta de Licón era que «Taberna y otros lugares»

evoto a un ateo recalcitrante era un misterio. El cambio cognoscitivo y de sistema de valores era difícil de explicar. Algunos llegan al ateísmo por medio de lecturas o procesos de ideologización. Posiblemente, Licón habría dado estos giros intelectuales por frustraciones experimentadas en su fe, pidiendo en sus oraciones peticiones inverosímiles como tener la inteligencia de Tomás de Aquino o de San Agustín o la

la de Emanuel Kant: se levantaba temprano y llegaba exactamente a la misma hora a la universidad a preparar su clase, leer y escribir lo que la inspiración le trajera. Todavía

e la guerra en el país, estaba convencido que en los que fueron campamentos guerrilleros un nuevo tipo de economía popular podría desarrollarse. Años después, los mismos lugares continuaban en estatus deplorables y de extrema pobreza. Sin embargo, estaba convencido de que est

sistió profundamente. Repitiendo el patrón ontológico de confusión de la realidad con su propio mundo de ideas; contagiado por la misma enfermedad de Alonso Quijano. Ya separado de su cátedra no hubo descanso en su espíritu. Entró en profunda de

cargó durante su vida como un alambre de púas, atada a su cuello en una sociedad homofóbica. El segundo era su falta de capacidad literaria, proveniente de una formación deficiente y de falta de talento. Se m

mentosos, cuestionándose por qué había nacido y consideraba toda su vida una equivocación. Como un motivo perverso hab

libros y lo literario lo elevaba de esa existencia sofocante. Podrían existir ámbitos reducid

elardo y Salarrué de Roso de Luna. Estaba convencido que en la vigilia o cuando se encontraba inmerso en la preparación de su cátedra, el espíritu de Salarrué se le acercaba y le transmitía ideas. Faltando pocos minutos para su clase de las nueve de la mañan

ó dos o tres veces para verificar que no se equivocaba. El mensaje era claro, se le notificaba que en su próximo cumpleañ

entas vitales en un árbol de los días habitados en la isla. Después de una vida enseñando literatura quería alejarse de sus congéneres y resguardarse en un pedazo de trópico. Esta noticia aceleraba sus planes, pero no dejó de sentirse herido en su ego que en lugar de ser un proceso estableci

as tabernas de Dublín y de Martí que encontró su inspiración en la montaña, Licón había decidido retirarse en un pueblo llamado Trabuco. El pueblo no era pintoresco ni tenía ningún atractivo en particular. E

es en las cuales él pudiera tomar dominio absoluto de la situación. Mujeres más sofisticadas las idealizaba y les dedicaba poemas sin atreverse ni siquiera a hablarles o hacerles saber que eran sus musas escondidas y guardadas en el secreto de su imaginación. Otras veces, en un estado más analítico escribía metodologías de crí

es eran míticos; otros, Licón aducía, eran completamente verídicos. Él aseguraba que un centauro se aparecía en las montañas de los antiguos Nonualcos. Es

ador de la Alhambra y que había pernoctado entre jardines. Con base en esta convicción,

e de todo tipo de espíritus y creencias populares. Recientemente era seguidor del doctor Piscucha, un espiritista que lo había dejado mesmerizado, cuando le a

empre sería cautivo de su rutina. El retiro en lugar de potenciarlo y mantenerlo activo intelectualmente le generó ansiedad. Con la agravant

ía con nostalgia su biblioteca repleta de libros y se sentía frustrado de no ser capaz de él también escribir una novela. Cuando leía cada libro hacía la ubicación inmediata de cuando

su cuaderno de notas hacía esbozos, escribía planillas, las primeras sin sentido en donde los personajes eran conocidos que cambiaban nombres y les asignaba otros atribu

aba de su lado. Cada página escrita, era una labor ardua. Cuando volvía a lo escrito anteriormente no había ese tejido que vinculaba ideas y cohesionaba reflexiones. Sus ideas que, anter

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