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Antes de que hable el volcán

Capítulo 3 III. Plantel qUeridO jardÍn de la infancia

Palabras:5530    |    Actualizado en: 06/02/2023

i infancia y adolescencia para llegar a mi momento actual que es de algunos temores y desesperanzas. Esos son ritos obligados de la memoria, como presagios antes de que la

s doloroso que la continuación a la deri

nía cuentas que pagar de índole emocional y económica, y había llegado a refugiarse a un sitio perdido de mundo. Tenía que limpiar de mi descendencia esa maldición que venía de episodios oscuros y de muerte. Mis ancestros estuvieron agobiados por problemas económicos e intrigas y, algunos fueron fulminados por rayos exterminadores. Perecieron en tragedias inauditas, ahogados en lagos

a, cuando comenzamos a estar activos intelectualmente. Como las tortugas o los elefantes que regresan al lugar en donde tuvieron la primera noción de ser. Ese día está grabado en mi memoria que hasta lo puedo tocar: cua

e interacciones llamada sociedad: en el colegio de los hermanos de la orden de la azucena. En e

por todo el valle verde; era un paraje permanente de niebla y llovía constantemente sin anunciarse. Nos formaron en las canchas de baloncesto del jardín. Había dos niños de m

os mal portados nos habían aislado en un lado del salón por mala conducta, y nos hacían repetir, incansablemente, dicha cacofo

táb

de la infancia y fresc

eciado tesoro glorios

y más aferrados a dogmas y con rezagos de la falange. Los hermanos de la orden de la azucena tenían que contratar a un capellán para que oficiara las misas ya

ndía. En uno de ellos, la bala penetró la camisa a la altura del corazón, pero como portaba la biblia en la bolsa izquierda, la bala perforó, pero se detuvo en la última página sin tocar el cuerpo del generalísimo. Aunque mi madre con su vocación católica, en momentos de comunicación profunda, n

es. Los cuales se metía en la bolsa de la sotana y les decía a mis compañeros que se los sacaran de la bolsa. A una temprana edad, todo es inocencia e ingenuidad, y el premiado metía la mano en el bolsillo de la sotana. A

o. En la misma portábamos azucenas y transportábamos la imagen de la virgen, cantando coros importados desde la madre pa

s de la virgen. Uno de mis compañeros, que había nacido con la limitación congénita de no poder hablar y yo, éramos los que inventábamos las historias, y los demás las seguían. Nos mandaron a llamar los profesores y nos confrontaron a que dijéramos la verdad, porque había niños crédulos que estaban asustados. Mi silencioso amigo indicó por gestos que se le había aparecido la virgen, llorando como a Juan Diego del cerro del Tepeyac y había abierto su manto, brota

que se podía infligir golpes en la mano o en la cabeza, pero con el uso también de ser marcador con su sonido, por una delgada pieza de madera atada con un elástico, de los cambios de tiempo de actividad. O de las reglas de madera, a una le dábamos el sobrenombre de la negrita por su color proveniente de su origen de las maderas más fuertes del trópico. El fin de la negrita era obvio: la palma abierta del que precisaba disciplina. Un profesor al que apodábamos con el sobrenombre de una variedad del banano: Majoncho, por su complexión de baja estatura y grosor

de clase media. Las actividades comerciales del padre les permitían tener a sus hijos en el colegio de los hermanos de la orden de la azucena. La familia, aunque honrada, no se caracterizaba por el refinamiento ni cultura. Tantor era el característico maleducado, que divertía a la clase con sus improperios y bromas cargadas de injurias y lenguaje soez. En una oportunidad, sustrajo del

rio más importante que ser el más fiel devoto religioso o de ser estudiante ejemplar. Además, coincidíamos con T

ntos infantiles y Tantor tuvo la idea de escribirle una carta soez atribuyéndosela a otro de nuestros compañeros, quien según escuchamos, podría ser nuestro rival en amoríos. Tantor fue a dejar las dos cartas en la ventana. No pasó ni un día para que l

tas de anecdotarios. Sin lugar a duda, uno de los momentos más álgidos er

s deportes: uno saldría vestido de gato, otro de alacrán, y otro, de mucho peso, tendría el honor de representar al león de nuestro colegio, y yo iría vestido de gallo. Habíamos sido exitosos en conseguir nuestros trajes deportivos. Tramamos el plan, saldríamos

n. Todo nuestro plan marchaba de maravillas, cuando salió el león, continuamos la comedia y primero lo atacamos entre los tres, para que después reaccionara y nos subyugáramos al león campeón. Y aunque todo marchaba bien, había un detalle, que nuestro espíritu intempestivo y poco analítico no había previsto: el león pesaba más de doscientas libras. Cu

dos permanentemente en mi inventario de experiencias más intensas. Levantarnos temprano para entrar al mar con la primera claridad. Navegar hasta donde se originan las olas, evitando cortinas de olas como tsunamis, y después esperar con todos los sentidos alertas la pared de tres metros que nos permitirá el embelesamiento máximo de la felicidad. En el silencio insólito del mar, observar la costa desde el nacimiento de las olas. Momento sublime de libertad suprema. Integrado absolutamente con la naturaleza, movido por la fuerza vital de una ola gigante. Lo más lejano a la cotidianidad. Ninguna ola es igual ni llegará a ser

ya habían pasado. En fin, diferente a nosotros, preocupados nada más por divertirnos y pasarla bien. Aunque Sivarnia era una olla de ebullición, y en el ambiente había como neblina, la certeza, más que presagio, que una hecatombe social como la erupción del volcán se acercaba. A nosotros no nos interesaba el futuro. Sin embargo, él tenía sus aspectos mundanos que hacían transparentar en esa áurea aparentemente hermética una naturaleza viva, que, a veces, entraba

stos intereses intelectuales, muy por arriba de las preocupaciones cotidianas de todos nosotros, siempre me generaron un gran respeto por él. Posteriormente, la vida nos juntó en ciudades más complejas y con historias vastas: Mé

ida y los grupos de izquierda habían emprendido el camino de las armas, y el ejército y la derecha la decisión también con las armas de exterminar a la oposición. Los enfrentamientos eran cotidianos. Aunque siempre había existido la violencia, el país ent

n. Con mis amigos cercanos, sentíamos que existían situaciones y partes de la historia que no nos habían contado. Los hermanos de la orden de la azucena no tenían elementos para explicar lo que estaba sucediendo en los asfaltos de Sivarnia. La mayor parte de nuestros compa

n camino diferente de búsqueda de justicia y denuncia. Nos rebelamos contra el maniqueísmo de nuestros compañeros y la pasividad llegando a cobardía de nuestros educadores. Esto nos trajo enemistades y odios y si no hubiéramos salido del país, lo más seguro es que hubiéramos engrosado la lista de la innumerable cuenta de los privados de mundo que pronto pasarían a un anonimato extremo y se convertirían en el olvido, no sin antes dej

con mucho odio por nuestros compañeros. Lo irónico es que muchos de los que se burlaron de nuestra ingenuidad espiritual

a divisoria de otra erupción social en el país y las erupciones siempre generan dolor y sangre. El magma de lo más profundo agota toda su paciencia y tiene que brotar. Nos tocó vivir sin opción, arrebatados como por un torrente de lava en un conflicto que nosotros no los originamos, pero éram

social. Diariamente, aparecían cadáveres de las ejecuciones sumarias del régimen militar, el cual bajo la consigna anticomunista eliminaba a sus oponentes. Por el lado de los grupos de izquierda, había también irracionalidad, resentimiento y dogma. Hubo secuestros de h

ían sentido si continuaban así. El único escape que tuve fue por medio del estudio. Mis plegarias fueron escuchadas y en esas circunstancias en la cual todos peligrábamo

rtunidad de convertirse en esta historia del universo y depende de su inteligencia y visión de justicia si serán parte del dispositivo o si se quedarán al margen. Muchas veces, estuve cerca de morir, pero una mano celestial i

ón de representar el máximo avance económico, pero atrapada en la desigualdad, violencia y corrupción características. Sin embargo, fue en las librerías d

mi carrera y mi alta dotación de lecturas propias. De los autores que me poseyeron a mis diecinueve años fueron Tolstoi, Hesse y Dostoievski. Leí sin tregua las principales obras de esos grandes maestros

la carrera elegida no me gustaba y la mayoría de los profesores no eran ilustrados. Hice dos buenos amigos que se salían de lo convencional. Ambos estaban completamente compenetrados con el estudio y con una visión inmensa de ayudar a los demás. La vida vindicó mi aprec

da de los suburbios pobres, sus necesidades, el olvido del gobierno de proveerlos de los servicios básicos. Desde ese tiempo, pude percibir que, tarde o temprano, vendrían manifestaciones de violencia, producto de las pestes sociales que dicho medio poseía, compuesta por una

os cuerpos de segurid

an pasar a los principales narcos y traficantes de armas y de violencia. Habla de lo sucio y apestoso de los encargados principales de la seguridad, quienes, precisamente, aprovechan la situación de pavor de la población para ganar más poder y privilegios. Carlos Fuentes da un desenlace sangriento a las

a urbe, ya el presidente había dicho que haría una defensa canina de la moneda y el país se encontraba sumido en una de sus múltiples crisis. Pero en los centros intelectuales, la discusión era absolutamente rica. En la facultad de Ciencias Políticas y Sociales en la cual continué mis estudios superiores, había la más interesante discusión y debate sobre los dogmas antiguos del marxismo, las teo

dicha urbe me encontró en un séptimo piso de un edificio cerca de la universidad. Comenzó el terremoto y creí que no iba a terminar y observé las grietas abrirse en la pared, pero el edificio se mantuvo inamovible. Cuando salí a la calle y caminé por las diferentes áreas vi toda la destrucción: cientos de edificios de varios pisos reducidos a uno y con personas aún en su interior en los escombros. Esa misma noche, me alisté en una de las cuadrillas para dejar medicinas y comidas a los afectados. Fue una vivencia intensa ver a la ciudad frágil y sufriendo, observar las grietas en las calles y los rieles de los trolebuses completamente torcidos por

de escuché a los intelectuales como Pérez Guy analizar a Weber y la escuela de Frankfurt. Nunca como en esta oportunidad me he sentido

iversidad. Allí conocí a mis compañeros de travesía: Licón, Chisdavindro y Canuto; con los que mantendría una estrecha amistad. Ellos eran como en las secta

lina escribir un libro mosaico en el que recogía mis impresiones en diferentes dominios de la historia del país. Motivo por el cual me acerqué más a Chisdavindro con el que discut

riormente se había dedicado a escribir poesía y ensayos. En una revista que él dirigía, se dedicaba a dibujar mujeres a las que ornamentaba con vida marina en su interior y las acompañaba con poemas de manifiesta sensua

nas claves para cambiarlo desde su posición de economista. Había regresado idealista, y al m

renas y cíclopes, pero con la sensación de que han pasado incontables años a la deriva y en una expect

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