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Antes de que hable el volcán

Capítulo 2 II. ChisdaVindro o la sinfonÍa perdida

Palabras:3888    |    Actualizado en: 06/02/2023

ntó de no haber aprovechado las oportunidades y aspirar a quedarse como músico de una filarmónica en el exterior. Aunque recibió ofertas para dirigir orquestas en sitios perdidos en la geogr

a convicción de que, su futuro, estaba entre la composición y la dirección d

to para dedicarse a ser pastor de una secta protestante. Para años después, convertirse en un misionero que había sido cond

en los centros culturales no pasaban de treinta personas. Trabajaba y vivía con la profunda convicción de que crearía una sinfonía que lo haría pasar a la historia. Inspirado en compositores

o los últimos años de su vida en este país tropical. No sin antes haber dejado un legado de composiciones, de las cuales Garnacha se sentía el heredero y se proyectaba como el máximo conocedor de Mangoré. Bajo esa tradición estaba también el doctor Peyote, quien también

ste es darse cuenta de que uno no es el mesía

un mínimo de conocedores y abundancia de pretendidos sabios en la cultura, todo parecía excelente y aplaudían sostenidamente al final de cada composición y al

casión, después de una presentación con todo el rigor de la tradición, pasaron por la mencionada taberna con Garnacha. En una de las mesas del interior se encontra

radería, pero al mismo tiempo de

s, Gran

tas del país se le podría atribuir el epíteto de grande, y como concha negra que reacciona al contacto del

qué es grande, a ver expliq

ación, pero Garnacha con la necedad de

, él nos tiene que exp

uación mantuvo silencio a las insistenc

¿de dónde

guitarrista Matraca finalizar sus platos típicos y su cerveza,

movimientos. Esta sinfonía, cuando estuviera terminada, sería capaz de lograr una armonía cercana a la perfección, y me enseñó los esbozos de partitura. Estos los guardaba en un portafolio que andaba permanentemente con él como si fuera un tipo de fetiche. Algunas veces, lo vi en la biblioteca o en un bar sacar el manuscrito y corregir sus notas. Otra vez lo fui a buscar a su apartamento, inadvertidamente interrumpiéndolo, trabajando en su piano la composición engalanándose con un mandil de m

n este país tan adverso a la inteligencia y al arte. Hasta que

uchaba Tristán e Isolda, en una de esas tardes calurosas de nuestro t

tas relaciones paternas es que hay que ubicar a Chisdavindro. Me atrevería a decir que inclusive con mayor pasión y altruismo, porque hay una distancia extravagante en fomentar la utopía musical de un hijo en Berlín, Praga o Viena, metrópolis en las cuales los grandes compositores ya sea en vida o después de ella han tenido un espacio, a apoyar la dudosa aventura de un hijo que decide un mundo de partituras y conciertos en un sitio tan olvidado de las musas como Sivarnia. Puso todo su empeño y esfuerzo para que su hijo fuera a los mejores sitios a entrenarse musicalmente; la formación del hijo en Juilliard vino de los bolsillos del Padre. Y cuando alguna vez el hijo pidió distanciarse un momento de los estudios para compartir la carga económica, el padre con la más profunda y sencilla de las convicciones le dijo claramente: «Hijo, a estudiar te he mandado». Fue uno de los más fervientes admiradores de su hijo y su presencia no faltaba en ninguno de los conciertos.

eras de Cronos en busca de «copas sagradas», viendo más allá de este mundo, más allá de la razón, con la vitalidad y la certeza de un alquimista. Chisdavindro estaba en la gesta heroica, tratando de encontrar la «Copa Sagrada» para saborearla internamente, con la elegancia de la discreción y la modestia. Como si la Reina de Espadas lo mirara con admiración y amor porque

cter de personaje de ópera regresa a los templos en donde se toca la flauta mágica sin necesidad de iniciaciones. Vence en su vida a la Reina de la No

r el bajo salario asignado por la secretaría de cultura, tenía una venta de comida, conocida en el medio como pupusería. La que había bautizado con el nombre de «No te olvides de Paganini». En lugar de los calendarios de mal gusto que adornaban las otras pupuserías, el gordo Amaya la había ornamentado con estampas

lcohólico de nuestro medio. Esto no lo verías ni en el Cove

tras, los clientes, la mayoría de bajo presupuesto, degustaban un bocadill

ión de las pupusas, situación que molestaba a Chisdavindro. Pero allí estaba puntual, las mismas manos que habían separado

curso de adoctrinamiento. Sin embargo, aprovechó también para entrar en un conservatorio de música. Lugar en el cual sistematizó su preparación musical, al mismo tiempo que memorizaba todos los manuales y panfletos de los álgidos días de la guerra fría. Regresó al país durante la guerra de los 80 y fu

sindicato de músicos y el que lideraba las iniciativas de las mejoras de salarios y de ganar legitimación como funcionario público. También era

rgía y fuerza que le daban sus desarrollados músculos. Al contrario de cualquier sinfónica de una ciudad que se preciara de tener las básicas normas de respeto al arte y a la cultura, el bajo salario de los músicos no les permitía dedicarse nada más a su profesión y tenían que combinar su arte con todo tipo de profesi

l Gordo Amaya, Barba Félix y el mulato Mario, se las ingeniaron para hacer llegar información a uno de los principales periódicos para burlarse de Chisdavind

país al aceptar recibir el premio de los Cerezos en Flor otorga

resó que el maestro Chisdavindro ha sido elegido por su infatigable labor con la sinfónica y sus

su identificación con las tradiciones patrias. Su indumentaria incluye el tradicional pañ

la atolada”, basada en variaciones de guitarra del doctor Peyote. Posteriormente, al a

estro Chisdavindro, lo distribuirá equitativamente entre todos los músicos de la si

pudieron discernir la mofa en la noticia. La mayoría de la audiencia del periódico que la leyó se sintió orgullosa o envidiosa de Chisdavindro. A su regreso, al recibir felicitaciones de conocidos por su premio, tu

indro m

estampida de burdos mediocres

formación musical no me permitió ofrecer una opinión, pero escuché con interés las explicaciones de Chisdavindro sobre la

oche el teatro estaba más lleno que de costumbre y la obra de clausura sería la novena sinfonía de Beethoven, con la particularidad que uno de los tenores invitados no llegó y Chisdavindro tuvo que tomar la decisión de ejecuta

do Amaya, Barba Félix y el mulato Mario, fueron a celebrar el fin de la te

por la población tiene como resultado que los hombres tengan estómagos prominentes en la temprana madurez y que las mujeres, después del primer p

cionalismo las considera

lo interesante del compositor ruso Shostakovich, quien, para sobrevivir y complacer al régimen, introducía temas panfletarios de realismo socialista y alabanzas a Stalin, pero que esa era una valiosa estratagema para enmarcar una música de gran calidad lejana de patrones políticos que rompía muchos cánones clásicos. Barba Félix dijo que Shostakovich le había

nta de que el fallecido era quien les había relatado las penumbras de su vida la noche anterior. Ya eran cerca de las tres de la mañana y los sopores de la embriaguez habían hecho sus efectos. El gordo Amaya y el mulato Mario no podían articular bien las palabras y hablaban como si la lengua se les hubiera paralizado. El Gordo Amaya anunció que podrían continuar con las rondas de cerveza, pero que lamentablemente, ya no podrían prepararse más pupusas porque se necesitaba poner leña de nuevo al comal y calentarlo. Chisdavindro que ya estaba roncando y con momentos intermitentes de lucidez, le dijo al gordo Amaya que quería más pupusas. El cocinero colocó leña nueva para encender el comal y necesitaba papeles como combustible. P

ación expres

imera oportunidad que brindaré por el adefesio culinario que nosotros llamamos pupusas. Las

a razón hermana de la borrachera logró convencerse de que era su imaginación. Hasta el doloroso y pegajoso despertar del siguiente día, en el c

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