Sometida por error
no cue
es soñar
udas eran parte de sus intentos de hacerme entrar en razón. Su amor por mí era in
éramos unas pequeñas de cuatro añitos, desde entonces congen
inando de acomodar mi mochila para p
asi al calco una conversación ya recurrente―, no cuesta nada, pero tambi
taba de acuerdo con su opinión, justo como había o
lo mío mientras ella terminaba de salir de la cama. Eran apenas las seis y treinta de la mañana, en época de vacaciones era casi de madrugada para una maestra
cara. Aquella imagen propia que la superficie reflectante del espejo me mostraba era un rostro que ya me sabía de memoria. No era
strara lozana y tersa, y gracias a los talentos de Ana, mi cabello lucia brillante e impecable. No era la más bella ni la más fea, de cualquiera de las dos formas se me hacía difícil res
metidas de pata. No era algo que contro
o, mientras el resto de mi cabellera del color noche la até en una cola de caballo y me di por satis
ra cuando yo había tomado la moc
pero por favor, esta ve
pliqué que eso
flictos, con metidas de pata y salidas de cadena, pero era su manera de ser. Ella sabía bien que yo me la estaba jugando toda en mi vida y su apoyo hacia mí había sido absoluto. Cuando le pedí la
unía, ella lo hacía porque sentía pesar por mí. Era una sensación que no me agradaba, que me ocasionaba repul
sotros al poco tiempo de habernos mudado con él a su casa en el campo. La mía no era la historia de la princesa feliz, pero si era la de la chica enamorada. Yo era esa joven de veinte años que aún soñaba con poder cruzar
afía a todo color que encabezaba las primeras noticias del día―... Mira, parece que es tu día de suerte, el prín
os por mí ―le d
entras resoplab
te engañes de esa manera. Lo que debes hacer es darle
o el tem
precio Ana... si me gust
e pasar a una relación, mira
la frente―, tal vez pensaré en aceptar esa cena que tengo pendiente con
por favor...
rada por llegar, al final de cuentas p