La prisión del amor, ahogándose en el engaño
lejandra
había ofrecido mis escasos ahorros, creído en sus locos sueños. Juró que me lo pagaría, que me haría su reina. Luego me encontró, años después, un multimillonario hecho a sí mismo. Construim
sala del tribunal, sus ojos llenos de lágrimas-, te espe
a fresca. Mi brazo palpitaba, la quemadura de la avena de Eva un recordatorio consta
i mesita de noche, una servilleta doblada. La letra de Agustín. "Alejandra, mientras te com
la servilleta en pedacitos, tirándolos por el inodoro
n de una pequeña y discreta clínica que conocía. La doctora, una amable mujer mayor, limpió y vend
eñor Alexander -dijo-. L
afiante, me picó. Forcejeé con el broche y la carpeta se abrió de golpe, los papeles esparciéndose por e
ertilidad. Agustín era estéril.
a era suyo! Mi mente retrocedió al rostro furioso de Agustín, sus acusaciones, su frío desdén. Todo por una mentira. La ironía era tan inm
arma. Este er
me y lo deslicé de nuevo en el expediente. Necesi
tín. Respondí, mi voz s
-declaré, sin ofrec
andra. -su voz era cortante
razón se solidificó en una fría resolución. Era un tonto ciego, llevado de la nariz por una serpiente