La Última Venganza de la Esposa Indeseada
en mi brazo izquierdo. Estaba encerrado en un yeso, pesado y restrictivo. A mi lado, Benjamín yacía en su propia cama, s
u voz rasposa-. ¿Finalmente
pero mis labios se sentían rí
odía dejar que te
ujer estirada llamada Señorita Jiménez, entró en la
sea que sepa que los cargos contra el señor Peña siguen pendientes
gre se
que me rompió el brazo y
neció impe
vos de Corporativo Moreno si usted no cumple con sus solicitudes con respecto a la señorita Ca
azaba a Benjamín; amenazaba con desmantelar todo lo que nos quedaba. La pequeña es
regunté, mi voz
scrito, reconociendo la culpabilidad de su hermano. -Hizo una pausa, sus ojos finalmente se encontraron con los míos, un atisbo de piedad
Me tenía. Nos tenía a todos. La libertad de Benjamí
era suave, pero firme-. No
s, mirando s
Benjamín. Por ti. Po
con la
s otra manera. Si
n una fe inquebrantable en mí. Era un salvavidas en la oscuridad apla
ón. Siempre
rativo, prefiriendo pasar sus días luchando por la justicia digital. Era ruidoso, obstinado y ferozmente leal. Ahora,
do. Creía que era la única manera de asegurar nuestro futuro. No sabía de mi amor secreto por Eduardo,
presenciado un horrible accidente cuando era niño, que involucraba a su madre y un ambiente contaminado. Lo había marcado profundamente, lo que llevó a su severo
cción, un amuleto contra la oscuridad. Lo había limpiado y esterilizado meticulosamente, creyendo que s
en una máscara de pura repulsión. Lo recogió con una mano enguantada, corrió a
-había siseado-. No te atrevas
iedad. Eso era yo para él. Todos mis esfuerzos, todo mi amo
o, finalmente vi lo grotesco y absurdo de todo. Mis años de devoción silenciosa, mi
pasillos vacíos, el silencio más pesado que nunca. Fui a mi habitación, abrí mi armario. Necesitaba empacar. Irme. Pero primero, necesit
ario. Era caro, sin duda. Sentí una oleada de furia fría. Este era su amuleto de la suerte, por el que
un clic. Dentro, un chip diminuto, casi invisible, estaba anr privada de Eduardo. Risas. Su risa. Un sonido que rara vez, si es que alguna vez,
por una curiosidad morbosa. La puerta
olgando casualmente sobre su hombro. Se veía perfectamente bien, su rostro radiante, sus ojos brillantes.
eso en su mejilla. Él no se inmutó-. Hacer que Valeria se disculpara así
a y cálida que envió una punzada d
protegida. Mereces la felicidad. -Levantó
ntra la de él-. Y por deshacernos de esa irritante Va
Esto no era solo una traición. Era una burla calculada y cruel. Mi esposo, celebrando con su ama
a sobre él, de repente se sintió como un carbón ardiente en mi mano. Lo apreté con fuerza, mis u
as frías mezclándose con mis lágrimas calientes. Corrí hasta que mis pulmones ardieron, hasta que
odo era una mentira. Una mentira grotesca y humillante. Eduardo nunca me amó. Nunca lo haría. Me vi
te eran nítidas: la tierna sonrisa de Eduardo, la sonrisa triunfante de So
neta, el sabor amargo un espejo perfecto de mi espíritu roto. Mi m
o
que nunca la amaría, y un padre que despreciaba su misma existencia. Este niño
minaría. El embarazo terminaría. Borraría to
ez para mí. Para el aborto. Para mi libertad. La empresa de mi padre, el futuro de Benjamín,
mente, vibró. Era una nueva alerta. Un video. Mi video privado. El que Eduardo había grabado de nosotros, en algún intento desesperado años atrás para traer algo de intimidad a
inente, sino por una nueva ola de humillación tan profunda que me ro