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Mi ex-prometido robó mis sueños

Capítulo 10 

Palabras:1058    |    Actualizado en: 23/12/2025

rvó la espalda de Carla mientras se alejaba, sus pasos sorprendentemente firmes, hasta que desapareció por la esquina. N

su lado durante diez años. La mujer que nunca había levantado la voz, y mucho menos la mano. Se tocó la mejilla, el calor persist

ipicio emocional en el que se tambaleara. Había estado tratando de protegerla, de proteger su imagen profesional. Había estado tratando de protegerlos. Genuinamente creía que ella simplemente est

roso en tratar de consolar a alguien? ¿De... de mostrar afecto? No lo entendía. Nunca entendió las emocio

imiento. Estaba al final del pasillo, con los ojos enrojecidos, su rostro to

gos, a sacar de su mente el

nte-. Solo un pequeño desacuerdo

r de Carla, de la inesperada y viol

herramienta, no es así, Damián?". ¿Era eso realmente lo que pensaba? No la veía como una herramienta. La veía como... indispensable. La única persona que entendía su visión, que p

blar con ella. Explicar. Disculparse, quizás. No había tenido la intención de

le en este momento. Por favor, inténtelo de nuevo más tarde". Su corazón dio un vuelco.

De nuevo. Todavía no disponible. Un temblor de inquietud comenzó en su estómago, e

ta, con un vuelco nauseabundo, de que Carla siempre era la que lo llamaba. Para recordarle citas, para verificar si había comido, para preguntar si n

lvería al departamento. A él. Se dio cuenta, con una claridad aterradora, de que no había sabido su dirección fuera de su apartamento compartido en años. Había dado por sentada su presencia constante, su devoción inquebra

El vacío absoluto de esa comprensión fue un dolor físico, agudo e inesperado. Siempre había tenido el control, siempre racional, siempre lógico. Pero ahora, sin ella, su mundo parecía estar girando en

r teniendo un berrinche. Los ojos de una mujer diciendo adiós. Un adiós final y absoluto. El pensamient

eneral. La encontraría. Tenía que encontrarla. No podía imaginar su vida sin ella. El pensamiento

filas de puertas idénticas burlándose de él con s

adó esta mañana, señor. P

o, una profunda sensación de pérdida que lo dejó sin aliento. Había tomado su amor, su lealtad, su ser mismo, y lo había tratado como una inconveniencia. Y ahora, la había

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