Mi ex-prometido robó mis sueños
s padres siempre estaban demasiado preocupados por su precaria posición social y las interminables demandas de Arturo como para verme de verdad. Mis logros se daban por sentados, mis lucha
nto silencioso, pero para mi solitario
gna de su atención, de su respeto. La razón por la que construí todo mi mundo a su alrededor, creyendo que si trabajaba lo suficiente,
ción se sentía real, un fantasma de esa amabilidad de a
volviendo a su habitual tono cortante-. No se les puede permitir interferir
upado por la interrupción, el daño potenc
zada por un dolor frío y duro. Todavía me veía, no como una mujer, sino como un problema que debía ser manejado. Un rie
idadosamente neutral-. No volverá
estello de aprob
ña reunión en su casa. Una reunión de exalumnos, principalmente para
endida en el aire, una reliquia
charlas ambiciosas. Damián, como siempre, estaba en el centro, un imán para la atención. Katia, una supernova radiante, nunca estaba lejos de su lado. Reía, e
l con una risa estruendosa, le dio
una gran pareja! ¡Una pareja hecha en el cielo de la arquitectura, me atrevería a decir
lindamente, apo
ara invitación para que él respondiera de la misma manera. Todos en la sala sabían de nuestro
sorprendió
y una maravillosa becaria. Pero nuestra relación es estrictamente
e. Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión herida. Murmuró una excu
, un sonido la
más. Y luego la siguió, sus anchos hombros desapareciendo de
complicidad en su rostro-. Ustedes dos todavía andan, ¿verdad? Digo, con la boda tan cerca. Probabl
rbo lento
idea que alguien tiene -respondí, mi voz s
abrieron d
¿por qué? Parecían t
nzado a palpitar, un dolor sordo detrás de mis ojos. Las sonrisas educadas, las
jando mi vaso. Necesitaba
onducía a un jardín apartado. El aire nocturno, fresco y crujiente, fue un ali
nces l
s temblaban. Damián la tenía entre sus brazos, sosteniéndola cerca, su cabeza inclinada sobre la de ella. Las manos de ella estaban presionadas contra su pecho, aferránd
u voz ahogada pero clara en la no
las sombras, le ofrecía consuelo, una ternura que nunca me había ofrecido a mí. Sabía
matrimonio. No por amor, sino por un sentido de obligación. Una deuda. Y yo, tonta, desesperada, había aceptado. Me había convencido de que su culpa era una f
la verdad era innegable. Nunca me había amado. No de la manera en que la amaba a ella. Ni de c
s ojos, pero no lloraría. No aquí. No por ellos. Volví a entrar en la casa, mis pasos medidos, mi rostro una máscara si
staba encendida. Damián. Por supuesto. Estaba esperando. Me detuve, mi mano en el